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Capitulo XI

El Futuro Desenvuelto

VERS. 1, 2: Y en el año primero de Darío el de Media, yo estuve para animarlo y fortalecerlo. Y ahora yo te mostraré la verdad. He aquí que aun habrá tres reyes en Persia, y el cuarto se hará de grandes riquezas más que todos; y fortificándose con sus riquezas, despertará a todos contra el reino de Javán.

ENTRAMOS ahora en una profecía de acontecimientos futuros que no se velan en figuras y símbolos, como en las visiones de Daniel 2, 7 y 8, sino que se dan en lenguaje claro. Aquí se presentan muchos de los sucesos más destacados de la historia del mundo desde los días de Daniel hasta el fin del mundo. Esta profecía, como dice Tomás Newton, puede llamarse apropiadamente un comentario y explicación de la visión de Daniel 8. Con esta declaración demuestra el nombrado comentador cuán claramente percibía la relación que había entre esa visión y el resto del libro de Daniel.[1]

La última visión de Daniel interpretada.--Después de explicar que durante el primer año de Darío, había estado a su lado para animarlo y fortalecerlo, el ángel Gabriel dedica su atención a lo futuro. Darío había muerto, y ahora reinaba Ciro. Habría todavía tres reyes en Persia, indudablemente sucesores inmediatos de Ciro. Fueron: Cambises, hijo de Ciro; Esmerdis, un impostor; y Darío Histaspes.

Jerjes invade a Grecia.--El cuarto rey después de Ciro fué Jerjes, hijo de Darío Histaspes. Fué famoso por sus riquezas, en cumplimiento directo de la profecía que anunciaba: "Se hará de grandes riquezas más que todos." Resolvió conquistar a Grecia, y para ello organizó un poderoso ejército que, según Herodoto, contaba con 5.283.220 hombres.

Jerjes no se conformó con movilizar el Oriente solamente, sino que obtuvo también el apoyo de Cartago en el Occidente.

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El rey persa tuvo éxito contra Grecia en la famosa batalla de las Termópilas; pero el poderoso ejército pudo invadir el país solamente cuando los trescientos valientes espartanos que defendían el paso fueron traicionados. Jerjes sufrió finalmente una derrota desastrosa en Salamina en el año 480 ant. de J.C., y el ejército persa regresó a su país.

VERS. 3, 4: Levantaráse luego un rey valiente, el cual se enseñoreará sobre gran dominio, y hará su voluntad. Pero cuando estará enseñoreado, será quebrantado su reino, y repartido por los cuatro vientos del cielo; y no a sus descendientes, ni según el señorío con que él se enseñoreó: porque su reino será arrancado, y para otros fuera de aquellos.

Jerjes fué el último rey de Persia que invadió a Grecia; de modo que la profecía pasa por alto nueve príncipes menores para introducir al "rey valiente," Alejandro Magno.

Después de derribar el imperio persa, Alejandro "llegó a ser señor absoluto de aquel imperio en la mayor extensión que haya poseído alguna vez cualquiera de los reyes persas."[2] Su dominio abarcaba "la mayor parte del mundo habitable entonces conocido." ¡Con cuánta exactitud se le describió como "rey valiente, el cual se enseñoreará sobre gran dominio, y hará su voluntad"! Pero agotó sus energías en las orgías y borracheras, y cuando murió en 323 ant. de J.C., sus proyectos vanagloriosos y ambiciosos quedaron repentina y totalmente eclipsados. El Imperio Griego no fué heredado por los hijos de Alejandro. Pocos años después de su muerte, toda su posteridad había caído víctima de los celos y la ambición de sus principales generales, que desgarraron el imperio en cuatro partes. ¡Cuán breve es el tránsito del más alto pináculo de la gloria terrena a las mayores profundidades del olvido y la muerte! Los cuatro principales generales de Alejandro: Casandro, Lisímaco, Seleuco y Tolomeo, tomaron posesión del imperio.

"Después de la muerte de Antígono [301 ant. de J.C.], los cuatro príncipes confederados se repartieron sus dominios; y con

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esto todo el imperio de Alejandro quedó dividido en cuatro reinos. Tolomeo tuvo Egipto, Libia, Arabia, Celesiria y Palestina; Casandro, Macedonia y Grecia; Lisímaco, la Tracia, Bitinia y alguna de las otras provincias que había más allá del Helesponto y el Bósforo; y Seleuco todo el resto. Estos cuatro fueron los cuatro cuernos del macho cabrío mencionado en las profecías del profeta Daniel, que crecieron después de haberse quebrado el primer cuerno. Ese primer cuerno era Alejandro, rey de Grecia, que derribó el reino de los medos y persas; y los otros cuatro cuernos fueron esos cuatro reyes, que surgieron después de él y se dividieron el imperio. Fueron también las cuatro cabezas del leopardo, de las cuales se habla en otro lugar de las mismas profecías. Y sus cuatro reinos fueron las cuatro partes en que, según el mismo proteta, el 'dominio' del 'rey valiente' iba a ser 'repartido por los cuatro vientos del cielo,' entre esos cuatro reyes y 'no a sus descendientes,' pues ninguno de ellos pertenecía a su posteridad. Por lo tanto, con esta última partición del imperio de Alejandro, se cumplieron exactamente todas estas profecías."[3]

VERS. 5: Y haráse fuerte el rey del mediodía: mas uno de los principes de aquél le sobrepujará, y se hará poderoso; su señorío será grande señorío.

El rey del sur.--En el resto de este capítulo se mencionan a menudo el rey del norte y el rey del sur. Por lo tanto es esencial identificar claramente estas potencias para que se pueda comprender la profecía. Cundo el imperio de Alejandro quedó dividido, sus diferentes porciones se extendían hacia los cuatro vientos del cielo: al norte, al sur, al este y al oeste. Estas divisiones tenían especialmente estas direcciones cuando se las observaba desde Palestina, parte central del imperio. La división que se hallaba al oeste de Palestina constituiría el reino del oeste; la que se encontraba al norte, sería el reino del norte; la situada al este, el reino del este; y la que se extendía al sur sería el reino del sur.

Durante las guerras y revoluciones que siguieron a través de

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los siglos, cambiaron con frecuencia los límites geográficos, o fueron borrados y se instituyeron nuevos. Pero cualesquiera que fuesen los cambios efectuados, estas primeras divisiones del imperio son las que deben determinar los nombres que desde entonces llevarán esas porciones del territorio, o no tendremos base ni norma para probar la aplicación de la profecía. En otras palabras, cualquiera que fuese la potencia que en un momento determinado ocupase el territorio que al principio constituyó el reino del norte, esa potencia iba a ser el rey del norte mientras ocupase ese territorio. Cualquier potencia que llegase a ocupar lo que al principio constituyó el reino del sur, sería mientras tanto el rey del sur. Hablamos sólo de esos dos, porque son de aquí en adelante los únicos dos mencionados en la profecía, y porque, de hecho, todo el imperio de Alejandro se resolvió finalmente en esas dos divisiones.

Los sucesores de Casandro fueron pronto vencidos por Lisímaco; y su reino, que comprendía a Grecia y Macedonia, quedó anexado a Tracia. Lisímaco, a su vez, fué vencido por Seleuco, y Macedonia y Grecia fueron anexadas a Siria.

