EL LIBRO del Apocalipsis se inicia con el anuncio de su título, y con una bendición para los que presten atención diligente a sus solemnes declaraciones proféticas:
VERS. 1-3: La revelación de Jesucristo, que Dios le dió, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder presto; y la declaró, enviándola por su ángel a Juan su siervo, el cual ha dado testimonio de la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo, y de todas las cosas que ha visto. Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas: porque el tiempo esta cerca.
El titulo.--En algunas versiones se ha conservado como título del libro el nombre de "La Revelación" y se añaden las palabras "de San Juan, el Teólogo;" pero al hacerlo contradicen las palabras del libro mismo que declara ser "la revelación de Jesucristo." Jesucristo es el Revelador, y no Juan. Juan no fué sino el amanuense empleado por Cristo para escribir esta revelación destinada a beneficiar a su iglesia. Este Juan es el discípulo a quien Jesús amó y favoreció en gran manera entre los doce. Fué evangelista, apóstol y autor del Evangelio y las epístolas que llevan su nombre. A estos títulos anteriores debe añadirse el de profeta; porque el Apocalipsis es una profecía, y así lo denomina Juan. Pero el contenido de este libro proviene de una fuente aun más elevada. No es solamente la revelación de Jesucristo, sino la revelación que Dios le dió. Su origen es, en primer lugar, la gran Fuente de toda sabiduría y verdad; Dios el Padre; él la comunicó a Jesucristo, el Hijo; y Cristo la envió por su ángel a su siervo Juan.
El carácter del libro.--Este se expresa en una palabra, "revelación." Una revelación es algo hecho manifiesto o dado a conocer, no algo escondido u oculto. Moisés nos dice que "las cosas secretas pertenecen a Jehová: mas las reveladas son para nosotros y para
nuestros hijos por siempre." (Deuteronomio 29:29.) Por lo tanto, el mismo título del libro refuta suficientemente la opinión que a veces se emite de que este libro se cuenta entre los misterios de Dios, y no puede ser entendido. Si tal fuese el caso, llevaría algún título como "El Misterio," o "El Libro Oculto," y no el de "La Revelación."
Su objeto.--"Para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder presto." ¿Quiénes son sus siervos? ¿Para quiénes se dió la revelación? ¿Había de ser para algunas personas especificadas, para algunas iglesias en particular, o para algún período especial de tiempo? No; es para toda la iglesia en todo tiempo, mientras queden por cumplirse cualesquiera de los acontecimientos predichos en el libro. Es para todos los que puedan llamarse "sus siervos," dondequiera y cuandoquiera que existan.
Dios dice que daba esta profecía para revelar a sus siervos las cosas que iban a suceder; y no obstante muchos de los expositores de su Palabra nos dicen que nadie puede comprenderla. Es como si Dios intentase hacer conocer a la humanidad verdades importantes, y sin embargo cayese en la insensatez terrenal de revestirlas con un lenguaje o figuras incomprensibles para la mente humana. Es como si impusiera a una persona la contemplación de algún objeto lejano, y luego levantara una barrera impenetrable entre esa persona y el objeto, o como si diera a sus siervos una luz para guiarlos a través de la lobreguez de la noche, y arrojara luego sobre esa luz un paño tan espeso que no dejase pasar un solo rayo de su esplendor. ¡Cuánto deshonran a Dios los hombres que juegan así con su Palabra! No; la Revelación realizará el objeto para el cual fué dada, y "sus siervos" aprenderán de ella las "cosas que deben suceder presto," y que conciernen a su salvación eterna.
Su ángel.--Cristo envió la Revelación y la hizo conocer a Juan por "su ángel." Aquí parece presentarse un ángel en particular. ¿Qué ángel puede llamarse con propiedad el ángel de Cristo? Ya encontramos la respuesta a esta pregunta en nuestro estudio, como se verá en los comentarios sobre Daniel 10:21. Llegamos allí a la conclusión de que las verdades destinadas a ser
reveladas a Daniel fueron confiadas exclusivamente a Cristo y a un ángel llamado Gabriel. Similar a la obra de comunicar una verdad importante al profeta amado, es la obra de Cristo en el libro del Apocalipsis; es la transmisión de una verdad importante al "discípulo amado." ¿Quién puede ser en esta obra su ángel sino aquel que ayudó a Daniel en la obra profética anterior, a saber el ángel Gabriel? Parecería también muy apropiado que el mismo ángel que fué empleado para transmitir mensajes al profeta amado de antaño, desempeñase el mismo cargo para el profeta Juan en la era evangélica. (Véanse los comentarios sobre Apocalipsis 19:10.)
Una bendición para el lector.--"Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía." ¿Se pronuncia alguna bendición tan directa y categórica sobre la lectura y observancia de cualquier otra parte de la Palabra de Dios? ¡Cuánto nos estimula esto a estudiarla! ¿Diremos que no se la puede comprender? ¿Sería lógico ofrecer una bendición por estudiar un libro cuyo estudio no nos beneficiara? Dios ha pronunciado su bendición sobre el lector de esta profecía, y ha sellado con su aprobación el ferviente estudio de sus páginas maravillosas. Con este estímulo de fuente divina, el hijo de Dios no puede ser inquietado por mil contraataques de los hombres.
