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Capitulo XXI

Un Cielo Nuevo y una Tierra Nueva

A PARTIR del vers. 2, el tema de este capítulo es la Nueva Jerusalén; pero antes de introducirla, Juan nos dice cómo desaparecerán los cielos, la tierra y la mar actuales:

VERS. 1: Y vi un cielo nuevo, y una tierra nueva: porque el primer cielo y la primera tierra se fueron, y el mar ya no es.

Los cielos nuevos y la nueva tierra.--Al hablar de los primeros cielos y la primera tierra, Juan se refiere indudablemente a los actuales, "los cielos que son ahora, y la tierra." (2 Pedro 3:7.) Algunos han supuesto que cuando la Biblia habla del tercer cielo, en el cual están el Paraíso y el árbol de la vida (2 Corintios 12:2 y Apocalipsis 2:7), se refiere al cielo todavía futuro, y que no hay pruebas de que existan actualmente en el cielo un paraíso y un árbol de la vida. Basan su opinión en el hecho de que Pedro habla de tres cielos y tierras: los que hubo antes del diluvio, los que ahora existen, y los que han de venir. Pero esa teoría queda completamente refutada por el vers. 1 de Apocalipsis 21, pues allí Juan habla solamente de dos cielos y tierras. A los que existen ahora los llama primeros, de manera que los futuros nuevos cielos serían, de acuerdo con este cálculo, los segundos, y no los terceros, como se le hace decir a Pedro. Es por lo tanto seguro que Pedro no se propuso establecer un orden numérico, de acuerdo con el cual hablaríamos de un cielo como del primero, de otro como del segundo, y del último como del tercero. El objeto de su raciocinio consistía simplemente en demostrar que un cielo y una tierra literales sucedieron a la destrucción de la tierra por el diluvio, y asimismo un cielo y una tierra literales resultarán de la renovación del sistema actual por el fuego. No hay por lo tanto prueba alguna de que, cuando la Biblia habla del tercer cielo, se refiere simplemente al tercer estado de los cielos y la tierra actuales, porque entonces todos los escritores bíblicos

habrían usado la misma terminología. Así los argumentos de los que se esfuerzan por demostrar que no existen actualmente el Paraíso y un árbol de la vida literales, caen al suelo.

La Biblia reconoce ciertamente tres cielos en la actual constitución de las cosas, a saber, el primero, o cielo atmosférico, donde habitan las aves del aire; el segundo, el cielo planetario, que es la región del sol, la luna y las estrellas; y el tercero está por encima de los demás, donde se hallan el Paraíso y el árbol de la vida (Apocalipsis 2:7), donde Dios tiene su residencia y su trono (Apocalipsis 22:1,2), adonde Pablo fué arrebatado en visión celestial (2 Corintios 12:2). Es el cielo al cual Cristo ascendió cuando dejó la tierra (Apocalipsis 12:5), donde está ahora, como sacerdote rey, sentado en el trono con su Padre (Zacarías 6:13), y donde está la gloriosa ciudad, aguardando a los santos cuando entren en la vida (Apocalipsis 21:2). ¡Alabado sea Dios porque desde aquel lugar resplandeciente le ha comunicado inteligencia a este lejano mundo nuestro! ¡Gracias le sean dadas porque abrió un camino que conduce como una senda recta y resplandeciente de luz hasta aquellas bienaventuradas moradas!

El mar ya no es.--Debido a que Juan dice: "Y el mar ya no es," se pregunta a veces: ¿No habrá por lo tanto mar en la nueva tierra? Este pasaje no dice tal cosa; porque Juan habla solamente del cielo, la tierra y el mar actuales. Podría traducirse así: Porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar (ouk estin eti, no es ya) también desapareció; es decir que ya no se veía el viejo mar, como tampoco se veían los viejos cielos y la vieja tierra. Sin embargo, puede haber un nuevo mar como hay una nueva tierra.