Estos hechos preparan el terreno para interpretar el texto que estudiamos. El rey del sur, Egipto, iba a ser fuerte. Tolomeo Sotero anexó a Egipto, Chipre, Fenicia, Caria, Cirene y muchas islas y ciudades. Así fué hecho fuerte su reino. Pero la expresión "uno de los príncipes de aquél" introduce a otro de los príncipes de Alejandro. Debe referirse a Seleuco Nicátor, quien, como ya se ha declarado, al anexar Macedonia y Tracia a Siria llegó a poseer tres de las cuatro partes del dominio de Alejandro, y estableció un reino más poderoso que el de Egipto.

VERS. 6: Y al cabo de años se concertarán, y la hija del rey del mediodía vendrá al rey del norte para hacer los conciertos. Empero ella no podrá retener la fuerza del brazo: ni permanecerá él, ni su brazo; porque será entregada ella, y los que la habían traído, asimismo su hijo, y los que estaban de parte de ella en aquel tiempo.

El rey del norte.--Hubo frecuentes guerras entre los reyes de Egipto y los de Siria. Las hubo especialmente entre Tolomeo Filadelfo, segundo rey de Egipto, y Antíoco Theos, tercer rey de

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Siria. Acordaron finalmente hacer la paz a condición de que Antíoco repudiase a su primera esposa, Laodice, y sus dos hijos, y se casase con Berenice, hija de Tolomeo Filadelfo. En cumplimiento de esto, Tolomeo llevó su hija a Antíoco, y con ella le otorgó una inmensa dote.

"Empero ella no podrá retener la fuerza del brazo;" es decir, no continuará manifestándose en su favor el interés y poder de Antíoco. Así resultó; porque poco después, Antíoco hizo volver a la corte a su esposa anterior, Laodice, y sus hijos. Luego la profecía dice: "Ni permanecerá él [Antíoco], ni su brazo," o posteridad. Laodice, al recuperar el favor y el poder, temió que la inconstancia de Antíoco pudiese hacerla caer otra vez en desgracia llamando de nuevo a Berenice. Habiendo concluído que sólo la muerte de él podía protegerla eficazmente contra una tal contingencia, lo hizo envenenar poco después. Tampoco los hijos que tuvo de Berenice le sucedieron en el reino, porque Laodice arregló los asuntos de tal manera que obtuvo el trono para su hijo mayor Seleuco Calinico.

"Porque será entregada ella [Berenice]." No se contentó Laodice con envenenar a su esposo Antíoco, sino que hizo matar a Berenice y su hijo todavía en la infancia. "Los que la habían traído." Todos sus asistentes y mujeres de Egipto, al procurar defenderla, fueron muertos con ella. "Asimismo su hijo," fué muerto por orden de Laodice. "Y los que estaban de parte de ella en aquel tiempo," se refiere claramente a su esposo y a los que la defendieron.

VERS. 7-9: Mas del renuevo de sus raíces se levantará uno sobre su silla, y vendrá con ejército, y entrará en la fortaleza del rey del norte, y hará en ellos a su arbitrio, y predominará. Y aun los dioses de ellos, con sus príncipes, con sus vasos preciosos de plata y de oro, llevará cautivos a Egipto: y por años se mantendrá él contra el rey del norte. Así entrará en el reino el rey del mediodía, y volverá a su tierra.

El renuevo brotado de las mismas raíces que Berenice, fué su hermano Tolomeo Evérgetes. Sucedió a su padre en el trono de Egipto, y apenas se hubo instalado en él que, sintiendo el ardiente deseo de vengar a su hermana, reunió un ejército inmenso e in-

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vadió el territorio del rey del norte, Seleuco Calinico, quien reinaba con su madre en Siria. Prevaleció contra él, hasta el punto de conquistar a Siria, Cilicia, las regiones que estaban más allá que la parte superior del Eufrates y hacia el este hasta Babilonia. Pero al saber que una sedición había estallado en Egipto y exigía su regreso allí, saqueó el reino de Seleuco llevándose 40.000 talentos de plata y 2.500 imágenes de los dioses. Entre ellas había imágenes que antaño Cambises se había llevado de Egipto a Persia. Los egipcios, completamente entregados a la idolatría, otorgaron a Tolomeo el título de Evérgetes, el Bienhechor, en agradecimiento por haberles devuelto sus dioses que habían estado tantos años cautivos.

"Todavía nos quedan escritos que confirman varios de estos detalles--dice Tomás Newton.--Apiano nos informa de que, habiendo Laodice hecho matar a Antíoco, y después de él a Berenice y su hijo, Tolomeo, hijo de Filadelfo, invadió a Siria para vengar estos homicidios, mató a Laodice y avanzó hasta Babilonia. De Polibio aprendemos que Tolomeo, de sobrenombre Evérgetes, enfureciéndose por el trato cruel que recibiera su hermana, penetró en Siria con un ejército y tomó la ciudad de Seleucia, que fué después custodiada durante algunos años por guarniciones de los reyes de Egipto. Así entró 'en la fortaleza del rey del norte.' Polieno afirma que Tolomeo se adueñó de toda la región que se extiende desde el monte Tauro hasta la India sin guerra ni batalla; pero por error lo atribuye al padre en vez del hijo. Justino asevera que si Tolomeo no hubiese sido llamado de vuelta a Egipto por una sedición doméstica, se habría posesionado de todo el reino de Seleuco. De modo que el rey del sur penetró en el reino del norte, y luego regresó a su propia tierra. Igualmente duró 'más años que el rey del Norte,' (como dice la Versión Moderna, Vers. 8.); pues Seleuco Calinico murió en el destierro, de una caída de caballo y Tolomeo Evérgetes le sobrevivió cuatro o cinco años."[4]

VERS. 10: Mas los hijos de aquél se airarán, y reunirán multitud de

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grandes ejércitos: y vendrá a gran priesa, e inundará, y pasará, y tornará, y llegará con ira hasta su fortaleza.

La primera parte de este versículo habla de los hijos, en plural; la ultima, de uno, en singular. Los hijos de Seleuco Calinico fueron Seleuco Cerauno y Antíoco Magno. Ambos emprendieron con celo la tarea de justificar y vengar la causa de su padre y su país. El mayor de estos hijos, Seleuco, subió primero al trono. Congregó una gran multitud para recobrar los dominios de su padre; pero fué envenenado por sus generales después de un reinado corto y nada glorioso. Su hermano Antíoco Magno, que era más capaz que él, fué entonces proclamado rey. Se hizo cargo del ejército, recuperó Seleucia y Siria, y se hizo dueño de algunas plazas por tratado y de otras por la fuerza de las armas. Antíoco venció en batalla a Nicolás, el general egipcio, y pensaba invadir Egipto mismo. Pero hubo una tregua durante la cual ambos lados negociaron la paz, aunque preparándose para la guerra. Se trata ciertamente de un hijo que cumplió lo dicho: "Inundará, y pasará, y tornará."

VERS. 11: Por lo cual se enfurecerá el rey del mediodía, y saldrá, y peleará con el mismo rey del norte; y pondrá en campo gran multitud, y toda aquella multitud será entregada en su mano.