Todo cumplimiento de la profecía impone deberes. Hay en el Apocalipsis cosas que deben ser observadas y cumplidas. Deben ejecutarse deberes como resultado de la comprensión y del cumplimiento de la profecía. Un caso notable de esta clase puede verse en Apocalipsis 14:12, donde se dice: "Aquí están los que guardan los mandamientos de Dios, y la fe de Jesús."
"El tiempo está cerca," escribe Juan, y al decir esto nos da otro motivo para estudiar su libro. Este se vuelve cada vez más importante a medida que nos acercamos a la gran consumación. Con referencia a este punto ofrecemos los pensamientos impresionantes de otro escritor: "Con el transcurso del tiempo, aumenta la importancia que tiene el estudio del Apocalipsis. Hay allí 'cosas que deben suceder presto.'... Ya cuando Juan registró las palabras de Dios, el testimonio de Jesucristo y todas las cosas que
vio, se acercaba el largo período durante el cual se habían de realizar estas escenas sucesivas. La primera de toda la serie conectada estaba a punto de cumplirse. Si su proximidad constituía entonces un motivo para prestar oído al contenido del libro, ¡cuánto más ahora! Todo siglo que pasa, todo año que transcurre, intensifica la urgencia con que debemos prestar atención a esta parte final de la Sagrada Escritura. Y ¿no realza acaso aun más el carácter razonable de esta exigencia la intensidad con que nuestros contemporáneos se dedican a las cosas temporales? Por cierto que nunca ha habido una época en que se necesitara más que ahora alguna fuerza poderosa para contrarrestar esta intensidad. La Revelación de Jesucristo debidamente estudiada nos proporciona una influencia correctora apropiada. Ojalá que todos los cristianos recibiesen en la mayor medida la bendición destinada al 'que lee y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas: porque el tiempo está cerca.' "[1]
La dedicación.--Después de la bendición, tenemos la dedicación en estas palabras:
VERS. 4-6: Juan a las siete iglesias que están en Asia: Gracia sea con vosotros, y paz del que es y que era y que ha de venir, y de los siete Espíritus que están delante de su trono; y de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios y su Padre; a él sea gloria e imperio para siempre jamás. Amén.
Las iglesias del Asia.--Había más de siete iglesias en Asia, aun en aquella fracción occidental del Asia que se conocía como Asia Menor. Y si consideramos un territorio menor todavía, a saber, aquella pequeña parte del Asia Menor donde se hallaban las siete iglesias que se mencionan luego, encontramos que en su mismo medio había otras iglesias importantes. Colosas, a cuyos cristianos Pablo dirigió su epístola a los Colosenses, se hallaba a corta distancia de Laodicea. Patmos, donde Juan tuvo su visión, se hallaba más cerca de Mileto que de cualquiera de las siete iglesias nombradas. Además, era Mileto un centro importante del cris-
tianismo, a juzgar por el hecho de que al hacer etapa allí, Pablo mandó llamar a los ancianos de la iglesia de Efeso para que le viesen en ese lugar. (Hechos 20:17-38.) Allí dejó en buenas manos cristianas a su discípulo Trófimo que estaba enfermo. (2 Timoteo 4:20.) Troas, donde Pablo pasó cierto tiempo con los discípulos, y desde donde, después del sábado, inició su viaje, no quedaba lejos de Pérgamo, ciudad nombrada entre las siete iglesias.
Resulta, pues, interesante determinar por qué siete de las iglesias de Asia Menor fueron elegidas como aquellas a las cuales debía dedicarse el Apocalipsis. ¿Es, acaso, el saludo que en Apocalipsis 1 se dirige a las siete iglesias solamente para las iglesias literales nombradas? ¿Y sucede lo mismo con las amonestaciones que se les dirigen en Apocalipsis 2 y 3 ? ¿Se describen únicamente condiciones que existían allí o las que se les iban a presentar más tarde? No podemos llegar a esta conclusión por buenas y sólidas razones:
Todo el libro del Apocalipsis se dedica a las siete iglesias. (Véase Apocalipsis 1:3, 11, 19; 22:18, 19.) El libro no se les aplicaba mas a sus miembros que a cualesquiera otros cristianos de Asia Menor, como por ejemplo los que moraban en el Ponto, en Galacia, Capadocia y Bitinia, a quienes se dirigió Pedro en su epístola (1 Pedro 1:1); o a los cristianos de Colosas, Troas y Mileto, situados en el mismo medio de las iglesias nombradas.
Sólo una pequeña parte del libro podía referirse individualmente a las siete iglesias, o a cualesquiera de los cristianos del tiempo de Juan, porque los más de los sucesos que presenta estaban tan lejos en lo futuro que no se iban a producir durante la vida de la generación que vivía entonces, ni aun en el tiempo durante el cual iban a subsistir esas iglesias. Por consiguiente, aquellas iglesias específicas no tenían cosa alguna que ver con dichos sucesos.