Adán Clarke dice acerca de este pasaje: "El mar ya no aparecía, como no aparecían los primeros cielos y la tierra. Todo fué hecho nuevo; y probablemente el nuevo mar ocupó una situación diferente, y quedó distribuído en forma diferente de la asumida por el viejo mar."[1]

El río de la vida, cuya descripción leemos en el capítulo si-

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guiente, procede del trono de Dios, y fluye por la calle ancha de la ciudad. Debe hallar algún lugar en el cual descargar sus aguas, y ¿cuál podría ser sino el mar de la nueva tierra? Que habrá un mar o mares, en la nueva tierra, se puede deducir de la profecía que habla como sigue del futuro reinado de Cristo; "Y su señorío será de mar a mar, y desde el río hasta los fines de la tierra." (Zacarías 9:10.) Pero es difícil creer que tres cuartas partes del globo serán sacrificadas como ahora a las aguas. El nuevo mundo, donde han de morar los fieles hijos de Dios, tendrá todo lo que sea necesario para darle proporción, utilidad y belleza.

VERS. 2-4: Y yo Juan vi la santa ciudad, Jerusalem nueva, que descendía del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será su Dios con ellos. Y limpiará Dios toda lágrima de los ojos de ellos. y la muerte no será más; y no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor: porque las primeras cosas son pasadas.

La casa del Padre.--En relación con la visión que Juan tiene, de la santa ciudad que baja de Dios desde el cielo, se oye una voz que dice: "He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y morará con ellos." El gran Dios establece su morada en esta tierra, pero no hemos de suponer que Dios se vea limitado a este mundo o cualquier otro de los de su creación. Tiene un trono aquí, y la tierra disfruta tanto de su presencia que puede decirse que él mora entre los hombres y reside aquí en un sentido diferente del que se pudo dar a su presencia en cualquier tiempo anterior. ¿Por qué se habría de considerar esto extraño? El unigénito Hijo de Dios es quien gobierna éste su reino especial. La santa ciudad estará aquí. Las huestes celestiales sienten por este mundo más interés que por cualquier otro; y de acuerdo con una de las parábolas del Señor, habrá más gozo en el cielo por un mundo redimido que por noventa y nueve que no necesitaron redención.

No habrá causa para derramar lágrimas.--"Y limpiará Dios toda lágrima de los ojos de ellos." No limpiará literalmente las

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lágrimas de los ojos de su pueblo, porque no habrá lágrimas que enjugar en aquel reino. Enjugará las lágrimas al eliminar todo lo que podría hacerlas derramar.

VERS. 5, 6: Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y díjome; Hecho es. Yo soy Alpha y Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré de la fuente del agua de vida gratuitamente.

La nueva creación.--El que está sentado en el trono es el mismo ser que se menciona en los vers. 11 y 12 del capítulo anterior. Dice: "Yo hago nuevas todas las cosas." No dice que hace nuevas cosas. La tierra no queda destruída ni aniquilada, para que sea necesario crear una nueva, sino que todas las cosas son hechas nuevas. Regocijémonos de que estas palabras son verdad. Cuando esto se cumpla, todo estará listo para que se pronuncie aquella frase sublime: "Hecho es." Se habrá desvanecido para siempre la obscura sombra del pecado. Los impíos, raíz y rama (Malaquías 4:1), quedarán destruídos de la tierra de los vivos, y la antífona universal de alabanza y agradecimiento (Apocalipsis 5:13) subirá de un mundo redimido y de un universo limpio hacia un Dios observador del pacto.

VERS. 7, 8: El que venciere, poseerá todas las cosas; y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Mas a los temerosos e incrédulos, a los abominables y homicidas, a los fornicarios y hechiceros, a los idólatras, y a todos los mentirosos, su parte será en el lago ardiendo con fuego y azufre, que es la muerte segunda.

La gran herencia.--Los vencedores son "la simiente de Abraham," "y conforme a la promesa los herederos." (Gálatas 3:29.) La promesa abarca el mundo (Romanos 4:13); y los santos saldrán y pisarán la haz de la nueva tierra, no como siervos o extranjeros, sino como herederos legítimos del estado celestial y propietarios del suelo.

