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Capitulo X

Dios Interviene en los Asuntos del Mundo

VERS. 1: En el tercer año de Ciro rey de Persia, fué revelada palabra a Daniel, cuyo nombre era Beltsasar; y la palabra era verdadera, mas el tiempo fijado era largo: él empero comprendió la palabra, y tuvo inteligencia en la visión.

ESTE versículo introduce la última visión del profeta Daniel que haya sido registrada, pues la instrucción que le fué impartida en esta ocasión continúa en Daniel 11 y 12. Se supone que la muerte de Daniel se produjo poco después, ya que tenia, según Prideaux, por lo menos noventa años de edad.

VERS. 2, 3: En aquellos días yo Daniel me contristé por espacio de tres semanas. No comí pan delicado, ni entró carne ni vino en mi boca, ni me unté con ungüento, hasta que se cumplieron tres semanas de días.

El pesar de Daniel.--La expresión tres semanas de días se emplea aquí para distinguir este tiempo de las semanas de años que se presentaron en el capítulo anterior.

¿Por qué razón se humillaba así y afligía su alma este anciano siervo de Dios? Evidentemente para conocer mejor el propósito divino acerca de los sucesos que habían de acontecer a la iglesia de Dios. El mensajero divino enviado para instruirle dice:

"Desde el primer día que diste tu corazón a entender." (Vers. 12.) Había, pues, todavía algo que Daniel no entendía. ¿Qué era? Indudablemente era alguna parte de la visión anterior, la de Daniel 9 y por lo tanto de Daniel 8, ya que el capítulo 9 es explicación del anterior. Como resultado de su súplica, recibe ahora información más detallada acerca de los acontecimientos incluídos en los grandes esbozos de sus visiones anteriores.

La aflicción del profeta iba acompañada de un ayuno que, sin ser una abstinencia completa, consistía en consumir sólo los alimentos más sencillos. No comió "pan delicado," ni manjares

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refinados; no ingirió carne ni vino; no ungió su cabeza, lo cual era para los judíos un indicio de ayuno. No sabemos cuánto tiempo habría continuado ayunando si su oración no hubiese recibido respuesta; pero el hecho de que perseverara tres semanas en ese proceder indica que no era persona capaz de cesar en sus súplicas antes de recibir lo que pedía.

VERS. 4-9: Y a los veinte y cuatro días del mes primero estaba yo a la orilla del gran río Hiddekel; y alzando mis ojos miré, y he aquí un varón vestido de lienzos, y ceñidos sus lomos de oro de Uphaz: y su cuerpo era como piedra de Tarsis, y su rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de fuego, y sus brazos y sus pies como de color de metal resplandeciente, y la voz de sus palabras como la voz de ejército. Y sólo yo, Daniel, vi aquella visión, y no la vieron los hombres que estaban conmigo; sino que cayó sobre ellos un gran temor, y huyeron y escondiéronse. Quedé pues yo solo, y vi esta gran visión, y no quedó en mí esfuerzo; antes mi fuerza se me trocó en desmayo, sin retener vigor alguno. Empero oí la voz de sus palabras: y oyendo la voz de sus palabras, estaba yo adormecido sobre mi rostro, y mi rostro en tierra.

En la versión siríaca la palabra Hiddekel se aplica al río Eufrates; en la Vulgata, como en la versión griega y la arábiga, la palabra se aplica al Tigris. Por lo tanto, algunos concluyen que el profeta tuvo esta visión en la confluencia de estos dos ríos, cerca del golfo Pérsico.

En esta ocasión visitó a Daniel un ser muy majestuoso. La descripción que de él se da aquí es comparable a la que se hace de Cristo en Apocalipsis 1:14-16. Además, como la aparición tuvo sobre Daniel un efecto similar al que experimentaron Pablo y sus compañeros cuando el Señor se les presentó en el camino a Damasco (Hechos 9:1-7), deducimos que fué Cristo mismo quien apareció a Daniel. En el vers. 13 se nos comunica que Miguel vino a asistir a Gabriel para influir en el rey de Persia. ¡Cuán natural era, pues, que se manifestase a Daniel en esa ocasión!

VERS. 10-12: Y, he aquí, una mano me tocó, e hizo que me moviese sobre mis rodillas, y sobre las palmas de mis manos. Y díjome: Daniel, varón de deseos [muy amado, V. M.], está atento a las palabras que te

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hablaré, y levántate sobre tus pies; porque a ti he sido enviado ahora. Y estando hablando conmigo esto, yo estaba temblando. Y díjome: Daniel, no temas: porque desde el primer día que diste tu corazón a entender, y a afligirte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo soy venido.