Conflicto entre el norte y el sur.--Tolomeo Filopátor sucedió a su padre Evérgetes como rey de Egipto, y recibió la corona poco después que Antíoco Magno sucedió a su hermano en el gobierno de Siria. Era un príncipe amante de la comodidad y del vicio, pero al fin lo despertó la perspectiva de una invasión de Egipto por Antíoco. Se enfureció de veras por las pérdidas que había sufrido y el peligro que le amenazaba. Reunió un gran ejército para detener los progresos del rey sirio, pero también el rey del norte iba a poner "en campo gran multitud." El ejército de Antíoco, según Polibio, alcanzaba a 62.000 infantes, 6.000 jinetes y 102 elefantes. En este conflicto, o sea la batalla de Rafia, Antíoco fué derrotado, con casi 14.000 soldados muertos y 4.000 tomados prisioneros, y su ejército fué entregado en las manos del rey del sur, en cumplimiento de la profecía.

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VERS. 12: Y la multitud se ensoberbecerá, elevaráse su corazón, y derribará muchos millares; mas no prevalecerá.

No supo Tolomeo aprovechar su victoria. Si hubiese llevado adelante sus ventajas, se habría adueñado probablemente de todo el reino de Antíoco; pero después de lanzar tan sólo algunas amenazas, hizo la paz para poder entregarse de nuevo a la ininterrumpida e irrefrenada satisfacción de sus pasiones brutales. Habiendo así vencido a sus enemigos, fué él mismo vencido por sus vicios, se olvidó del gran nombre que podría haber adquirido, y dedicó su tiempo a los banquetes y la sensualidad.

Su corazón se engrió por sus éxitos, pero distó mucho de ser fortalecido por ellos, pues el uso infame que hizo de sus recursos hizo que sus súbditos se rebelasen contra él. Pero el engreimiento de su corazón se manifestó especialmente en su trato con los judíos. Al venir a Jerusalén, ofreció sacrificios y quiso entrar en el lugar santísimo del templo, contra la ley y religión de los judíos. Al serle impedido esto, con gran dificultad, abandonó el lugar ardiendo de ira contra toda la nación de los judíos, e inmediatamente inició contra ellos una persecución implacable. En Alejandría, donde habían residido judíos desde los tiempos de Alejandro, y disfrutado privilegios como los ciudadanos más favorecidos, fueron muertos 40.000 según Eusebio, 60.000 según Jerónimo. La rebelión de los egipcios y la matanza de los judíos no fortalecieron ciertamente a Tolomeo en su trono, sino que contribuyeron más bien a arruinarlo.

VERS. 13: Y el rey del norte volverá a poner en campo mayor multitud que primero, y a cabo del tiempo de años vendrá a gran priesa con grande ejército y con muchas riquezas.

Los sucesos predichos en este versículo habían de acontecer "a cabo del tiempo de años." La paz concluída entre Tolomeo Filopátor y Antíoco Magno duró catorce años. Mientras tanto Tolomeo murió de su intemperancia y crápula, y le sucedió su hijo Tolomeo Epífanes, que tenía entonces cinco años. Antíoco suprimió la rebelión en su reino durante ese tiempo, y redujo a la obediencia las provincias orientales. Estaba pues libre para cualquier aventura cuando el joven Epífanes subió al trono de

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Egipto. Pensando que esta oportunidad era demasiado buena para no aprovecharla, reunió un inmenso ejército, "mayor multitud que primero," y se puso en marcha contra Egipto con la esperanza de obtener una victoria fácil contra el niño rey.

VERS. 14: Y en aquellos tiempos se levantarán muchos contra el rey del mediodía; e hijos de disipadores de tu pueblo se levantarán para confirmar la profecía, y caerán.

Antíoco Magno no fué el único que se levantó contra el niño Tolomeo. Agátocles, su primer ministro, que se había apoderado de la persona del rey y manejaba los asuntos del reino en su lugar, era tan disoluto y orgulloso en el ejercicio del poder que las provincias antes sujetas a Egipto se rebelaron. Egipto mismo se vió perturbado por sediciones, y los alejandrinos, levantándose contra Agátocles, le hicieron dar muerte a él, a su hermana, su madre y sus asociados. Al mismo tiempo, Felipe de Macedonia se coligó con Antíoco para dividirse con él los dominios de Tolomeo, proponiéndose cada uno tomar las porciones que le quedaban más cerca y convenientes. Todo esto constituía un levantamiento contra el rey del sur que bastaría para cumplir la profecía, y tuvo por resultado, sin duda alguna, los precisos eventos que la profecía anunciaba.

Pero un nuevo poder se introduce ahora: "Hijos de disipadores de tu pueblo," o literalmente, según Tomás Newton, "los hijos de los quebrantadores de tu pueblo.'[5] Allá lejos, en las riberas del Tíber, había un reino que venía albergando proyectos ambiciosos y sombríos designios. Pequeño y débil al principio, fué creciendo en fuerza y vigor con rapidez maravillosa, extendiéndose cautelosamente aquí y allí para probar su pujanza y adiestrar su brazo guerrero, hasta que cuando tuvo conciencia de su poder alzó audazmente la cabeza entre las naciones de la tierra, y con mano invencible empuñó el timón de los asuntos mundiales. Desde entonces el nombre de Roma se destaca en las páginas de la historia, pues está destinado a dominar el mundo durante largos siglos y a ejercer una poderosa influencia entre las naciones

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hasta el mismo fin del tiempo, de acuerdo con las profecías.

Habló Roma, y Siria y Macedonia no tardaron en encontrar que su sueño cambiaba de aspecto. Los romanos intervinieron en favor del joven rey de Egipto, resueltos a que se viese protegido de la ruina ideada por Antíoco y Felipe. Era en el ano 200 ant. de J.C., y fué una de las primeras intervenciones importantes de los romanos en los asuntos de Siria y Egipto. Rollin nos relata sucintamente el asunto de la siguiente manera:

"Antíoco, rey de Siria, y Felipe, rey de Macedonia, durante el reinado de Tolomeo Filopátor, habían manifestado el celo más enérgico por los intereses de aquel monarca, y estaban dispuestos a ayudarle en todas las ocasiones. Pero apenas murió, dejando tras sí a un niño, a quien por las leyes de la humanidad y la justicia no debieran haber molestado en la posesión del reino de su padre, se unieron inmediatamente en criminal alianza, y se incitaron mutuamente a eliminar al heredero legítimo y a repartirse sus dominios. Felipe debía recibir Caria, Libia, Cirenaica y Egipto; y Antíoco, todo el resto. Teniendo esto en vista, el último penetró en Celesiria y Palestina, y en menos de dos campanas realizó la conquista completa de esas dos provincias, con todas sus ciudades y dependencias. La culpa de ambos, dice Polibio, no habría sido tan flagrante si, como tiranos, se hubiesen esforzado por cubrir sus crímenes con alguna excusa capciosa; pero lejos de hacer esto, su injusticia y crueldad fueron tan descaradas que se les aplicaba lo que se dice generalmente de los peces, a saber que el grande se traga al chico, aunque sea de la misma especie. Uno se sentiría tentado, continúa diciendo el mismo autor, al ver tan abiertamente violadas las leyes de la sociedad, a acusar abiertamente a la Providencia de ser indiferente e insensible a los crímenes más horrendos; pero justificó ella plenamente su conducta al castigar a ambos reyes como lo merecían; e hizo en ellos tal escarmiento que debiera disuadir a otros de seguir su ejemplo en todos los siglos sucesivos. Porque mientras estaban meditando el despojo de un niño débil e impotente y arrebatándole su reino trozo a trozo, la Providencia suscitó contra ellos a los romanos que subvirtieron los reinos de Felipe

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y Antíoco, y redujeron a sus sucesores a calamidades casi tan grandes como aquellas con que se proponían aplastar al niño rey."[6]

"Para confirmar la profecía." Los romanos son, más que cualquier otro pueblo, tema de la profecía de Daniel. Su primera intervención en los asuntos de estos reinos se menciona aquí como el establecimiento o confirmación de la verdad de la visión que predecía la aparición de una potencia tal.