Las siete estrellas que el Hijo del hombre tenía en su diestra son, como se declara, los ángeles de las siete iglesias. (Vers. 20.) Todos convendrán sin duda en que los ángeles de las iglesias son los ministros de ellas. El hecho de que estén en la diestra del
Hijo del hombre señala el poder sostenedor, la dirección y la protección que les concedía. Pero había solamente siete de ellos en su diestra. ¿Son solamente siete los que son así cuidados por el gran Maestro de las asambleas ? ¿ No pueden todos los verdaderos ministros de toda época evangélica obtener de esta representación el consuelo de saber que son sostenidos y guiados por la diestra de la gran Cabeza de la iglesia? Tal parecería ser la única conclusión lógica que se pueda alcanzar. Además, Juan, penetrando con la mirada en la era cristiana, vió al Hijo del hombre en medio de sólo siete candeleros, que representaban siete iglesias. La posición del Hijo del hombre entre ellos debe simbolizar su presencia con sus hijos, el cuidado vigilante que ejerce sobre ellos, y su escrutinio de todas sus obras. Pero, ¿conoce así solamente a siete iglesias individuales? ¿No podemos concluir más bien que esta escena representa su actitud con referencia a todas sus iglesias a través de la era evangélica? Entonces ¿por qué se mencionan solamente siete? El número siete se usa en la Biblia para denotar la plenitud y la perfección. Por lo tanto, los siete candeleros representan la iglesia evangélica a través de siete períodos, y las siete iglesias pueden recibir la misma aplicación.
¿Por qué fueron elegidas, entonces, las siete iglesias que se mencionan en particular? Indudablemente por el hecho de que en sus nombres, de acuerdo con las definiciones que les correspondían, se presentaban las características religiosas de aquellos períodos de la era evangélica que ellas habían de representar respectivamente.
Por lo tanto, se comprende fácilmente que "las siete iglesias" no representan simplemente las siete iglesias literales del Asia que llevaban los nombres mencionados, sino siete períodos de la iglesia cristiana, desde los días de los apóstoles hasta el fin del tiempo de gracia. (Véanse los comentarios sobre Apocalipsis 2:1.)
La fuente de la bendición.--"Del que es y que era y que ha de venir," o ha de ser, es una expresión que en este caso se refiere a Dios el Padre, puesto que el Espíritu Santo y Cristo son mencionados por separado en el contexto inmediato.
Los siete Espíritus.--Esta expresión no se refiere probablemente a los ángeles, sino al Espíritu de Dios. Es una de las fuentes de gracia y paz para la iglesia. Acerca del tema interesante de los siete Espíritus, Thompson observa: "Esto es, del Espíritu Santo, denominado 'los siete Espíritus,' porque siete es un número sagrado y perfecto; pues esta denominación no se le da . . . para denotar pluralidad interior, sino la plenitud y perfección de sus dones y operaciones."[2] Alberto Barnes dice: "El número siete puede haberse dado, por lo tanto, al Espíritu Santo con referencia a la diversidad o la plenitud de sus operaciones en las almas humanas, y a su múltiple intervención en los asuntos del mundo, según se desarrolla ulteriormente en este libro."[3]
Su trono.--Esto se refiere al trono de Dios el Padre, porque Cristo todavía no ha ascendido a su propio trono. Los siete Espíritus que están delante del trono indican tal vez "el hecho de que el Espíritu Divino estaba, por así decirlo, preparado para ser enviado, según una representación común en las Escrituras, a cumplir propósitos importantes en los asuntos humanos."[4]
"Y de Jesucristo."--Se mencionan aquí algunas de las principales características de Cristo. El es "el Testigo fiel." Cualquier cosa atestiguada por él es verdad. Cualquier cosa que prometa, la cumplirá con certidumbre.
"El primogénito de los muertos" es una expresión paralela a otras que se encuentran en 1 Corintios 15:20, 23; Hebreos 1:6; Romanos 8:29; y Colosenses 1:15, 18, y se aplican a Cristo; como "primicias de. los que durmieron," "Primogénito en la tierra," "el primogénito entre muchos hermanos," "el primogénito de toda criatura," "el primogénito de los muertos." Pero estas expresiones no denotan que fué el primero en ser resucitado de los muertos en lo que se refiere al tiempo; porque otros fueron resucitados antes que él. Además, esto es un punto sin importancia. Cristo es la figura principal y central de todos los que salieron
de la tumba, porque si hubo quienes resucitaron antes de su tiempo fué por virtud de la venida de Cristo, su obra y su resurrección. En el propósito de Dios, fué el primero en cuanto al tiempo como en cuanto a la importancia, porque si bien algunos fueron libertados del poder de la muerte antes que él, ello no sucedió sino después que el designio de que Cristo triunfase sobre el sepulcro se hubo formado en la mente de Dios, que "llama las cosas que no son, como las que son" (Romanos 4:17), y fueron libertados en virtud de aquel gran propósito que había de realizarse a su debido tiempo.