Temor y tormento.--Pero los temerosos e incrédulos tendrán su parte en el lago de fuego y azufre. La palabra "temerosos" ha dejado perplejas a ciertas personas concienzudas, que han sen-

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tido mayores o menores temores en toda su experiencia cristiana. Es por lo tanto apropiado averiguar a qué clase de temor se alude aquí. No es al temor de nuestra propia debilidad, ni el sentido con referencia al poder que ejerce el tentador. No es el temor de pecar, o de caer por el camino, ni de resultar deficiente al final. Un temor tal nos hace acudir al Señor en busca de ayuda. Pero el temor mencionado aquí está relacionado con la incredulidad; es el temor del ridículo y de la oposición del mundo, es la falta de confianza en Dios y sus promesas, un temor de que él no cumplirá lo que ha declarado, y de que por consiguiente uno quedará avergonzado y sufrirá pérdidas por creer en él. Al albergar un temor tal, uno no puede servir a Dios sino a medias. Esto le deshonra. Este es el temor que se nos ordena no tener. (Isaías 51:7.) Tal es el temor que atrae la condenación en este pasaje, y que llevará finalmente al lago de fuego, que es la segunda muerte, a todos aquellos que se dejen dominar por él.

VERS. 9-14: Y vino a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete postreras plagas, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la esposa, mujer del Cordero. Y llevóme en Espíritu a un grande y alto monte, y me mostró la grande ciudad santa de Jerusalem, que descendía del cielo de Dios, teniendo la claridad de Dios: y su luz era semejante a una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, resplandeciente como cristal. Y tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y nombres escritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel. Al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al mediodía tres puertas; al poniente tres puertas. Y el muro de la ciudad tenía doce fundamentos, y en ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.

La esposa del Cordero.--Aquí tenemos un testimonio positivo de que la Nueva Jerusalén es la esposa del Cordero. El ángel dijo distintamente a Juan que le mostraría "la esposa, mujer del Cordero." Podemos estar seguros de que no lo engañó, sino que cumplió su promesa al pie de la letra. Todo lo que le mostró fué la Nueva Jerusalén, que debe ser por lo tanto la esposa del Cordero. Sería innecesario ofrecer pruebas de que esta ciudad no es la iglesia, si no fuese que la teología popular ha torcido de tal manera las Escrituras que le ha dado esta aplicación. La ciudad

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no puede ser la iglesia, porque sería absurdo hablar de la iglesia como asentada en cuadrado, con un lado mirando al norte, otro al sur, otro al este y otro al poniente. Sería incongruente hablar de la iglesia como teniendo una grande y alta muralla, con doce puertas, tres a cada lado hacia los cuatro puntos cardinales. En verdad toda la descripción de la ciudad que se da en este capítulo sería más o menos obscura si se aplicase a la iglesia.

Al escribir a los gálatas. Pablo habla de la misma ciudad y dice que es la madre de todos nosotros, pero se refiere a la iglesia. La iglesia, no es pues la ciudad misma, sino los hijos de la ciudad. El vers. 24 del capítulo que comentamos, habla de las naciones de los salvos, que andan en la luz de esta ciudad. Estas naciones, que son los salvos y constituyen en la tierra la iglesia, son algo distinto de la ciudad, en cuya luz andan. De ahí se desprende que la ciudad es una ciudad literal construída con todos los materiales preciosos descritos aquí.

Pero, ¿cómo puede ser entonces la esposa del Cordero? La inspiración consideró propio hablar de ella bajo esta figura, y esto debiera bastar para todo aquel que cree en la Biblia. La figura se introduce primero en Isaías 54. Allí se presenta la ciudad del nuevo pacto. Se la presenta desolada mientras estaba en vigor el viejo pacto, y los judíos y la vieja Jerusalén eran objeto especial del cuidado de Dios. Se le dice que "los hijos de la dejada" eran muchos más "que los de la casada." Se le dice además: "Porque tu marido es tu Hacedor," y la promesa final que hace el Señor a esta ciudad contiene una descripción similar a la que tenemos aquí en Apocalipsis, a saber: "He aquí que yo cimentaré tus piedras sobre carbunclo, y sobre zafiros te fundaré. Tus ventanas pondré de piedras preciosas, tus puertas de piedras de carbunclo, y todo tu término de piedras de buen gusto. Y todos tus hijos serán ensenados de Jehová." (Isaías 54:11-13.)