"Y caerán." Esta expresión la aplican algunos a los "muchos" mencionados en la primera parte del versículo, que se iban a coligar contra el rey del sur; y otros, a los disipadores del pueblo de Daniel, los romanos. Se aplica a ambos casos. Si se refiere a los que se combinaron contra Tolomeo, todo lo que se necesita decir es que cayeron rápidamente. Si se aplica a los romanos, la profecía señala simplemente el momento de su caída final.

VERS. 15: Vendrá pues el rey del norte, y fundará baluartes, y tomará la ciudad fuerte; y los brazos del mediodía no podrán permanecer, ni su pueblo escogido, ni habrá fortaleza que pueda resistir.

La educación del joven rey de Egipto fué confiada por el senado romano a Marcos Emilio Lépido, quien nombró como su tutor a Aristómenes, viejo y experimentado ministro de aquella corte. Su primer acto consistió en tomar medidas contra la amenaza de invasión por los dos reyes confederados, Felipe y Antíoco.

Con este fin envió a Scopas, famoso general de Etolia que servía entonces a los egipcios, a su país natal para obtener refuerzos armados. Después de equipar un ejército, penetró en Palestina y Celesiria (pues Antíoco estaba entonces guerreando con Atalo en Asia Menor) y sometió toda Judea a la autoridad de Egipto.

Así se ordenaron los acontecimientos para el cumplimiento del versículo que consideramos. Desistiendo de su guerra con Atalo a la orden de los romanos, Antíoco tomó rápidamente medidas para recobrar la Palestina y Celesiria de las manos de los egipcios. Fué enviado Scopas a hacerle frente. Cerca de las

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fuentes del Jordán, se encontraron los dos ejércitos. Scopas fué derrotado, perseguido hasta Sidón, y allí asediado estrechamente. Tres de los generales más capaces de Egipto, con sus mejores fuerzas, fueron enviados a levantar el sitio, pero sin éxito. Al fin, Scopas, hallando en el espectro del hambre un enemigo con el cual no podía contender, se vió obligado a rendirse con la deshonrosa condición de salvar la vida solamente. A él y sus 10.000 hombres se les permitió partir, despojados de todo e indigentes. Así se cumplió la predicción relativa al rey del norte: "Tomará la ciudad fuerte," porque Sidón era, por su posición y sus defensas, una de las ciudades más fuertes de aquellos tiempos. Así fué corno los brazos del sur no pudieron permanecer, ni el pueblo escogido por dicho reino, a saber, Scopas y sus fuerzas de Etolia.

VERS. 16: Y el que vendrá contra él, hará a su voluntad, ni habrá quien se le pueda parar delante; y estará en la tierra deseable, la cual será consumida en su poder.

Roma conquista a Siria y Palestina.--Aunque Egipto no había podido subsistir delante de Antíoco Magno, el rey del norte, Antíoco Asiático no pudo subsistir delante de los romanos, que vinieron contra él. No había reinos que pudiesen resistir a la potencia naciente. Siria fué conquistada y añadida al Imperio Romano cuando Pompeyo, en 65 ant. de J.C., privó a Antíoco Asiático de sus posesiones y redujo a Siria a la condición de provincia romana.

La misma potencia se había de destacar también en la Tierra Santa y consumirla. Los romanos se relacionaron con el pueblo de Dios, los judíos, por alianza en 161 ant. de J- C. Desde entonces Roma ocupó un lugar eminente en el calendario profético. Pero no adquirió, sin embargo, jurisdicción sobre Judea por conquista efectiva hasta el año 63 ant. de J.C.

Al regresar Pompeyo de su expedición contra Mitridates Eupátor, rey del Ponto, dos competidores, hijos del sumo pontífice de los judíos en Palestina, Hircano y Aristóbulo, se hallaban luchando por la corona de Judea. Su causa fué presentada a Pompeyo, quien no tardó en percibir la injusticia de las pre-

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tensiones de Aristóbulo, pero deseó diferir la decisión del asunto hasta después de realizar la expedición que desde hacía mucho quería conducir al interior de Arabia. Prometió entonces volver y arreglar los asuntos de la manera más justa y propia. Aristóbulo, penetrando los verdaderos sentimientos de Pompeyo, se apresuró a regresar a Judea, armó a sus súbditos y se preparó para defenderse vigorosamente, resuelto a conservar a toda costa la corona que, según preveía, iba a ser adjudicada a otro. Después de su campaña de Arabia contra el rey Aretas, Pompeyo supo de aquellos preparativos bélicos y marchó contra Judea. Cuando se acercó a Jerusalén, Aristóbulo empezó a arrepentirse de su conducta, salió al encuentro de Pompeyo y procuró arreglar los asuntos mediante la promesa de someterse por completo y dar grandes sumas de dinero. Aceptó Pompeyo este ofrecimiento y envió a Gabinio con un destacamento de soldados para recibir el dinero. Pero cuando aquel lugarteniente llegó a Jerusalén, encontró las puertas cerradas, y se le dijo desde la cima de las murallas que la ciudad no ratificaba el arreglo.

Como no quería ser engañado así impunemente, Pompeyo encadenó a Aristóbulo y marchó inmediatamente contra Jerusalén con todo su ejército. Los partidarios de Aristóbulo querían defender la ciudad; los de Hircano preferían que se abriesen las puertas. Como estos últimos eran mayoría, prevalecieron, y se le dejó entrar libremente a Pompeyo en la ciudad, ante lo cual los adeptos de Aristóbulo se retiraron a la fortaleza del templo, tan resueltos a defender el lugar que Pompeyo se vió obligado a sitiarlo. Al cabo de tres meses se logró hacer en la muralla una brecha suficiente para dar el asalto, y el lugar fué tomado a punta de espada. En la terrible matanza que siguió, perecieron 12.000 personas. Era un espectáculo conmovedor, observa el historiador, ver a los sacerdotes, que en el momento se dedicaban al servicio divino, proseguir su obra acostumbrada con mano serena y propósito firme, aparentemente inconscientes del tumulto salvaje, hasta que su propia sangre se mezclaba con la de los sacrificios que ofrecían.

Después de acabar la guerra, Pompeyo demolió las murallas

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de Jerusalén, transfirió varias ciudades de la jurisdicción de Judea a la de Siria, e impuso tributo a los judíos. Por primera vez Jerusalén fué puesta por conquista en las manos de Roma, la potencia que había de retener a "la tierra deseable" en su férrea dominación hasta que fuese totalmente consumida.

VERS. 17: Pondrá luego su rostro para venir con el poder de todo su reino; y hará con aquel cosas rectas, y darále una hija de mujeres para trastornarla: mas no estará ni será por él.

Tomás Newton nos proporciona otra traducción de este versículo, que parece expresar más claramente el sentido: "Asentará también su rostro para entrar por la fuerza en todo el reino."[7]

Roma invade el reino del sur.--El vers. 16 nos llevó hasta la conquista de Siria y Judea por los romanos. Roma había conquistado anteriormente a Macedonia y Tracia. Egipto era ya lo único que quedaba de "todo el reino" de Alejandro que no hubiese sido reducido a sujeción del poder romano. Roma se decidió entonces a entrar por fuerza en la tierra de Egipto.