Gabriel alienta a Daniel.--Después que Daniel hubo caído ante la majestuosa aparición de Cristo, el ángel Gabriel, quien es obviamente el que habla en los vers. 11-13, puso su mano sobre él para infundirle seguridad y confianza. Le dijo a Daniel que era hombre muy amado. ¡Admirable declaración! ¡Un miembro de la familia humana, de nuestra misma raza, amado, no simplemente en el sentido general en que Dios amó al mundo entero cuando dió a su Hijo para que muriese en favor de la humanidad, sino amado como individuo, y amado en gran manera! Bien pudo infundir confianza al profeta una declaración tal. Le dice, además, el ángel, que ha venido con el propósito de conversar con él, y desea poner su ánimo en condición de comprender sus palabras. Así alentado, el profeta santo y amado seguía, sin embargo, temblando delante del ángel.

"Daniel, no temas," continuó diciendo Gabriel. No tenía motivo de temer delante de él, aunque era un ser celestial, pues había sido enviado a él porque era muy amado y en respuesta a su ferviente oración. Ninguno de los hijos de Dios, cualquiera que sea la época a la cual pertenezca, debe sentir un temor servil hacia ninguno de esos agentes enviados para ayudarle a obtener la salvación. Son, sin embargo, demasiados los que tienden a considerar a Jesús y sus ángeles como severos ministros de la justicia, en vez de seres amables que obran fervientemente por su salvación. La presencia de un ángel, si les apareciese corporalmente, los llenaría de terror, y el pensamiento de que Jesús ha de venir pronto los angustia y alarma. Recomendamos a los tales que tengan mayor medida de aquel amor perfecto que echa fuera todo temor.

VERS. 13: Mas el príncipe del reino de Persia se puso contra mí veintiún días; y he aquí, Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme, y yo quedé allí con los reyes de Persia.

Gabriel demorado por el rey de Persia.--¡Cuán a menudo las

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oraciones de los hijos de Dios son oídas a pesar de que no hay aparente respuesta! Así sucedió en el caso de Daniel. El ángel le dijo que desde el primer día que dió su corazón a entender, fueron oídas sus palabras. Pero Daniel continuó afligiendo su alma con ayuno, y luchando con Dios durante tres semanas enteras, sin tener noción de que su petición había sido atendida. ¿A qué se debía la demora? El rey de Persia resistía al ángel. La respuesta a la oración de Daniel entrañaba cierta acción de parte del rey. Debía inducírsele a efectuar esa acción. Se refería indudablemente a la obra que debía hacer, y que ya había comenzado, en favor del templo de Jerusalén y de los judíos, pues su decreto para edificar ese templo era el primero de una serie que finalmente constituyó aquel notable mandamiento de restaurar y edificar Jerusalén, cuya salida debía marcar el comienzo del gran período profético de los 2.300 días. El ángel fué enviado para inducirle a ir adelante de acuerdo con la voluntad divina.

¡Cuán poco sabemos de lo que sucede en el mundo invisible en relación con los asuntos humanos! Aquí se alza por un momento el telón, y obtenemos una vislumbre de los movimientos interiores. Daniel ora. El Creador del universo le oye. Da a Gabriel orden de ir en su auxilio. Pero el rey de Persia debe actuar antes que la oración de Daniel sea contestada, y el ángel se dirige apresuradamente adonde está el rey de Persia. Satanás reune indudablemente sus fuerzas para oponérsele. Se encuentran en el palacio real de Persia. Todos los motivos de interés egoísta y de política mundana que puede desplegar Satanás son empleados sin duda ventajosamente para influir en el rey a fin de que no cumpla la voluntad de Dios, mientras que Gabriel ejerce su influencia en el otro sentido. El rey lucha entre emociones encontradas. Vacila y pone dilación. Pasa un día tras Otro, y Daniel sigue orando. El rey continúa rehusándose a ceder a la influencia del ángel. Transcurren tres semanas, y he aquí que un ser más poderoso que Gabriel se reune con él en el palacio del rey, y luego ambos se dirigen adonde está Daniel, para enterarle del progreso de los acontecimientos. Desde el principio, dice Gabriel, tu oración fué oída; pero durante esas tres semanas que dedicaste

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a la oración y al ayuno, el rey de Persia resistió mi influencia, y ello me impidió venir.

Tal fué el efecto de la oración. Desde el tiempo de Daniel, Dios no erigió barreras entre sí y sus hijos. Siguen teniendo el privilegio de elevar oraciones tan fervientes y eficaces como las de él y de ser, como Jacob, poderosos con Dios y prevalecer.

¿Quién era Miguel, que acudió en ayuda de Gabriel? El nombre significa: "El que es como Dios," y las Escrituras demuestran claramente que Cristo es el que lleva ese nombre. Judas (vers. 9) declara que Miguel es el Arcángel, palabra que significa "jefe o cabeza de los ángeles," y en nuestro texto Gabriel le llama "uno de los principales príncipes" (o como dice una nota marginal, "el principal príncipe"). No puede haber más que un arcángel, y por lo tanto es manifiestamente incorrecto usar el vocablo en plural como lo hacen algunos. Nunca lo usan así las Escrituras. En 1 Tesalonicenses 4:16, Pablo dice que cuando el Señor venga por segunda vez y resucite los muertos, se oirá la voz del arcángel. ¿De quién es la voz que se oye cuando resucitan los muertos? Es la voz del Hijo de Dios. (Juan 5:28.) Cuando se consideran estos pasajes de la Escritura en conjunto, demuestran que los muertos son resucitados por la voz del Hijo de Dios, que la voz que se oye entonces es la voz del Arcángel, con lo que se prueba que el Arcángel es el Hijo de Dios; y el Arcángel se llama Miguel, de lo cual se desprende que Miguel es el Hijo de Dios. En el último versículo de Daniel 10, se le llama "vuestro príncipe," y en el primero de Daniel 12, "el gran príncipe que está por los hijos de tu pueblo." Estas son expresiones que se pueden aplicar en forma muy apropiada a Cristo, pero no a otro ser alguno.

