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Capitulo XXII

Al Fin Reina la Paz

VERS. 1, 2: Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En el medio de la plaza de ella, y de la una y de la otra parte del río, estaba el árbol de vida, que lleva doce frutos, dando cada mes su fruto: y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones.

EL ANGEL continúa mostrando a Juan las cosas admirables de la ciudad de Dios. En medio de la plaza o calle ancha de la ciudad se hallaba el árbol de la vida.

La calle ancha.--La palabra traducida por plaza en las versiones castellanas es plateías en griego y significa "calle ancha." Aunque la palabra se usa en singular y va precedida del artículo definido "la," no debe suponerse que la ciudad tiene una sola calle, pues hay doce puertas y debe haber una calle que conduce a cada puerta. Pero la mencionada aquí es la calle ancha o principal, la gran vía o avenida.

El río de vida.--El árbol de la vida se halla en medio de esta calle, pero a cada lado del río de la vida. Este, por lo tanto, se encuentra también en medio de la calle, y procede del trono de Dios. El cuadro que se ofrece así a la imaginación es éste: El glorioso trono de Dios en la cabecera de esta ancha avenida; de este trono brota el río de vida que fluye a lo largo del centro de la calle, y el árbol de la vida que crece a ambos lados y forma un alto y magnífico arco sobre aquella majestuosa corriente, pero extiende lejos por ambos lados sus ramas cargadas de frutos y hojas vivificantes. No tenemos medio de determinar cuán ancha es esta calle, pero se percibe en seguida que una ciudad de 2.200 kilómetros de perímetro no escatimará el espacio para su gran avenida.

El árbol de la vida.--Pero ¿cómo puede el árbol de la vida formar un solo árbol, y estar, sin embargo, a ambos lados del río? Es evidente que hay un solo árbol de la vida. Desde el

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Génesis hasta el Apocalipsis se menciona solamente uno: el árbol de la vida. Para estar a ambos lados del río a la vez, debe tener más de un tronco, y en este caso se unirá en la parte superior para formar un solo árbol. Juan, arrebatado en visión por el espíritu, al serle presentado un cuadro minucioso de este objeto maravilloso, dice que estaba en ambos lados del río.

El árbol de la vida lleva doce clases de frutos, y da su fruto cada mes. Este hecho ilumina la declaración de Isaías 66:23, a saber que toda carne subirá "de sábado en sábado," para adorar delante de Jehová de los ejércitos. La frase griega que encontramos en el versículo que nos ocupa es: katá mena hékaston, "cada mes."

La Septuaginta dice en Isaías men ek menos, "de mes en mes." De mes a mes los redimidos van a la santa ciudad para comer del fruto del árbol de la vida. Sus hojas son para la sanidad de las naciones, literalmente el servicio de las naciones. Esto no puede entenderse como implicación de que entrarán en la ciudad seres aquejados de enfermedades o deformidades que requieran ser curadas; porque esto nos llevaría a concluir que habrá siempre allí personas en tal condición, pues no tenemos motivo por entender que el servicio de las hojas, sea lo que fuere, no será perpetuo, como el consumo de la fruta. Pero la idea de que haya enfermedad y deformidad en el estado inmortal contraría las declaraciones expresas de la Escritura. "No dirá el morador: Estoy enfermo." (Isaías 33:34.)

VERS. 3: Y no habrá más maldición; sino que el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán.

Este lenguaje prueba que aquí se menciona al gran Dios el Padre como también al Hijo. Las señales de la maldición, los miasmas mortíferos, y las espantosas escenas de desolación y decadencia, ya no se verán en la tierra. Cada brisa será suave y vivificante, toda escena hermosa y todo sonido musical.

VERS. 4: Y verán su cara; y su nombre estará en sus frentes. La frase "verán su cara," se refiere al Padre; porque él es

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Aquel cuyo nombre llevan en la frente. Esto lo aprendemos en Apocalipsis 14:1. Será un cumplimiento de la promesa hecha en Mateo 5:8: "Bienaventurados los de limpio corazón: porque ellos verán a Dios."

VERS. 5-7: Y allí no habrá más noche; y no tienen necesidad de lumbre de antorcha, ni de lumbre de sol: porque el Señor Dios los alumbrará: y reinarán para siempre jamás. Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor Dios de los santos profetas ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que es necesario que sean hechas presto. Y he aquí, vengo presto. Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro.