Tolomeo Auletes murió en 51 ant. de J.C. Dejó la corona y el reino de Egipto a la mayor de sus hijas sobrevivientes, Cleopatra y a su hijo mayor, Tolomeo XII, niño de nueve o diez años. Ordenaba en su testamento que debían casarse y reinar conjuntamente. Como eran jóvenes, fueron puestos bajo la custodia de los romanos. El pueblo romano aceptó el cargo, y designó a Pompeyo guardián de los tiernos herederos de Egipto.

Pronto estalló, entre Pompeyo y Julio César, una disputa que culminó en la famosa batalla de Farsalia. Pompeyo, derrotado, huyó a Egipto. César le siguió inmediatamente allí; pero antes de su llegada Pompeyo fué vilmente asesinado a instigación de Tolomeo. César asumió entonces la custodia de Tolomeo y Cleopatra. Halló a Egipto conmovido por disturbios internos, pues Tolomeo y Cleopatra se habían vueltos hostiles el uno hacia el otro, puesto que ella había quedado privada de su participación en el gobierno.

Como las dificultades aumentaban diariamente, César en-

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contró insuficiente su pequeña fuerza para mantener su posición, y no pudiendo abandonar Egipto porque el viento norte prevalecía durante la estación, mandó venir de Asia todas las tropas que tenía en aquella región.

Julio César decretó que Tolomeo y Cleopatra licenciasen sus ejércitos, compareciesen delante de él para arreglar sus diferencias, y acatasen su decisión. Puesto que Egipto era un reino independiente, este decreto fué considerado como una afrenta a la dignidad real, y los egipcios enfurecidos tomaron las armas. César contestó que obraba autorizado por el testamento del padre de los príncipes, Tolomeo Auletes, quien había confiado a sus hijos a la custodia del senado y el pueblo de Roma.

El asunto fué llevado finalmente ante él, y se nombraron abogados para defender la causa de las partes respectivas. Conociendo Cleopatra la debilidad del gran general romano, decidió comparecer ante él en persona. Para llegar a su presencia sin ser vista, recurrió a la siguiente estratagema: Se acostó en una alfombra dentro de la cual la envolvió su criado siciliano Apolodoro, y después de atar el fardo con una correa, lo alzó a sus hombros hercúleos y se dirigió al alojamiento de César. Al aseverar que traía un presente para el general romano, fué admitido a la presencia de César y depositó su carga a sus pies. Cuando César desató este bulto animado, la hermosa Cleopatra se puso de pie delante de él.

Acerca de este incidente dice F. E. Adcock: "Cleopatra tenía derecho a ser oída si César iba a ser el juez, y se las arregló para llegar a la ciudad y hallar a un barquero que la llevase a él. Vino, vió y venció. A las dificultades militares que había para retirarse ante el ejército egipcio, se añadió el hecho de que César ya no quería irse. Tenía más de cincuenta años, pero conservaba una imperiosa susceptibilidad que evocaba la admiración de sus soldados. Cleopatra tenía veintidós años, era tan ambiciosa y de tan elevado temple como César mismo, y resultó ser una mujer a la cual podía comprender y admirar tanto como amarla."[8]

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César decretó finalmente que el hermano y la hermana ocupasen conjuntamente el trono, de acuerdo con la voluntad de su padre. Pótimo, primer ministro del Estado, que había sido el principal responsable de que Cleopatra fuese expulsada del trono, temió su restauración. Empezó, por lo tanto, a despertar celos y hostilidad contra César, insinuando entre el populacho que se proponía dar eventualmente todo el poder a Cleopatra. No tardó en estallar una sedición. Los egipcios intentaron destruir la flota romana. César contestó quemando la de ellos. Como algunos de los barcos incendiados fueron empujados contra el muelle, se incendiaron varios edificios de la ciudad, y quedó destruída la famosa biblioteca de Alejandría, que contenía casi 400.000 tomos. Antípater el Idumeo se le unió con 3.000 judíos. Estos, que ocupaban los pasos fronterizos que daban entrada a Egipto, dejaron pasar al ejército romano sin interceptarlo. La llegada de este ejército de judíos bajo Antípater ayudó a decidir la contienda.

Cerca del Nilo, se peleó una batalla decisiva entre las flotas de Egipto y de Roma, y resultó en una victoria completa para César. Tolomeo, intentando escapar, se ahogó en el río. Alejandría y todo Egipto se sometieron al vencedor. Roma había entrado ahora en todo el reino original de Alejandro y lo había absorbido.

La referencia que en algunas versiones se hace aquí a los "justos," tendrá indudablemente por objeto a los judíos que dieron a Julio César la ayuda ya mencionada. Sin ella, habría fracasado; gracias a ella, subyugó completamente a Egipto en el año 47 ant. de J.C.

"Una hija de mujeres para trastornarla" fué Cleopatra, que había sido la querida de César y le había dado un hijo. El hechizo de la reina le hizo quedar en Egipto mucho más tiempo de lo que requerían sus asuntos. Pasaba noches enteras en banquetes y fiestas con la reina disoluta. "Mas no estará ni será por él," había dicho el profeta. Más tarde Cleopatra se unió a Antonio, el enemigo de Augusto César, y ejerció todo su poder contra Roma.

VERS. 18: Volverá después su rostro a las islas, y tomará muchas; mas un príncipe le hará parar su afrenta, y aun tornará sobre él su oprobio.

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La guerra que hubo de sostener en Siria y Asia Menor contra Fárnaces, rey del Bósforo Cimerio, apartó a Julio César de Egipto. "Al llegar adonde estaban los enemigos--dice Prideaux--sin darles descanso a ellos ni a sí mismo, cayó inmediatamente sobre ellos, y obtuvo una victoria absoluta, de la que dió cuenta escribiendo a un amigo suyo estas tres palabras: Veni, vidi, vici! (Vine, ví, vencí.)"[9] La última parte del versículo se halla envuelta en cierta obscuridad, y hay divergencia de opinión acerca de su aplicación. Algunos la aplican a un momento anterior de la vida de César, y creen ver su cumplimiento en su disputa con Pompeyo. Pero otros acontecimientos anteriores y subsiguientes en la profecía nos obligan a buscar el cumplimiento de esta parte de la predicción entre la victoria de César sobre Fárnaces y la muerte de César en Roma, que se presenta en el versículo siguiente.

VERS. 19: Luego volverá su rostro a las fortalezas de su tierra: mas tropezará y caerá, y no parecerá más.

Después de su conquista del Asia Menor, César derrotó los últimos fragmentos del partido de Pompeyo, bajo Catón y Escipión en Africa, y bajo Labieno y Varo en España. Regresando a Roma, "las fortalezas de su tierra," fué hecho dictador vitalicio. Se le concedieron otros poderes y honores que le hicieron de hecho soberano absoluto del imperio. Pero el proteta había dicho que tropezaría y caería. El lenguaje empleado implica que su caída sería repentina e inesperada, como la de una persona que tropezara accidentalmente mientras anda. Asimismo ese hombre, de quien se dice que había peleado y ganado cincuenta batallas y tomado mil ciudades, cayó, no en el fragor de la batalla, sino cuando pensaba que su senda era llana y lejano el peligro.