Cristo es "el Príncipe de los reyes de la tierra." En cierto sentido lo es ya ahora. Pablo nos informa, en Efesios 1 :20, 21, de que se ha sentado a la diestra de Dios "en los cielos, sobre todo principado, y potestad, y potencia, y señorío, y todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, mas aun en el venidero." Los nombres más honrados en este mundo son los de los príncipes, reyes, emperadores y potentados. Pero Cristo ha sido situado muy por encima de ellos. Está sentado con su Padre en el trono del dominio universal, y está a igual altura que él en el control de los asuntos de todas las naciones de la tierra. (Apocalipsis 3:21
En un sentido más particular, Cristo ha de ser príncipe de los reyes de la tierra cuando ascienda a su propio trono, y los reinos de este mundo pasen a ser "los reinos de nuestro Señor y su Cristo," cuando sean entregados en sus manos por el Padre, y salga llevando en su vestidura el título de "Rey de reyes y Señor de señores," para despedazar las naciones como se rompe un vaso de alfarero. (Apocalipsis 19:16; 2:27; Salmo 2:8, 9.)
Se habla, además, de Cristo como de aquel que "nos amó, y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre." Tal vez creemos que hemos recibido mucho amor de nuestros amigos y parientes terrenales: nuestros padres, hermanos, hermanas, o amigos íntimos, pero vemos que ningún amor merece este nombre cuando se compara con el amor de Cristo hacia nosotros. La frase siguiente intensifica el significado de las palabras anteriores: "Y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre." ¡Cuánto amor nos
tuvo! Dice el apóstol: "Nadie tiene mayor amor que éste, que ponga alguno su vida por sus amigos." (Juan 15:13.) Pero Cristo encareció su amor al morir por nosotros "mientras éramos aun pecadores." Y hay algo más todavía: "Nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios y su Padre." A los que éramos atacados por la lepra del pecado, nos ha limpiado; a los que éramos sus enemigos nos ha hecho no sólo amigos, sino que nos ha elevado a puestos de honor y dignidad. ¡Qué amor incomparable! ¡Qué provisión sin par ha hecho Dios para que pudiésemos ser purificados del pecado! Consideremos por un momento el servicio del santuario y su hermoso significado. Cuando un pecador confiesa sus pecados y recibe el perdón, los traspasa a Cristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. En los libros del cielo donde estaban registrados, los cubre la sangre de Cristo, y si el que se ha convertido a Dios se mantiene fiel a su profesión de fe, estos pecados no serán nunca revelados, sino que quedarán destruídos por el fuego que purificará la tierra cuando sean consumidos el pecado y los pecadores. Dice el profeta Isaías: "Echaste tras tus espaldas todos mis pecados." (Isaías 38:17.) Entonces se aplicará la declaración que hizo el Señor por Jeremías: "No me acordaré más de su pecado." (Jeremías 31:34.)
No es extraño que el amante y amado discípulo Juan atribuyó a este Ser que tanto había hecho por nosotros, la gloria y el dominio para siempre jamás.
VERS. 7: He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra se lamentarán sobre él. Así sea. Amén.
Aquí Juan nos transporta hacia adelante, al segundo advenimiento de Cristo en gloria, acontecimiento culminante de su intervención en favor de este mundo caído. Vino una vez revestido de debilidad, ahora vuelve con poder; antes vino con humildad, ahora en gloria. Viene con las nubes, así como ascendió. (Hechos 1:9, 11.)
Su venida es visible.--"Todo ojo le verá." Todos los que estén vivos cuando vuelva Jesús le verán. No se nos habla de una
venida personal de Cristo que se haya de producir en el silencio de la medianoche, o solamente en el desierto o en las cámaras secretas. No viene como ladrón en el sentido de llegar a este mundo furtivamente, en secreto y en silencio. Pero viene a buscar sus tesoros más preciosos, sus santos que duermen y que viven, a quienes compró con su preciosa sangre; a quienes arrancó del poder de la muerte en combate franco y justo; y para quienes su venida no será menos abierta y triunfante. Será con el brillo y el esplendor del rayo cuando se manifiesta del oriente hasta el occidente. (Mateo 24:27.) Será con el sonido de una trompeta que penetre hasta las mayores profundidades de la tierra, y con una voz potente que despertará a los santos dormidos en sus lechos polvorientos. (Mateo 24:31; 1 Tesalonicenses 4:16.) Sorprenderá a los impíos como un ladrón porque ellos cerraron insistentemente los ojos para no ver los indicios de su inminencia, y no quisieron creer las declaraciones de su Palabra de que él se acercaba. En relación con el segundo advenimiento, no se puede basar en las Escrituras la representación que hacen algunos de dos venidas: una privada y la otra pública.
"Y los que le traspasaron."--Además de "todo ojo," como se ha mencionado, hay una alusión especial a los que desempeñaron un papel en la tragedia de su muerte; y ella indica que lo verán volver a la tierra en triunfo y gloria. Pero, ¿cómo es esto? Si no viven ahora, ¿cómo podrán contemplarle cuando venga? Habrá una resurrección de los muertos. Esta es la única manera por la cual pueden volver a la vida los que una vez bajaron a la tumba. Pero ¿cómo es que estos impíos resucitan en ese momento, ya que la resurrección general de los impíos no se produce hasta mil años después del segundo advenimiento? (Apocalipsis 20:1-6.)