Encontramos aquí nuevamente la declaración de que no habrá noche en la ciudad, pues el Señor Dios será su luz. Cristo mismo, por cuyo intermedio nos llegaron todas estas declaraciones, repite la promesa que ha sido la esperanza de los hombres a través de los siglos: "He aquí, yo vengo presto." Guardar las palabras de la profecía de este libro es obedecer las órdenes relacionadas con la profecía, como, por ejemplo, las halladas en Apocalipsis 14:9-12

VERS. 8-12: Yo Juan soy el que ha oído y visto estas cosas. Y después que hube oído y visto, me postré para adorar delante de los pies del ángel que me mostraba estas cosas. Y él me dijo: Mira que no lo hagas: porque yo soy siervo cuntigo, y con tus hermanos los profetas, y con los que guardan las palabras de este libro. Adora a Dios. Y me dijo: No selles las palabras de la profecía de este libro; porque el tiempo está cerca. El que es injusto, sea injusto todavía: y el que es sucio, ensúciese todavía: y el que es justo, sea todavía justificado: y el santo sea santificado todavía. Y he aquí, yo vengo presto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno segun fuere su obra.

En cuanto a las observaciones referentes a los vers. 8 y 9, véanse los comentarios sobre Apocalipsis 19:10. En el vers. 10 se le dice a Juan que no selle las palabras de la profecía de este libro. La teología popular de nuestra época dice que el libro está sellado. Esto significa una de dos cosas: o Juan desobedeció las instrucciones que recibió, o la teología aludida considera el asunto con los ojos cerrados por "espíritu de sueño." (Léase Isaías 29:10-14.) El vers. 11 prueba que antes de la venida de Cristo el tiempo de

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gracia termina y quedan inalterablemente fijados todos los casos; pues en el siguiente Cristo dice: "He aquí, yo vengo presto." ¡Cuánta presunción encierra el aserto que hacen algunos, de que habrá un tiempo de prueba después de aquel acontecimiento! Cristo trae su galardón consigo para darlo a cada uno según fueren sus obras. Esta es otra prueba concluyente de que no habrá tiempo de gracia después de aquel suceso. Todos los impíos vivos, los que "no conocieron a Dios," los paganos y los que "ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo," los pecadores de las tierras cristianas (2 Tesalonicenses 1:8), serán castigados por una rápida destrucción infligida por Aquel que viene en llama de fuego para vengarse de sus enemigos.

La declaración del vers. 11 señala el fin del tiempo de gracia, que ocurre al finalizar la obra de Cristo como mediador. Pero el tema del santuario nos enseña que esta obra termina con el examen de los casos de los seres humanos vivos cuando se realiza el juicio investigador. Terminado éste, se puede pronunciar el decreto irrevocable.

VERS. 13, 14: Yo soy Alpha y Omega, principio y fin, el primero y el postrero. Bienaventurados los que guardan sus mandamientos, para que su potencia sea en el árbol de la vida, y que entren por las puertas en la ciudad.

Cristo se llama aquí a sí mismo Alpha y Omega, principio y fin, primero y último. Como se ha notado ya, en el vers. 14 es Cristo mismo quien habla. Los mandamientos que menciona son los de su Padre.

La observancia de sus mandamientos.--Debe referirse aquí a los Diez Mandamientos dados en el monte Sinaí. Pronuncia una bendición sobre los que los guardan. De modo que en el capítulo final de la Palabra de Dios, casi al mismo fin del último testimonio que allí dejó para su pueblo el Testigo fiel y verdadero, pronuncia solemnemente una bendición sobre los que guardan los mandamientos de Dios. Consideren sinceramente la importancia decisiva de este hecho importante aquellos que creen en la abolición de la ley.

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En vez de decir: "Bienaventurados los que guardan sus mandamientos," algunas traducciones, como la Versión Moderna, dicen: "Bienaventurados los que lavan sus ropas." Acerca de este punto Alford tiene esta nota: "La diferencia que hay en los textos es curiosa. En el original, es la que hay entre poiountes tas entolas autou, y plunontes tas stolas auton, frases que con relativa facilidad pueden tomarse una por la otra."[1] En vista de que las palabras y las letras de ambas frases se parecen en forma tan sorprendente, no es extraño que se encuentre esta divergencia. Pero parece haber buenas evidencias de que la primera frase es la original, mientras que la última es una variante causada por error de los copistas. El Nuevo Testamento en siríaco, que es una de las primeras traducciones que se hicieron del griego original, rinde este texto como la versión de Valera. Y Cipriano, cuyos escritos son más antiguos que cualquier manuscrito griego existente hoy cita así el texto: "Bienaventurados los que hacen sus mandamientos."[2] Por lo tanto, podemos sentirnos seguros de que éstas son las expresiones originales.