"La víspera de los idus, César cenó con Lépido, y mientras los huéspedes estaban sentados ante el vino alguien preguntó: '¿De qué muerte es mejor morir?' César que estaba ocupado firmando cartas dijo: 'De una repentina.' A las doce del día siguiente, a

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pesar de los sueños y presagios, se sentó en su silla en el Senado, rodeado de hombres a quienes había atendido, ascendido o salvado. Allí fué herido, y lucho hasta caer muerto al pie de la estatua de Pompeyo."[10] Así tropezó de repente, cayó, y no pareció más, en 44 ant. de J.C.

VERS. 20: Entonces sucederá en su silla uno que hará pasar exactor por la gloria del reino; mas en pocos días será quebrantado, no en enojo, ni en batalla.

Aparece Augusto el exactor.--Octavio sucedió a su tío Julio que le había adoptado. Anunció públicamente esta adopción de su tío, y tomó su nombre. Se unió a Marco Antonio y Lépido para vengar la muerte de Julio César. Los tres organizaron una forma de gobierno que se ha llamado triunvirato. Cuando Octavio hubo quedado firmemente establecido en el gobierno, el senado le confirió el título de "Augusto," y habiendo muerto ya los otros miembros del triunvirato, quedó como soberano supremo.

Fué de veras un exactor. Lucas, hablando de lo que aconteció en el tiempo en que nació Cristo dice: "Y aconteció en aquellos días que salió edicto de parte de Augusto César, que toda la tierra fuese empadronada," evidentemente para el cobro de los impuestos, como lo indican ciertas versiones. (Lucas 2:1.) Durante el reinado de Augusto, "se impusieron nuevas contribuciones; una cuarta parte de la renta anual de todos los ciudadanos y un tributo capital de un octavo a todos los libertos."[11]

Estuvo en "la gloria del reino." Roma llegó al pináculo de su grandeza y poder durante la era de Augusto. Nunca conoció el imperio una hora más esplendorosa. Reinaba la paz, se mantenía la justicia, se refrenaba el lujo, se confirmaba la disciplina y se estimulaba el saber. Durante su reinado, el templo de Jano se cerró tres veces, lo cual significaba que el mundo estaba en paz. Desde la fundación del Imperio Romano ese templo se había cerrado sólo dos veces antes. En ese momento auspicioso nació nuestro Señor en Belén de Judea. Algo menos de 18 años después

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del empadronamiento mencionado, es decir "pocos días" para la distancia desde la cual miraba el profeta, murió Augusto en el año 14 de nuestra era, a los 76 años de edad. No acabó su vida presa de la ira o en medio de una batalla, sino pacíficamente en su cama, en Nola, adonde había ido en busca de descanso y salud.

VERS. 21: Y sucederá en su lugar un vil, al cual no darán la honra del reino: vendrá empero con paz, y tomará el reino con halagos.

Tiberio corta al Príncipe del pacto.--Tiberio César sucedió a Augusto en el trono romano. Fué elevado al consulado a la edad de 29 años. La historia nos dice que cuando Augusto estaba por designar a su sucesor, su esposa Livia le rogó que nombrase a Tiberio, que era hijo suyo por un matrimonio anterior. Pero el emperador dijo: "Tu hijo es demasiado vil para llevar la púrpura de Roma." Prefirió a Agripa, ciudadano romano virtuoso y muy respetado. Pero la profecía había previsto que "un vil" iba a suceder a Augusto. Agripa murió, y Augusto se vió nuevamente en la necesidad de elegir un sucesor. Livia renovó sus intercesiones en favor de Tiberio, y Augusto, debilitado por la edad y la enfermedad, se dejó halagar y consintió finalmente en nombrar a aquel joven "vil" como su colega y sucesor. Pero nunca le concedieron los ciudadanos el amor, el respeto y "la gloria del reino" que se deben a un soberano íntegro y fiel.

¡Cuán claramente cumple esto la predicción de que no le darían la gloria del reino! Pero había de entrar pacíficamente, y obtener el reino por halagos. Veamos cómo se cumplió esto:

"Durante el resto de la vida de Augusto, se condujo [Tiberio] con gran prudencia y habilidad, y concluyó una guerra con los germanos de tal manera que mereció un triunfo. Después de la derrota de Varo y sus legiones, se le envió a detener el progreso de los germanos victoriosos, y actuó en esa guerra con ecuanimidad y prudencia. A la muerte de Augusto, le sucedió (14 de J.C.) sin oposición en la soberanía del imperio, que simuló rechazar, sin embargo, con su disimulo característico, hasta que el servil senado le solicitó repetidas veces que la aceptase."[12]

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El disimulo de su parte, los halagos de parte del senado servil, y la posesión del reino sin oposición fueron las circunstancias que acompañaron su accesión al trono y cumplieron la profecía.

El personaje presentado en el pasaje es llamado "un vil." ¿Fué éste el carácter que manifestó Tiberio? Dejemos que conteste otro párrafo de la Encyclopoedia Americana:

"Tácito relata los acontecimientos de su reinado, inclusive la muerte sospechosa de Germánico, la detestable administración de Seyano, el envenenamiento de Druso, con toda la extraordinaria mixtura de tiranía con la sabiduría y el buen sentido que ocasionalmente distinguieron la conducta de Tiberio, hasta su infame y disoluto retiro (26 de J.C.) a la isla de Capri, en la bahía de Napóles, para nunca volver a Roma. . . . El resto del reinado de ese tirano no ofrece casi otra cosa que una nauseabunda narración de muestras de servilismo por un lado y despótica ferocidad por el otro. Que él mismo sufrió tanta desgracia como infligió a otros, se desprende del siguiente comienzo de una de sus cartas al senado: '¡Que los dioses y las diosas me aflijan más de lo que me afligen, si puedo decir qué os escribiré a vosotros, padres conscriptos, o no os escribiré, o para qué os habría de escribir siquiera!' ¡Qué tortura mental-observa Tácito con referencia a este pasaje-fué la que pudo arrancar semejante confesión!"[13]

Si la tiranía, la hipocresía, la crápula y la embriaguez ininterrumpida son rasgos y prácticas que revelan vileza en un hombre, Tiberio manifestó ese carácter a la perfección.

VERS. 22: Y con los brazos de inundación serán inundados delante de él, y serán quebrantados; y aun también el príncipe del pacto.

Tomás Newton presenta la siguiente traducción de este pasaje como más fiel al original: "Y los brazos del que inunda serán superados delante de él, y serán quebrados."[14] Esto significa revolución y violencia; y como cumplimiento hemos de ver superados los brazos de Tiberio el que inunda, o en otras palabras, verle sufrir una muerte repentina. Para demostrar cómo sucedió

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esto, vamos a citar nuevamente la Encyclopoedia Americana:

"Actuando como hipócrita hasta el fin, disfrazó cuanto pudo su creciente debilidad, llegando hasta simular que participaba en los deportes y ejercicios de los soldados de su guardia. Al fin, abandonando su isla favorita, escenario de la más repugnante crápula, se detuvo en una casa de campo cerca del promontorio de Miceno, donde, el 16 de marzo del año 37, cayó en un letargo que le daba aspecto de muerto. Calígula se estaba preparando con numerosa escolta para tomar posesión del imperio, cuando su repentino despertar los dejó a todos consternados. En ese instante crítico, Macro, el prefecto del pretorio, lo hizo sofocar con almohadas. Así expiró universalmente execrado, el emperador Tiberio, a los 68 años de edad, en el año 33 de su reinado."[15]

Después de llevarnos hasta la muerte de Tiberio, el profeta menciona un acontecimiento que iba a producirse durante su reinado y que resulta tan importante que no debe pasarse por alto. Es el quebrantamiento del "Príncipe del pacto," o sea la muerte de nuestro Señor Jesucristo, "el Mesías príncipe," que durante una semana había de confirmar el pacto con su pueblo. (Daniel 9:25-27.)