Acerca de esto Daniel dice: "Y en aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está por los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fué después que hubo gente hasta entonces: mas en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallaren escritos en el libro. Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua." (Daniel 12:1, 2.)
Lo que se presenta aquí es una resurrección parcial, una resurrección de cierto grupo de justos y de impíos. Se produce antes de la resurrección general de cualquier grupo. Se despenarán entonces muchos de los que duermen, pero no todos; es decir, algunos de los justos para la vida eterna, y algunos de los impíos para vergüenza y oprobio eterno. Esta resurrección se produce en relación con el gran tiempo de angustia sin precedente que habrá antes de la venida del Señor. ¿No pueden los "que le traspasaron" estar entre los que resuciten para vergüenza y oprobio eterno? ¿Qué podría ser más apropiado que ver a los que tomaron parte en la mayor humillación del Señor, y otros que acaudillaron en forma especial la rebelión contra él, resucitar para contemplar su pavorosa majestad cuando vuelva triunfante con llama de fuego para dar la retribución a aquellos que no conocen a Dios ni obedecen a su Evangelio?
La respuesta de la iglesia es: "Así sea. Amén." Aunque esta venida de Cristo es para los impíos una escena de terror y destrucción, es para los justos una escena de gozo y triunfo. Esta venida, que es como llama de fuego, para ejecutar justicia sobre los impíos, traerá su recompensa a todos aquellos que creen. (2 Tesalonicenses 1:6-10.) Todo aquel que ame a Cristo saludará toda declaración e indicio de su regreso como nueva de gran gozo.
VERS. 8: Yo soy el Alpha y la Omega, principio y fin, dice el Señor, que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.
Aquí habla otra persona que no es Juan. Al declarar quién es, usa dos de las mismas caracterizaciones, "Alpha y Omega, principio y fin," que se hallan en Apocalipsis 22:13, donde, de acuerdo con los vers. 12 y 16 de aquel capítulo, es claramente Cristo el que habla. Concluímos, pues, que Cristo es el que habla en el vers. 8.
VERS. 9: Yo Juan, vuestro hermano, y participante en la tribulación y en el reino, y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla que es llamada Patmos, por la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo.
Aquí el tema cambia, porque Juan introduce el lugar y las circunstancias en que le fué dada la revelación. Se presenta pri-
mero como hermano de la iglesia universal, su compañero en las tribulaciones.
En este pasaje Juan se refiere evidentemente al futuro reino de gloria. Introduce el pensamiento de que la tribulación es parte de la preparación necesaria para entrar en el reino de Dios. Esta idea se recalca en pasajes como éstos: "Es menester que por muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios." (Hechos 14:22.) "Si sufrimos, también reinaremos con él." (2 Timoteo 2:12.) Es verdad que mientras viven aquí en la carne, los creyentes en Cristo tienen acceso al trono de gracia. Es el trono de gracia al cual somos llevados cuando nos convertimos, porque Dios nos ha "trasladado al reino de su amado Hijo." (Colosenses 1:13.) Pero en el segundo advenimiento del Salvador, cuando se inaugure el reino de la gloria, los santos que son ahora miembros del reino de la gracia, al ser redimidos del presente mundo malo, tendrán acceso al trono de su gloria. Entonces habrán terminado las tribulaciones, y los hijos de Dios se regocijarán en la luz de la presencia del Rey de reyes por toda la eternidad.
El lugar donde escribió.--Patmos es un islote árido frente a la costa occidental de Asia Menor, entre la isla de Icaria y el promontorio de Mileto, donde en los tiempos de Juan se hallaba situada la iglesia cristiana más cercana. Tiene unos 16 kilómetros de largo y unos 10 de ancho en su lugar de mayor anchura. Se llama actualmente Patmo. La costa es escabrosa y consiste en una sucesión de cabos que forman muchos puertos. El único que se usa actualmente es una honda bahía rodeada por altas montañas de todos lados menos uno, donde está protegida por un promontorio. La aldea relacionada con este puerto se halla situada en una montaña elevada y rocosa que se levanta al borde inmediato del mar. Más o menos a la mitad del camino por la montaña hacia donde está edificada la aldea, se ve una gruta natural en la roca, donde, según la tradición, Juan tuvo su visión y escribió el Apocalipsis. Debido al carácter austero y desolado de esta isla, se la utilizaba durante el Imperio Romano como lugar de destierro. Esto nos explica por qué estuvo Juan desterrado allí. Este destierro del apóstol se produjo bajo el emperador Domiciano hacia
el año 94 de nuestra era; de manera que el Apocalipsis fué escrito en 95 o 96.