VERS. 15: Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, y los disolutos, y los homicidas, y los idólatras, y cualquiera que ama y hace mentira.

En la Biblia el perro es símbolo de un hombre desvergonzado e impudente. ¿Quién habría de desear estar en la compañía de aquellos a quienes les tocará permanecer fuera de la ciudad de Dios? Sin embargo, ¡cuántos serán condenados como idólatras, cuántos lo serán por haberse contado entre quienes hacen mentira, y cuántos por haber amado la mentira y haberse deleitado en ella y en hacerla circular!

VERS. 16: Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente, y de la mañana.

Jesús testifica acerca de estas cosas en las iglesias, lo cual

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demuestra que todo el libro del Apocalipsis es dado a las siete iglesias, y nos ofrece otra prueba incidental de que las siete iglesias son representantes de la iglesia en su conjunto a través de toda la era evangélica. Cristo es posteridad de David, porque al aparecer en la tierra vino como uno de los descendientes de David. Es la raíz de David, por cuanto es el gran prototipo de David, y es el Hacedor y Sustentador de todas las cosas.

VERS. 17: Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga: y el que quiere, tome del agua de la vida de balde.

La invitación a venir.--Así están todos invitados a venir. El amor del Señor hacia la humanidad no se quedaría satisfecho con sólo preparar las bendiciones de la vida eterna, abrir el camino que conduce a ellas, y anunciar que todos pueden venir si quieren; así que manda una ferviente invitación a venir. Indica que los invitados le hacen un favor si quieren venir y participar de las infinitas bendiciones provistas por su amor infinito. ¡Cuán misericordiosa, amplia y gratuita es su invitación! Ninguno de los que se pierdan al fin tendrá ocasión de quejarse de que las medidas tomadas para su salvación no fueron suficientes. Nunca podrán objetar razonablemente que no se les dió luz para ver con claridad el camino de la vida. No podrán nunca disculparse diciendo que las invitaciones y las súplicas que les dirigió la misericordia para que se convirtiesen y viviesen, no eran suficientemente completas y libres. Desde el mismo comienzo, ejerció Dios tanto poder como le era posible sin quitar al hombre su carácter de libre agente moral; a saber, un poder que lo atrajese hacia el cielo y lo sacase del abismo en el cual había caído. "¡ Venid!" ha sido la súplica del Espíritu, que ha procedido de los labios de Dios mismo, de los labios de sus profetas y de sus apóstoles, y de los de su Hijo, aun mientras, en su infinita compasión y humildad, pagaba la penalidad que merecía nuestra transgresión.

El último mensaje de misericordia que se está proclamando ahora, es otra expresión, esta vez la última, de la longánime

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compasión divina. "Venid," es la invitación que nos da. "Venid," porque todo está listo. La última expresión que caerá de los labios de la misericordia en los oídos del pecador antes que estallen sobre él los truenos de la venganza, será la invitación divina: "Venid." Tal es la magnitud del bondadoso amor de un Dios misericordioso hacia el hombre rebelde.

Sin embargo, los hombres no quieren venir. Actúan en forma independiente y deliberada, y se niegan a venir. De modo que cuando vean a Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de Dios, y a sí mismos desechados, no podrán acusar ni censurar a nadie sino a sí mismos. Lo sentirán en toda su amargura, porque llegará el momento en que se cumplirá al pie de la letra la descripción que se ha hecho de la condenación de los perdidos.

La esposa dice también: "Ven." Si la esposa es la ciudad, ¿cómo sucede que dice: "Ven"? Si tuviésemos suficiente fuerza para contemplar las vívidas glorias de aquella ciudad y sobrevivir, y mientras contempláramos su deslumbrante belleza se nos asegurase el derecho a entrar en ella y gozar para siempre de su gloria, ¿no nos estaría entonces diciendo: "Venid," con persuasión irresistible? ¿Cuál de nosotros, viéndola, podría apartarse y decir: No deseo tener herencia allí?