Según la Escritura, la muerte de Cristo acaeció durante el reinado de Tiberio. Lucas nos explica que en el año quince del reinado de Tiberio César, Juan Bautista inició su ministerio. (Lucas 3:1-3.) Según Prideaux,[16] el Dr. Hales[17] y otros, el reinado de Tiberio debe contarse desde su elevación al trono para reinar conjuntamente con Augusto, su padrastro, en agosto del año 12 de J.C. Su décimoquinto año se extendería, por lo tanto, desde agosto de 26 a agosto del 27. Cristo tenía seis meses menos que Juan, y se cree que inició su ministerio seis meses más tarde, puesto que ambos, de acuerdo con la ley del sacerdocio, empezaron su obra cuando tenían treinta años. Si Juan comenzó su ministerio en la primavera, durante la última parte del año

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quince de Tiberio, esto haría comenzar el ministerio de Cristo en el otoño de 27. Y éste es precisamente el momento en que los autores más autorizados colocan el bautismo de Cristo, el punto preciso en que terminan los 483 años que desde 457 ant. de J.C. debían extenderse hasta el Mesías Príncipe. Salió Cristo entonces a proclamar que el tiempo se había cumplido. De ese punto avanzamos tres años y medio para hallar la fecha de la crucifixión, pues Cristo asistió a cuatro Pascuas, y fué crucificado en ocasión de la cuarta. Tres años y medio más, a contar desde el otoño de 27, nos llevan a la primavera de 31. La muerte de Tiberio se produjo seis años más tarde, en 37 de J.C. (Véanse los comentarios sobre Daniel 9:25-27.)

VERS. 23: Y después de los conciertos con él, él hará engaño, y subirá, y saldrá vencedor con poca gente.

Roma entra en liga con los judíos.--El pronombre "él" referente a la persona con quien se hacen conciertos, debe designar la misma potencia que ha sido el tema de la profecía desde el vers. 14: el Imperio Romano. Que tal sea el caso ha quedado demostrado en el cumplimiento que dieron a la profecía tres personajes que gobernaron sucesivamente el imperio: Julio César, Augusto y Tiberio.

Ahora que el profeta nos ha llevado a través de los acontecimientos de la historia secular del Imperio Romano hasta el fin de las 70 semanas de Daniel 9:24, nos hace regresar al momento en que los romanos se relacionaron directamente con el pueblo de Dios al coligarse con los judíos en 161 ant. de J.C. Desde ese punto se nos hace recorrer una serie sucesiva de acontecimientos hasta el triunfo final de la iglesia y el establecimiento del reino eterno de Dios. Hallándose gravosamente oprimidos por los reyes sirios, los judíos enviaron una embajada a Roma para solicitar la ayuda de los romanos y unirse con ellos en "una liga de amistad y confederación con ellos."[18] Los romanos escucharon la petición de los judíos, y les otorgaron un decreto redactado en estos términos:

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" 'El decreto del senado acerca de una liga de ayuda y amistad con la nación de los judíos. No será lícito para cualquiera que esté sujeto a los romanos hacer guerra a la nación de los judíos ni ayudar a los que la hagan, sea mandándoles grano, barcos o dinero; y si se dirigiese algún ataque contra los judíos, los romanos les ayudarán en lo que puedan; y también si los romanos son atacados, los judíos les ayudarán. Y si los judíos se proponen añadir o quitar algo de este pacto de ayuda, ello se hará con el consentimiento común de los romanos. Cualquier adición hecha así, tendrá fuerza.' Este decreto fué escrito por Eupolemo, hijo de Juan, y por Jasón, hijo de Eleazar, cuando Judas era sumo sacerdote de la nación, y Simón su hermano, general del ejército. Esta fué la primera liga que los romanos hicieron con los judíos, y se administró de esta manera."[19]

En aquel tiempo los romanos eran un pueblo pequeño, pero empezaban a obrar con engaño o astucia, como lo indica la palabra. Y desde ese tiempo se fueron elevando constante y rápidamente hasta llegar al apogeo del poder.

VERS. 24: Estando la provincia en paz y en abundancia, entrará y hará lo que no hicieron sus padres ni los padres de sus padres; presa, y despojos, y riquezas repartirá a sus soldados; y contra las fortalezas formará sus designios: y esto por tiempo.

Antes de Roma, las naciones entraban en provincias valiosas y ricos territorios en son de guerra y conquista. Roma iba a hacer ahora lo que no había sido hecho por los padres ni los padres de los padres, a saber, obtener las adquisiciones por medios pacíficos. Se inauguró entonces la costumbre de que los reyes legasen sus reinos a los romanos. Roma entró así en posesión de grandes provincias.

Los que pasaban así a depender de Roma obtenían no pocas ventajas. Eran tratados con bondad e indulgencia. Era como si la presa y el despojo fuesen distribuídos entre ellos. Quedaban protegidos de sus enemigos, y descansaban en paz y seguridad bajo la égida del poder romano.

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A la última parte de este versículo, atribuye Tomás Newton el significado de formar designios desde las fortalezas, en vez de contra ellas. Esto lo hicieron los romanos desde la poderosa fortaleza de su ciudad asentada sobre siete colinas. "Y esto por tiempo" se refiere sin duda a un tiempo profético, 360 años. ¿Desde qué punto deben arrancar esos años? Probablemente del acontecimiento presentado en el versículo siguiente.

VERS. 25: Y despertará sus fuerzas y su corazón contra el rey del mediodía con grande ejército: y el rey del mediodía se moverá a la guerra con grande y muy fuerte ejército; mas no prevalecerá, porque le harán traición.

Roma contiende con el rey del sur.--Los versículos 23 y 24 nos llevan desde la liga hecha entre los judíos y los romanos en 161 ant. de J.C. hasta el tiempo en que Roma hubo adquirido el dominio universal. El versículo que consideramos ahora nos presenta una vigorosa campaña contra el rey del sur, Egipto, y una gran batalla entre poderosos ejércitos. ¿Sucedieron acontecimientos tales en la historia de Roma más o menos en ese tiempo? Por cierto que sí. Hubo una guerra entre Egipto y Roma, y la batalla fué la de Accio. Consideremos brevemente las circunstancias que condujeron a este conflicto.

Marco Antonio, Augusto César y Lépido constituyeron un triunvirato que juró vengar la muerte de Julio César. Antonio llegó a ser cuñado de Augusto al casarse con su hermana Octavia. Fué enviado a Egipto por asuntos del gobierno, pero cayó víctima de los encantos de Cleopatra, la reina disoluta. Tan avasalladora fué la pasión que por ella concibió, que abrazó finalmente los intereses egipcios, repudió a su esposa Octavia para agradar a Cleopatra, y concedió a ésta una provincia tras otra. Celebró triunfos en Alejandría en vez de hacerlo en Roma, y cometió otras tales afrentas contra el pueblo romano, que Augusto no tuvo dificultad en inducir a ese pueblo a emprender una vigorosa guerra contra Egipto. Esta guerra se dirigía ostensiblemente contra Egipto y Cleopatra, pero en realidad iba contra Antonio, que estaba ahora a la cabeza de los asuntos egipcios. La verdadera causa de su controversia, dice Prideaux, era que ninguno de

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los dos podía conformarse con una sola mitad del Imperio Romano. Lépido había sido depuesto del triunvirato, y los dos se repartían el gobierno del imperio. Como cada uno estaba resuelto a poseerlo todo, echaron los dados de la guerra para obtener esa posesión.