A esta misma promesa se refiere Pablo y la comenta en su epístola a los gálatas cuando dice: "Mas la Jerusalem de arriba libre es; la cual es la madre de todos nosotros" (Gálatas 4:26), porque en el contexto cita esta misma profecía del libro de Isaías para apoyar su declaración. Allí Pablo da luego a la profecía de

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Isaías una aplicación inspirada acerca de cuyo significado no puede uno equivocarse, y demuestra que bajo la figura de una "mujer," o "esposa" cuyos "hijos" habían de ser multiplicados, el Señor hablaba por el profeta de la Nueva Jerusalén, la ciudad celestial, en contraste con la Jerusalén terrenal de la tierra de Palestina. Acerca de aquella ciudad el Señor dice que es su "esposo." En adición, tenemos el testimonio positivo relativo a los mismos hechos en Apocalipsis 21.

Todo armoniza con esta opinión. Cristo es llamado el Padre de su pueblo (Isaías 9:6), la Jerusalén celestial es llamada nuestra madre, y somos llamados los hijos. Continuando con la figura del matrimonio, se representa a Cristo como el esposo, a la ciudad como la esposa, y nosotros, la iglesia, como los convidados. No hay confusión de personalidades allí. Pero la opinión popular, que hace de la ciudad la iglesia, y de la iglesia la esposa, hace que sea al mismo tiempo la madre y los hijos, la esposa y los convidados.

La opinión de que las bodas del Cordero constituyen la inauguración de Cristo como rey en el trono de David, y que las parábolas de Mateo 22:1-14; 25:1-13; Lucas 12:35-37; 19:12-27, se aplican a dicho acontecimiento, queda, además, confirmada por una bien conocida costumbre antigua. Se dice que cuando una persona asumía su cargo de gobernante sobre el pueblo y era investida del poder, ello era llamado una boda, y el festín que generalmente acompañaba a la asunción del poder era llamado cena de bodas. Adán Clarke en su nota sobre Mateo 22:2, dice así:

"Una boda para su Hijo.--Un festín de bodas, es lo que significa propiamente la palabra gamous. O una fiesta de inauguración, cuando su hijo fué puesto en posesión del gobierno, y así se casó con sus nuevos súbditos. (Véase 1 Reyes 1:5-9, 19, 25, etc., donde se menciona un festín tal.)"[2] Muchos críticos eminentes entienden que esta parábola indica el momento en que el Padre introduce a su Hijo en su reino mesiánico.

La ciudad cristiana.--El hecho de que los nombres de los doce apóstoles están sobre los fundamentos demuestra que es una

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ciudad cristiana y no judía. La presencia de los nombres de las doce tribus en las puertas demuestra que todos los salvados de todas las épocas son reconocidos como pertenecientes a alguna de las doce tribus, porque todos deben entrar en la ciudad por alguna de esas doce puertas. Esto explica los casos en los cuales los cristianos son llamados Israel, o mencionados como las doce tribus, como en Romanos 2:28, 29; 9:6-8; Gálatas 3:29; Efesios 2:12, 13; Santiago 1:1; Apocalipsis 7:4.

VERS. 15-18: Y el que hablaba conmigo, tenía una medida de una caña de oro para medir la ciudad, y sus puertas, y su muro. Y la ciudad está situada y puesta en cuadro, y su largura es tanta como su anchura: y él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios: la largura y la altura y la anchura de ella son iguales. Y midió su muro, ciento cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, la cual es del ángel. Y el material de su muro era de jaspe: mas la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio.