Aunque no podemos mirar ahora esa ciudad, nos la ha prometido la Palabra infalible de Dios, y esto basta para inspirarnos una fe viva e implícita. Por intermedio de esta fe, nos dice: Venid, si queréis heredar mansiones donde no entrarán nunca la enfermedad, el pesar, el sufrimiento ni la muerte; si queréis tener acceso al árbol de la vida, y arrancar su fruto inmortal para comerlo y vivir; si queréis beber del agua del río de la vida, que fluye del trono de Dios clara como el cristal. Venid, si queréis obtener abundante entrada a la ciudad eterna por esas resplandecientes puertas de perla; si queréis andar en sus calles de oro transparente; si queréis contemplar las deslumbrantes piedras de sus fundamentos; si queréis ver al Rey en su hermosura sobre su trono. Venid, si queréis cantar el himno jubiloso de millones de redimidos y compartir su gozo. Venid, si queréis uniros a las antífonas de los redimidos con sus arpas melodiosas, y saber que

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terminó para siempre vuestro destierro, y que ésa es vuestra patria eterna. Venid, si queréis recibir palmas de victoria, y saber que estáis libres para siempre. Venid, si queréis cambiar las arrugas de vuestra frente agobiada por una corona enjoyada. Venid, si queréis ver la salvación de las miríadas redimidas, la glorificada muchedumbre que nadie puede contar. Venid, si queréis beber de la fuente pura de la bienaventuranza celestial, si queréis resplandecer como las estrellas para siempre en el firmamento de gloria, si queréis compartir el indecible arrobamiento que embarga las huestes triunfantes cuando contemplan delante de sí los siglos inacabables de gloria y gozo que se renovarán para siempre.

La esposa dice: "Ven." ¿Cuál de nosotros puede resistir tal invitación? La Palabra de verdad garantiza que si guardamos los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, tendremos derecho al árbol de la vida, y entraremos por las puertas en la ciudad. Sabremos que estamos en la casa de nuestro Padre; en las mansiones preparadas para nosotros, y comprenderemos toda la verdad de las alentadoras palabras: "Bienaventurados los que son llamados a la cena del Cordero." (Apocalipsis 19:9.)

"El que oye, diga: Ven." Hemos oído hablar de la gloria, la belleza y las bendiciones de aquella buena tierra, y decimos: Ven. Hemos oído hablar del río con sus verdegueantes riberas, del árbol con sus hojas sanadoras, de las enramadas que florecen en el Paraíso de Dios, y decimos: Venid. Vengan todos los que quieran, y tomen del agua de la vida de balde.

VERS. 18, 19: Porque yo protesto a cualquiera que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios pondrá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad, y de las cosas que están escritas en este libro.

¿Qué significa añadir o quitar del libro de esta profecía? Recuérdese que el objeto de la observación es el libro de esta profecía, o del Apocalipsis. De ahí que la advertencia relativa a añadirle o quitarle palabras se refiere exclusivamente a este

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libro. No puede referirse esta advertencia sino a las tentativas de añadir cosas con la intención de que se las considere como parte genuina del libro de la Revelación. Quitar del libro sería suprimir alguna parte de él. Así como el libro del Apocalipsis no puede ser llamado adición al libro de Daniel, si Dios viese propio darnos otras revelaciones por su Espíritu, ellas no serían una adición al libro del Apocalipsis a menos que se las presentase como parte de dicho libro.

VERS. 20, 21: El que da testimonio de estas cosas, dice: Ciertamente, vengo en breve. Amén, sea así. Ven, Señor Jesús. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén.

La Palabra de Dios nos es dada para instruirnos con referencia al plan de salvación. La segunda venida de Cristo ha de ser la culminación de aquel plan. Es por lo tanto muy apropiado que el libro termine con el solemne anuncio: "Ciertamente, vengo en breve." A nosotros nos incumbe unirnos con corazón ferviente a la respuesta del apóstol: "Amén, sea así. Ven, Señor Jesús."

Así se cierra el volumen inspirado. Se cierra con lo que constituye la mejor de todas las promesas y la substancia de la esperanza del cristiano: la segunda venida de Cristo. Entonces serán congregados los escogidos, y dirán para siempre adiós a todos los males de esta vida mortal. ¡Cuán preciosa es esta promesa para el creyente! Mientras anda desterrado en este mundo malo, separado de los pocos que comparten su fe preciosa, anhela tener la compañía de los justos, la comunión de los santos. Allí la obtendrá, porque todos los buenos serán congregados, no sólo de un país, sino de todos los países; no sólo de una era, sino de todas las épocas. Será la gran mies de todos los buenos, que subirá en larga y gloriosa procesión, acompañada hasta su hogar por ángeles que cantan mientras que en las bóvedas celestes repercute el gozoso concierto. Un cántico que nunca antes se oyó en el universo, el cántico de los redimidos, añadirá al júbilo universal sus palpitantes notas de melodía arrobada. Así se congregarán los santos, a gozar para siempre mutuamente unos y otros de su presencia,

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"mientras que la gloria de Dios, como mar de luz inmarcesible, envuelve a la compañía inmortal.'"