La causa del destierro.--"Por la Palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo." Tal era el grave delito y crimen de Juan. El tirano Domiciano, que llevaba entonces la púrpura imperial de Roma, era más eminente por sus vicios que por su posición civil, y temblaba ante este anciano pero indomable apóstol. No osaba permitir la proclamación del Evangelio en su reino. Desterró a Juan al solitario islote de Patmos, donde se podía decir que estaba tan fuera del mundo como si hubiese muerto. Después de encerrarlo en este lugar árido, y condenarlo a la cruel labor de las minas, el emperador pensó sin duda que había eliminado al predicador de la justicia y que el mundo no oiría más hablar de él.
Probablemente los perseguidores de Juan Bunyan pensaron lo mismo cuando lo encerraron en la cárcel de Bedford. Pero cuando el hombre piensa haber sepultado la verdad en el olvido eterno, el Señor le da una resurrección que decuplica su gloria y su poder. De la sombría y estrecha celda de Bunyan brotó un resplandor de luz espiritual, gracias al "Viaje del Peregrino," que durante casi trescientos años ha fomentado los intereses del Evangelio. Desde la isla árida de Patmos, donde Domiciano pensaba que había apagado para siempre por lo menos una antorcha de la verdad, surgió la más magnífica revelación de todo el canon sagrado, para derramar su divina luz sobre todo el mundo cristiano hasta el fin del tiempo. ¡Cuántos de los que reverenciaron y de los que reverenciarán todavía el nombre del amado discípulo, por sus arrobadas visiones de la gloria celestial, habrán ignorado el nombre del monstruo que lo hizo desterrar! En verdad que se aplican a veces a la vida actual las palabras de la Escritura que afirman que "en memoria eterna será el justo," "mas el nombre de los impíos se pudrirá." (Salmos 112:6; Proverbios 10:7.)
VERS. 10: Yo fuí en el Espíritu en el día del Señor,[*] y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta.
Aunque Juan se hallaba desterrado y apartado de todos los que profesaban la misma fe que él, y hasta parecía casi completamente aislado del mundo, no estaba separado de Dios ni de Cristo, ni del Espíritu Santo, ni de los ángeles. Seguía teniendo comunión con su divino Señor. La expresión "en el Espíritu" parece denotar el más sublime estado de elevación espiritual a que pueda ser llevada una persona por el Espíritu de Dios. En esa condición entró Juan en visión.
"En el día del Señor."--¿Qué día es el que se designa así? Esta pregunta ha recibido diferentes contestaciones. Una clase de personas sostiene que la expresión "día del Señor" abarca toda la era evangélica y no se refiere a un día de 24 horas. Otra clase sostiene que el día del Señor es el día del juicio, el venidero "día del Señor" que con tanta frecuencia se menciona en las Escrituras. La tercera opinión es que la expresión se refiere al primer día de la semana. Pero hay todavía otra clase de personas que sostiene que es el séptimo día, día de reposo del Señor.
A la primera de estas opiniones basta contestar que el libro del Apocalipsis fué fechado por Juan en la isla de Patmos, y eso en el día del Señor. El autor, el lugar donde fué escrito y el día en que fué fechado, son todas cosas que tuvieron existencia real; y no simplemente simbólica o mística. Pero si decimos que el día representa la era evangélica, le damos un significado simbólico o místico que no es admisible. ¿Por qué necesitaría Juan explicar que escribía "en el día del Señor" si la expresión significaba la era evangélica? Es bien sabido que el libro del Apocalipsis fué escrito unos sesenta años después de la muerte de Cristo.
La segunda opinión, de que es el día del juicio, no puede ser la correcta. Aun cuando Juan pudo tener una visión acerca del día del juicio, no pudo tenerla en aquel día que es todavía futuro. La palabra griega en, "en," que es exactamente la misma que en castellano, ha sido definida por Thayer así, cuando se refiere al tiempo: "Períodos y porciones de tiempo en los cuales sucede algo, en, durante." Nunca significa "acerca" o "concerniente a." De ahí que quienes relacionan esta expresión con el día del juicio contradicen el lenguaje usado, haciéndole significar "con-
cerniente a" en vez de "en," o le hacen decir a Juan una extraña mentira al afirmar que tuvo una visión en la isla de Patmos, hace más de 1.800 años, en un día del juicio que todavía es futuro.
La tercera opinión, que por "día del Señor" se quiere indicar el primer día de la semana, es la más general. Pero faltan las pruebas de su corrección. El texto mismo no define el término "día del Señor," y por lo tanto si quiere decir primer día de la semana, debemos buscar en otra parte de la Biblia la prueba de que ese día de la semana solía llamarse así. Los únicos otros autores inspirados que hablan del primer día de la semana, son Mateo, Marcos, Lucas y Pablo; y ellos lo designan simplemente como "primer día de la semana." Nunca hablan de él en forma que lo distinga como superior a cualquiera de los otros seis días hábiles. Ello es tanto más notable, desde el punto de vista popular por cuanto los tres hablan de él en el tiempo mismo en que se dice que por la resurrección de Cristo el primer día de la semana llegó a ser el día del Señor, y dos de ellos lo mencionan treinta años después de aquel acontecimiento.