Las dimensiones de la ciudad.--Según este testimonio la ciudad se asienta en un cuadrado perfecto, que tiene las mismas medidas en cada uno de sus lados. La medida de la ciudad, declara Juan, era doce mil estadios.[*] Doce mil estadios, a razón de 185 metros por estadio, equivalen a 2.220 kilómetros. Puede entenderse que esta medida es la de toda la circunferencia de la ciudad y no solamente de un lado. De acuerdo con Kitto, éste parecía ser antiguamente el método de medir las ciudades. Se tomaba toda la circunferencia, y se la llamaba la medida de la ciudad. De acuerdo con esta regla, la Nueva Jerusalén tendría 555 kilómetros en cada costado. Se dice que su longitud, su anchura y su altura son iguales. Este lenguaje suscita la pregunta de si la ciudad mostrada a Juan era tan alta como larga y ancha. La palabra que se traduce "igual" es isos. Por las definiciones dadas por Liddell y Scott, sabemos que se puede usar para expresar la idea de proporción; así tendríamos que la altura era proporcional a la longitud y la anchura. Greenfield, al definir una de

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sus palabras compuestas, isotes, le da el sentido de "igual proporción," y alude a 2 Corintios 8:13, 14, como ejemplo de un pasaje donde es admisible esta definición. Y esta idea queda reforzada por el hecho de que la muralla tenía solamente 144 codos de altura. Asignando el valor de medio metro al codo, nos daría unos 72 metros de altura. Si la ciudad fuese tan alta como larga y ancha, es decir que tuviese 555 kilómetros de altura, esta muralla de solamente 72 metros sería insignificante en comparación. Por lo tanto, es probable que la altura de los edificios de la ciudad se ha de juzgar por la altura de la muralla, que nos es dada en palabras bien claras.

La muralla era de jaspe. Esta piedra preciosa se describe generalmente como de "un hermoso color, verde brillante, que tiene a veces nubes blancas con manchas amarillas." Entendemos que tal es el material del cuerpo principal de la muralla edificada sobre los doce fundamentos descritos más tarde. Recuérdese que esta muralla de jaspe es "clara como cristal." (Vers. 11.) Es decir que deja ver todas las glorias del interior.

VERS. 19, 20: Y los fundamentos del muro de la ciudad estaban adornados de toda piedra preciosa. El primer fundamento era jaspe: el segundo, zafiro; el tercero, calcedonia; el cuarto, esmeralda; el quinto, sardónica; el sexto, sardio; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el nono, topacio; el décimo, crisopraso; el undécimo, jacinto; el duodécimo, amatista.

Una ciudad literal.--Si consideramos esta descripción como exclusivamente metafórica, como lo hacen muchos de los que profesan enseñar la Biblia, y le damos un sentido espiritual, de manera que esta ciudad sea tenida por cosa etérea e inexistente, ¡cuán carentes de sentido parecen ser estas descripciones minuciosas! Pero si admitimos su significado natural y obvio, y consideramos la ciudad como evidentemente quería el profeta que se la considerase, como una morada celestial literal y tangible, nuestra herencia gloriosa, cuyas bellezas hemos de contemplar con nuestros propios ojos, ¡cuánto realce obtiene la esplendorosa escena!

Aunque no le toca al hombre mortal concebir la grandeza de

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las cosas que Dios ha preparado para los que le aman, si se les reconoce un carácter literal, los hombres pueden deleitarse en la contemplación de las glorias de su morada futura. Nos deleita espaciarnos en aquellas descripciones que nos dan una idea de la belleza que caracterizará nuestra patria eterna. Cuando nos dejamos absorber por la contemplación de una herencia tangible y segura, recobramos ánimo, revive nuestra esperanza, y cobra alas nuestra fe. Con agradecimiento hacia Dios porque nos permite tener entrada a las mansiones de los redimidos, resolvemos nuevamente, a pesar del mundo y de todos sus obstáculos, que nos contaremos entre los que han de participar de los goces ofrecidos. Miremos pues las piedras preciosas que sirven de fundamento para aquella gran ciudad, a través de cuyas puertas de perla los hijos de Dios pueden esperar pasar pronto. Aunque muchas autoridades en gemas aseveran que es difícil identificar las piedras preciosas de la Biblia, la siguiente descripción hecha por Moisés Stuart nos da cierta ¡dea de la belleza y variedad de los colores que hay en el fundamento de la ciudad.