Esta reunión no tiene sino rasgos deseables. Los santos no pueden sino suspirar y orar por ella. Como Job, claman por la presencia de Dios. Como David, no pueden estar satisfechos hasta que se despierten semejantes a él. En esta condición mortal, gemimos, llevamos cargas, no porque quisiéramos ser "desnudados, sino sobrevestidos." No podemos sino anhelar la adopción, a saber la redención del cuerpo. Nuestros ojos buscan sus visiones, nuestros oídos aguardan para sorprender los acentos de la música celestial, nuestros corazones palpitan en anticipación de sus goces infinitos. Nuestro apetito se aguza para la cena de bodas. Clamamos por el Dios viviente, y anhelamos llegar a su presencia. Ven, Señor Jesús, ven pronto. No hay nuevas que puedan ser más bienvenidas que el anuncio de que el Señor dió a sus ángeles la orden de juntar "sus escogidos de los cuatro vientos, de un cabo del cielo hasta el otro."

El lugar de reunión no tiene sino atractivos. Allí está Jesús, el más hermoso entre diez mil. Allí está el trono de Dios y del Cordero, ante cuya gloria se desvanece el sol como las estrellas desaparecen ante la luz del día. Allí está la ciudad de jaspe y de oro, cuyo Arquitecto y Hacedor es Dios. Allí está el río de la vida, en cuyas ondas chispea la gloria de Dios, mientras fluye de su trono de pureza y paz infinitas. Allí está el árbol de la vida, con sus hojas sanadoras, y sus frutos vivificantes. Allí estarán Abrahán, Isaac y Jacob, Noé, Job y Daniel, los profetas, los apóstoles y los mártires, la perfección de la sociedad celestial. Allí habrá visiones de belleza insuperable, campos siempre verdes, flores inmarcesibles, ríos inagotables, productos de variedad infinita, frutas incorruptibles, coronas que nunca se empañan, arpas que no conocen discordia, y cuantas otras cosas pueda imaginar o considerar deseable un gusto purificado de la influencia del pecado y elevado al plano de la inmortalidad, sí, todas estas cosas estarán allí.

La bendición.--Debemos estar allí. Debemos regocijarnos en la perdonadera sonrisa de Dios, con quien hemos sido reconcilia-

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dos, y no pecar más. Debemos tener acceso a aquella fuente inagotable de vitalidad: la fruta del árbol de vida, y nunca morir. Debemos llegar a reposar a la sombra de sus hojas, que son para el servicio de las naciones, y nunca más cansarnos. Debemos beber del manantial vivificante, y no tener más sed; debemos bañarnos en su espuma plateada, y ser refrigerados; debemos andar en sus arenas áureas, y no sentirnos ya desterrados. Debemos trocar la cruz por la corona, y saber que terminaron los días de nuestra humillación. Debemos deponer el bordón del peregrino y tomar la palma del triunfo, y saber que la jornada terminó. Debemos deponer las vestiduras de nuestra guerra por los blancos mantos del triunfo, y saber que acabó el conflicto y se obtuvo la victoria. Debemos cambiar la vestimenta gastada y polvorienta de nuestra peregrinación por la gloriosa vestidura de inmortalidad, y sentir que el pecado y la maldición no podrán ya contaminarnos. ¡Oh día de reposo y triunfo de todo lo bueno, no demores tu amanecer! Sean pronto enviados los ángeles para congregar a los escogidos. Cúmplase la promesa que trae en su estela estas glorias sin par.

ASI SEA, VEN, SEÑOR JESUS.

[1] Enrique Alford, "The New Testament for English Readers," nota sobre Apocalipsis 22 .14, torno 2, parte 2, pág. 1.100.

[2] "The Treatises of Cyprian," 12, "The Ante-Nicene Fathers," tomo 5, pág. 525.

Las Profecías de Daniel y Del Apocalipsis: Indice de los Capitulos
Las Profecías de Daniel y Del Apocalipsis (Tomo II), Capitulo 21: Un Cielo Nuevo y una Tierra Nueva
Las Profecías de Daniel y Del Apocalipsis (Tomo I): Introducción (Daniel)
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Las Profecías de Daniel y Del Apocalipsis (Tomo I y Tomo II) by Urías Smith (Copyright 1949; Edición Revisada 1977, 1979) was originally published by the Pacific Press Publishing Association, 1350 N. Kings Road, Nampa, Idaho 83687 USA, a wholly owned and operated Seventh-day Adventist publishing house. The electronic text for Las Profecías de Daniel y Del Apocalipsis by Urías Smith was not supplied by the Pacific Press Publishing Association. However, their permission was requested and secured to freely distribute it.

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