VERS. 14: Soy pues venido para hacerte saber lo que ha de venir a tu pueblo en los postreros días; porque la visión es aún para días.

La expresión "la visión es aún para días," al hacer que penetre lejos en el futuro, y abarque aun lo que ha de acontecer al pueblo de Dios en los últimos tiempos, demuestra en forma concluyente que los 2.300 días mencionados en esa visión no pueden significar

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días literales sino años. (Véanse los comentarios sobre Daniel 9:25-27.)

VERS. 15-17: Y estando hablando conmigo semejantes palabras, puse mis ojos en tierra, y enmudecí. Mas he aquí, como una semejanza de hijo de hombre tocó mis labios. Entonces abrí mi boca, y hablé, y dije a aquel que estaba delante de mí: Señor mío, con la visión se revolvieron mis dolores sobre mi, y no me quedó fuerza. ¿Cómo pues podrá el siervo de nú señor hablar con este mi señor? porque al instante me faltó la fuerza, y no me ha quedado aliento.

Una de las características más notables de Daniel era la tierna solicitud que sentía hacia su pueblo. Habiendo llegado ahora a comprender claramente que la visión presagiaba largos siglos de persecución y sufrimiento para la iglesia, quedó tan afectado por lo que había visto que su fuerza le abandonó, y perdió tanto el aliento como el habla. La visión que menciona en el vers. 16 es sin duda la visión anterior, la de Daniel 8.

VERS. 18-21: Y aquella como semejanza de hombre me tocó otra vez, y me confortó; y dijome: Varón de deseos, no temas: paz a ti; ten buen ánimo, y aliéntate. Y hablando él conmigo cobré yo vigor, y dije: Hable mi señor, porque me has fortalecido. Y dijo; ¿Sabes por qué he venido a ti? Porque luego tengo de volver para pelear con el principe de los Persas; y en saliendo yo, luego viene el príncipe de Grecia. Empero yo te declararé lo que está escrito en la escritura de verdad: y ninguno hay que se esfuerce conmigo en estas cosas, sino Miguel vuestro principe.

El profeta queda al fin fortalecido para oír toda la comunicación que el ángel tiene que impartirle. Gabriel dice: "¿Sabes por qué he venido a ti?" ¿Entiendes mi propósito como para no temer ya? Le anuncia luego su intención de volver a luchar con el rey de Persia tan pronto como termine su comunicación. La palabra hebrea im, que significa "con," se traduce en la Septuaginta por el griego meta, que no significa "contra" sino "en común, juntamente con;" es decir que el ángel iba a estar del lado del reino persa mientras conviniese a la providencia de Dios que dicho reino continuase existiendo. "Y en saliendo yo-explicó Gabriel,-luego viene el príncipe de Grecia." O en otras palabras, cuando retirase su apoyo al reino, y la providencia de

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Dios obrase en favor de otro reino, vendría el príncipe de Grecia, y caería la monarquía de Persia.

Anunció luego Gabriel que sólo Miguel el Príncipe entendía con él los asuntos que estaba por comunicar. Cuando los hubo explicado a Daniel, había en el universo cuatro seres que poseían el conocimiento de estas verdades importantes: Daniel, Gabriel, Cristo y Dios. Se destacan cuatro eslabones en esa cadena de testigos: el primero, Daniel, es miembro de la familia humana; el último, es Jehová, Dios sobre todos.

Las Profecías de Daniel y Del Apocalipsis: Indice de los Capitulos
Las Profecías de Daniel y Del Apocalipsis (Tomo I), Capitulo 9: Una Vara Profético Cruza los Siglos
Las Profecías de Daniel y Del Apocalipsis (Tomo I), Capitulo 11: El Futuro Desenvuelto
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Las Profecías de Daniel y Del Apocalipsis (Tomo I y Tomo II) by Urías Smith (Copyright 1949; Edición Revisada 1977, 1979) was originally published by the Pacific Press Publishing Association, 1350 N. Kings Road, Nampa, Idaho 83687 USA, a wholly owned and operated Seventh-day Adventist publishing house. The electronic text for Las Profecías de Daniel y Del Apocalipsis by Urías Smith was not supplied by the Pacific Press Publishing Association. However, their permission was requested and secured to freely distribute it.

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