El glorioso fundamento.--"La palabra adornada puede suscitar una duda aquí acerca de si el autor quiere decir que en las diversas capas del fundamento las piedras preciosas ornamentales están insertadas tan sólo aquí y allí. Pero considerando el conjunto de la descripción, no me parece que haya sido esto lo que quiso decir.

"Jaspe, como ya lo hemos visto, es generalmente una piedra de color verde y transparente, con vetas rojas. Pero hay muchas variedades.

"El zafiro es de un hermoso color celeste, casi tan transparente y resplandeciente como el diamante.

"La calcedonia parece ser una especie de ágata, o mejor dicho, es el ónix. El ónix de los antiguos era probablemente de un blanco azulado, y translúcido.

"La esmeralda es de un verde vívido, y sigue al rubí en dureza.

"La sardónica es una mezcla de calcedonia y cornalina. Esta última es de un color rojo obscuro.

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"El sardio es probablemente la cornalina. Sin embargo, tiene a veces un color rojo bien vívido.

"El crisólito, como lo indica su nombre, es de un color amarillo u oro, y es translúcido. De esta piedra se origina probablemente el concepto del oro translúcido que constituye el material de la ciudad. El berilo es de un color verde mar.

"El topacio de nuestra época parece considerarse como amarillo; pero el de los antiguos parece haber sido de un verde pálido. . . .

"El crisopraso era de un amarillo pálido y verduzco, como ciertas cebollas; se lo clasifica actualmente como topacio.

"El jacinto es de un rojo profundo o violeta.

"La amatista, es una gema de gran dureza y brillo, de un color violeta, que suele encontrarse actualmente en la India.

"Al considerar de nuevo estas diversas clases, encontramos que las cuatro primeras son de un tinte verde o azulado; la quinta y sexta, son rojas o escarlatas; la séptima amarilla; la octava, novena y décima tienen diferentes matices de un verde más claro;

la undécima y duodécima son de un color escarlata o magnífico rojo. Hay por lo tanto una clasificación en este arreglo; una mezcla que no difiere mucho del arreglo del arco iris, aunque más compleja."[3]

VERS. 21: Y las doce puertas eran doce perlas, en cada una, una; cada puerta era de una perla. Y la plaza de la ciudad era de oro puro como vidrio trasparente.

Puertas de perla.--La hermosa ciudad de Dios construída con los materiales más preciosos que hay aquí en la tierra, se describe muy apropiadamente como teniendo puertas de perla. Más aún, la Escritura dice que cada puerta es una sola perla. Con los reflejos irisados y el resplandor de los hermosos colores que contienen los fundamentos, estos portales se abren de par en par para dar la bienvenida a los redimidos en su hogar eterno.

Calles de oro bruñido.--En este versículo, como también en el 18, se habla de la ciudad como edificada de oro puro, como cristal

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claro, es decir transparente. Pensemos por un momento en el aspecto que presentaría una ciudad así pavimentada. Los gloriosos palacios situados a ambos lados se reflejarían abajo como también la ilimitada expansión de los cielos; de manera que al que anduviese por aquellas calles de oro le parecería que se encontrara él mismo y la ciudad suspendidos entre las alturas infinitas y las profundidades insondables, mientras que las mansiones de ambos lados de la calle, por sus propios reflejos, multiplicarían maravillosamente los palacios y las personas, y darían a toda la escena un aspecto novedoso, agradable y hermoso, cuya grandiosidad superaría toda concepción.

VERS. 22: Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero.

El templo viviente.--Con el templo se asocia naturalmente la idea de los sacrificios y la obra de mediación, pero cuando la ciudad esté situada en la nueva tierra, no habrá que ejecutar una obra tal. Estarán para siempre en lo pasado los sacrificios, las ofrendas y la obra de mediación. Ya no habrá necesidad de símbolo externo de una obra tal. Pero el templo de la antigua Jerusalén, además de ser un lugar de cultos y sacrificios, constituía la belleza y la gloria del lugar. Como para anticiparse a la pregunta que podría surgir en cuanto a lo que constituye el ornamento y la gloria de la nueva ciudad, si no hubiese templo allí, el profeta responde: "El Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero."