Se dice que "el día del Señor" era la expresión común para designar el primer día de la semana; pero preguntamos: ¿Dónde está la prueba de ello? Nadie la puede encontrar. En verdad, tenemos pruebas de lo contrario. Si ésta hubiese sido la manera universal de designar el primer día de la semana cuando se escribió el Apocalipsis, el mismo autor no habría dejado de llamarlo así en todos sus escritos subsiguientes. Pero Juan escribió su Evangelio después de escribir el Apocalipsis, y sin embargo en él no llamó al primer día de la semana "día del Señor," sino simplemente "primer día de la semana." El lector que desee pruebas de que el Evangelio de Juan se escribió después del Apocalipsis las encontrará en las obras de los escritores que son autoridades en esta cuestión.
El aserto que se hace en favor del primer día queda aun más categóricamente refutado por el hecho de que ni el Padre ni el Hijo reclamaron jamás el primer día como suyo en un sentido superior al que consideran suyo cualquiera de los otros días de trabajo. Ni uno ni otro lo bendijo jamás, ni lo llamó santo. Si se
lo hubiese de llamar día del Señor porque Cristo resucitó en él, no cabe duda de que la inspiración nos informaría al respecto. Si en ausencia de toda instrucción relativa a la resurrección llamamos día del Señor al día en el cual ella se produjo, ¿por qué no daríamos el mismo nombre a los días en que se produjeron la crucifixión y la ascensión, que resultan para el plan de la salvación sucesos tan esenciales como la resurrección?
En vista de que quedan refutadas las tres opiniones ya examinadas, la cuarta, a saber, de que el día del Señor designa el sábado, requiere nuestra atención. En favor de esta opinión se pueden aducir las pruebas más claras. Cuando en él principio Dios dió al hombre seis días de la semana para trabajar, se reservó expresamente el séptimo día, puso su bendición sobre él, y lo reclamó para sí como su día santo. (Génesis 2:1-3.) Moisés dijo a Israel en el desierto de Sin, el sexto día de la semana: "Mañana es el santo sábado, el reposo de Jehová." (Exodo 16:23.)
Llegamos al Sinaí, dónde el gran Legislador proclamó sus preceptos morales en pavorosa y sublime escena; y en ese supremo código pide para sí su día santificado: "El séptimo día será reposo para Jehová tu Dios: . . . porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, la mar y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día: por tanto Jehová bendijo el día del reposo y lo santificó." Mediante el profeta Isaías, ochocientos años más tarde, Dios habló como sigue: "Si retrajeres del sábado tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo,. . . entonces te deleitarás en Jehová." (Isaías 58:13, 14.)
Llegamos a los tiempos del Nuevo Testamento, y el que es Uno con el Padre declara expresamente: "Así que el Hijo del hombre es Señor aun del sábado." (Marcos 2:28.) ¿Puede alguno negar que ese día era del Señor, el día del cual se declaró enfáticamente ser el Señor? Así vemos que, trátese del Padre o del Hijo cuando se menciona el título de Señor, ningún otro día puede ser llamado día del Señor sino el sábado del gran Creador.
En la era cristiana hay un día que se distingue sobre los demás días de la semana como "día del Señor." ¡Cuán completamente refuta este gran hecho el aserto que han hecho algunos de que no
hay día de reposo en la era evangélica, sino que todos los días son iguales! Al llamarlo día del Señor, el apóstol nos ha dado, hacia fines del primer siglo, la sanción apostólica para observar el único día que puede llamarse día del Señor, a saber el séptimo de la semana.
Cuando Cristo estaba en la tierra, indicó claramente cuál era su día diciendo: "Porque Señor es del sábado el Hijo del hombre." (Mateo 12:8.) Si hubiese dicho: "El Hijo del hombre es Señor del primer día de la semana," ¿no se presentaría ahora esto como una prueba concluyente de que el domingo es el día del Señor? Por cierto que sí, y con buenos motivos. Por lo tanto, debiera reconocerse al mismo argumento como válido en favor del séptimo día, en referencia con el cual fué pronunciada aquella decla-
VERS. 11-18: Que decía: Yo soy el Alpha y Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia; a Efeso, y a Smirna, y a Pérgamo, y a Tiatira, y a Sardis, y a Filadelfia, y a Laodicea. Y me volví a ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro; y en medio de los siete candeleros, uno semejante al Hijo del hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por los pechos con una cinta de oro. Y su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana blanca, como la nieve; y sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al latón fino, ardientes como en un horno; y su voz como ruido de muchas aguas. Y tenía en su diestra siete estrellas: y de su boca salía una espada aguda de dos filos. Y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza. Y cuando yo le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mi, diciéndome: No temas: yo soy el primero y el último; y el que vivo, y he sido muerto; y he aquí que vivo por siglos de siglos, Amén. Y tengo las llaves del infierno y de la muerte.
La expresión "me volví a ver la voz," se refiere a la persona de quien provenía la voz.