VERS. 23-27: Y la ciudad no tenía necesidad de sol, ni de luna, para que resplandezcan en ella: porque la claridad de Dios la iluminó, y el Cordero era su lumbrera. Y las naciones que hubieren sido salvas andarán en la lumbre de ella: y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. Y sus puertas nunca serán cerradas de día, porque allí no habrá noche. Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella. No entrará en ella ninguna cosa sucia, o que hace abominación y mentira; sino solamente los que están escritos en el libro de la vida del Cordero.

No hay noche allí.--Probablemente es solamente en la ciudad donde no hay noche. Habrá por supuesto días y noches en la

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nueva tierra, pero serán días y noches de gloria insuperables. Al hablar de ese tiempo, el profeta dice: "Y la luz de la luna será como la luz del sol, y la luz del sol siete veces mayor, como la luz de siete días, el día que soldará Jehová la quebradura de su pueblo, y curará la llaga de su herida." (Isaías 30:26.) Pero si en ese estado la luz de la luna es como la luz del sol, ¿' como puede decirse que habrá noche allí? La luz del sol será siete veces mayor, de manera que aunque la noche sea como nuestro día, el día será siete veces más brillante, y habrá un contraste entre el día y la noche tan marcado tal vez como en nuestro tiempo. Ambos serán insuperablemente gloriosos.

El vers. 24 habla de naciones y reyes. Las naciones son las de los salvos, y en el estado de la nueva tierra seremos todos reyes en cierto sentido. Poseeremos un "reino," y reinaremos para siempre jamás.

Pero de algunas de las parábolas de nuestro Salvador, como en Mateo 25:21, 23, parece desprenderse que algunos ocuparán en un sentido especial el cargo de gobernantes, y puede hablarse de ellos como reyes de la tierra en relación con las naciones de los salvos. Estos traerán su gloria y honor a la ciudad, cuando en ocasión de los sábados y las nuevas lunas vengan a adorar delante de Dios. (Isaías 66:23.)

Lector, ¿quieres tener parte en las glorias eternas de esta ciudad celestial? Cuida entonces de que tu nombre esté escrito en el libro de la vida del Cordero; porque únicamente aquellos cuyos nombres estén en este "rol de honor" celestial podrán entrar.

[1] Adán Clarke, "Commentary on the New Testament," tomo 2, pág. 1.058, nota sobre Apocalipsis 21:1.

[2] Id., tomo 1, pág. 209, nota sobre Mateo 22 :2.

[3] Moisés Stuart, "A Commentary on the Apocalypse," tomo 2, págs. 383, 384.

[*] El estadio era una medida de los antiguos que variaba según las localidades. En Atenas tenia 185 metros, pero el olímpico tenia 192 metros. La versión inglesa más común rinde estadio por "furlong," nombre de una medida equivalente a 1/8 de milla, es decir 201 metros.---Nota del traductor.

Las Profecías de Daniel y Del Apocalipsis: Indice de los Capitulos
Las Profecías de Daniel y Del Apocalipsis (Tomo II), Capitulo 20: La Noche Milenaria Del Mundo
Las Profecías de Daniel y Del Apocalipsis (Tomo II), Capitulo 22: Al Fin Reina la Paz
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Las Profecías de Daniel y Del Apocalipsis (Tomo I y Tomo II) by Urías Smith (Copyright 1949; Edición Revisada 1977, 1979) was originally published by the Pacific Press Publishing Association, 1350 N. Kings Road, Nampa, Idaho 83687 USA, a wholly owned and operated Seventh-day Adventist publishing house. The electronic text for Las Profecías de Daniel y Del Apocalipsis by Urías Smith was not supplied by the Pacific Press Publishing Association. However, their permission was requested and secured to freely distribute it.

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