Siete candeleros de oro.--Estos no pueden ser el antitipo del candelabro de oro que había en el antiguo servicio típico del templo, porque allí había un solo candelabro de siete ramas. Siempre se habla de él en número singular. Pero aquí tenemos siete candeleros, que son más bien "soportes de lámpara," o bases
sobre las cuales se colocan las lámparas para que iluminen un aposento. No se asemejan en nada al candelabro del antiguo tabernáculo. Por el contrario, estas bases de lámpara se hallan tan alejadas una de otra que se ve al Hijo del hombre andando entre ellas.
El Hijo del hombre.--La figura central, la que atrae toda la atención en la escena que se abre ante la visión de Juan, es la majestuosa persona del Hijo del hombre, Jesucristo. La descripción que aquí se da de él, con su vestidura suelta, su cabellera blanca, no por la edad, sino por el resplandor de la gloria celestial, sus ojos de fuego, sus pies que resplandecían como bronce fundido, y su voz como ruido de muchas aguas, no puede ser superada en su carácter grandioso y sublime. Vencido por la presencia de este Ser augusto, y tal vez por el agudo sentido de la indignidad humana, Juan cayó a sus pies como muerto, pero una mano consoladora se puso sobre él, y una voz alentadora le dijo que no temiera. Es igualmente privilegio de los cristianos de hoy sentir que se posa sobre ellos la misma mano para fortalecerlos en las horas de prueba y aflicción, y oír la misma voz que les dice: "No temas."
Pero la seguridad más alentadora que infunden todas estas palabras de consuelo proviene de la declaración que hace este Ser exaltado, de que vive para siempre y es árbitro de la muerte y el sepulcro. Dice: "Tengo las llaves del infierno [hades, el sepulcro] y de la muerte." La muerte es un tirano vencido. Puede recoger en la tumba a los seres preciosos de la tierra, y regocijarse un momento por su triunfo aparente. Pero está realizando una tarea infructuosa, porque le ha sido arrebatada la llave de su sombría cárcel, y está ahora en las manos de otro más poderoso que él. El está obligado a depositar sus trofeos en una región sobre la cual otro tiene control absoluto; y este otro es el Amigo inmutable y el Redentor que se ha comprometido a salvar a su pueblo. Por lo tanto, no os entristezcáis por los justos muertos; están en una segura custodia. Un enemigo los lleva por un tiempo, pero un amigo tiene la llave del lugar donde están provisoriamente encarcelados.
VERS. 19: Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de éstas.
En este versículo se le da a Juan una orden muy definida de escribir toda la revelación, pues iba a referirse mayormente a cosas entonces futuras. En algunos pocos casos, se iba a aludir a acontecimientos entonces pasados o que estaban acaeciendo; pero estas alusiones tenían sencillamente el propósito de introducir cosas que se iban a cumplir más tarde, a fin de que no faltase ningún eslabón de la cadena.
VERS. 20: El misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y los siete candeleros de oro. Las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias; y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias.
Representar al Hijo del hombre como teniendo en la mano tan sólo a los ministros de las siete iglesias literales de Asia Menor, y andando solamente en medio de aquellas siete iglesias, sería reducir a una comparativa insignificancia las representaciones y declaraciones sublimes de este capítulo y los siguientes. El cuidado providencial y la presencia del Señor no se limitan a un número especificado de iglesias, sino que son para todo su pueblo; no sólo de los días de Juan, sino de todos los tiempos. "He aquí, yo estoy con vosotros todos los días--dijo a sus discípulos,--hasta el fin del mundo." (Véanse las observaciones sobre el vers. 4.)
[1] Augusto C. Thompson, "Morning Hours in Patmos," págs. 28, 29.
[2] Id., págs. 34, 35.
[3] Alberto Barnes, "Notes on Revelation," pág. 62, comentarios sobre Apocalipsis 1 :4. Véase también S. T. Bloomfield, "The Greek Testament With English Notes," tomo 2, pág. 565, comentarios sobre Apocalipsis 1:4.
[4] Alberto Barnes, "Notes on Revelation," pág. 62, comentarios sobre Apocalipsis 1:4.
[*] La expresión "domingo" que se ve en algunas versiones no está en el original, y las Biblias que salen hoy de las prensas de las Sociedades Bíblicas dicen correctamente "día del Señor."--Nota del traductor.
Las Profecías de Daniel y Del Apocalipsis (Tomo I y Tomo II) by Urías Smith (Copyright 1949; Edición Revisada 1977, 1979) was originally published by the Pacific Press Publishing Association, 1350 N. Kings Road, Nampa, Idaho 83687 USA, a wholly owned and operated Seventh-day Adventist publishing house. The electronic text for Las Profecías de Daniel y Del Apocalipsis by Urías Smith was not supplied by the Pacific Press Publishing Association. However, their permission was requested and secured to freely distribute it.
While care was taken to ensure that the electronic text matches the latest printed editions (1977, 1979), unintentional data entry errors may be present. Kindly report any electronic textual errors to Clarence L. Thomas IV:
E-mail: clt4@compuserve.com WWW: http://ourworld.compuserve.com/homepages/clt4
Thank you.