Antonio reunió su flota en Samos. Quinientos barcos de tamaño y estructura extraordinarios, que tenían varios puentes uno sobre otro, con torres a proa y a popa, ofrecían un despliegue imponente y formidable. Estos barcos llevaban unos 125.000 soldados. Los reyes de Libia, Cilicia, Capadocia, Paflagonia, Comagena y Tracia se hallaban allí en persona, y los de Ponto, Judea, Licaonia, Galacia y Media habían enviado sus tropas. Rara vez vió el mundo un espectáculo militar más espléndido que esta flota de barcos de guerra cuando desplegó sus velas y se hizo a la mar. Los superaba a todos en magnificencia la galera de Cleopatra, que flotaba como un palacio de oro bajo una nube de velas purpúreas. Sus pabellones y banderines ondeaban al viento y las trompetas y otros instrumentos de música bélica hacían resonar los cielos con notas de alegría y triunfo. Antonio la seguía de cerca en una galera de magnificencia casi igual.

Augusto, por su lado, puso de manifiesto menos pompa, pero más utilidad. El número de sus barcos era apenas la mitad del de Antonio y tenía sólo 80.000 infantes. Pero eran todos hombres escogidos, y a bordo de su flota no había sino marineros expertos; mientras que Antonio, no habiendo hallado suficientes marineros, se veía obligado a hacer tripular sus barcos por artesanos de todas clases, hombres inexpertos y más capaces de ocasionar molestias que prestar verdadero servicio durante una batalla. Como se había consumido gran parte de la estación en estos preparativos, Augusto ordenó a sus barcos que se reuniesen en Bríndisi, y Antonio juntó los suyos en Corcira hasta el año siguiente.

En la primavera, ambos ejércitos se pusieron en movimiento por tierra y por mar. Las flotas entraron por fin en el golfo de Ambracia en el Epiro, y las fuerzas terrestres se desplegaron en ambas orillas, bien a la vista unas de otras. Los generales más

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experimentados de Antonio le aconsejaban que no arriesgase una batalla naval con sus marineros inexpertos, sino que enviase a Cleopatra de vuelta a Egipto y se apresurase a penetrar él en Tracia y Macedonia para confiar en seguida el resultado a sus fuerzas terrestres que eran tropas veteranas. Pero, como si fuese una ilustración del viejo adagio: Quem Deus perdere vult, prius dementat ("Aquel a quien Dios quiere destruir, primero lo enloquece"), dejó prevalecer su infatuación por Cleopatra, y sólo a ella quiso agradar cuando, confiada en las apariencias, consideró su flota invencible y le aconsejó que entrase en acción inmediatamente.

La batalla se riñó el 2 de septiembre del año 31 ant. de J.C., en la boca del golfo de Ambracia, cerca de la ciudad de Accio. Lo que estaba en juego entre estos rudos guerreros, Antonio y Augusto, era el dominio del mundo. La contienda, que se mantuvo dudosa largo rato, quedó finalmente decidida por la conducta de Cleopatra. Asustada por el fragor de la batalla, se dió a la fuga cuando no había peligro, y arrastró tras sí la escuadra egipcia que contaba con sesenta barcos. Antonio, al ver este movimiento y olvidándose de todo lo que no fuera su ciega pasión por ella, la siguió precipitadamente, y entregó a Augusto una victoria que podría haber ganado él mismo si sus fuerzas egipcias le hubiesen sido leales, o él mismo hubiese sido leal a su propia virilidad.

Esta batalla marca sin duda el comienzo del "tiempo" mencionado en el vers. 24. Como durante ese "tiempo" se iban a idear designios desde la fortaleza, o Roma, debemos concluir que al fin de aquel período iba a cesar la supremacía occidental, o que se iba a producir un cambio tal en el imperio que ya no se consideraría a aquella ciudad como la sede del gobierno. Desde el año 31 ant. de J.C., un "tiempo" profético, o 360 años, nos habría de llevar al año 330 de nuestra era. De ahí que merezca observarse el hecho de que la sede del imperio fué trasladada de Roma a Constantinopla por Constantino el Grande en ese año preciso.[20]

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VERS. 26: Aun los que comerán su pan, le quebrantarán; y su ejercito sera destruído, y caerán muchos muertos.

Antonio fué abandonado por sus aliados y amigos, los que comían su pan. Cleopatra, como ya se ha explicado, se retiró repentinamente de la batalla, llevando consigo sesenta barcos de línea. El ejército terrestre, disgustado por la infatuación de Antonio, se pasó a Augusto, que recibió a los soldados con los brazos abiertos. Cuando Antonio llegó a Libia, encontró que las fuerzas que había dejado allí bajo Escarpio para custodiar la frontera, se habían declarado en favor de Augusto, y en Egipto sus fuerzas se rindieron. Airado y desesperado, Antonio se quitó la vida.

VERS. 27: Y el corazón de estos dos reyes será para hacer mal, y en una misma mesa tratarán mentira: mas no servirá de nada, porque el plazo aun no es llegado.

Anteriormente Antonio y Augusto habían estado aliados. Sin embargo, bajo el disfraz de la amistad ambos aspiraban al dominio universal y maquinaban para obtenerlo. Sus protestas de amistad mutua eran declaraciones de hipócritas. Se decían mentiras en una misma mesa. Octavia, esposa de Antonio y hermana de Augusto, declaró al pueblo de Roma, cuando Antonio la repudió, que ella había consentido en casarse con él tan sólo porque esperaba que ello garantizaría la unión entre Antonio y Augusto. Pero ese recurso no prosperó. Vino la ruptura, y en el conflicto que siguió, Augusto triunfó en forma absoluta.

VERS. 28: Y volveráse a su tierra con grande riqueza, y su corazón será contra el pacto santo: hará pues [hazañas, original], y volveráse a su tierra.

Aquí se presentan dos regresos de ciertas campañas de conquista. El primero se produjo después de los acontecimientos narrados en los vers. 26, 37, y el segundo, después que aquella potencia se indignó contra el santo pacto y hubo cumplido sus hazañas. La primera vez fué cuando volvió Augusto de su expedición a Egipto contra Antonio. Llegó a Roma con abundantes honores y riquezas, porque "en esa ocasión se trajeron tan vastas

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riquezas de Egipto a Roma, cuando se redujo a aquel país, y de allí volvió Octaviano [Augusto] con su ejército, que el valor del dinero bajó a la mitad, y los precios de las provisiones y de todas las mercaderías vendibles se duplicó."[21]

Augusto celebró sus victorias con un triunfo de tres días, triunfo que habría sido agraciado por Cleopatra misma entre los cautivos reales si ella no se hubiese hecho picar artera y fatalmente por un áspid.

Roma destruye a Jerusalén.--La próxima gran empresa de los romanos después de la conquista de Egipto fué la expedición contra Judea y la toma y destrucción de Jerusalén. El pacto santo es indudablemente el pacto que Dios había mantenido con su pueblo bajo diferentes formas a través de las diversas eras del mundo. Los judíos rechazaron a Cristo, y de acuerdo con la profecía de que serían cortados todos los que no quisieran oír al Profeta, fueron raídos de su propia tierra y dispersados entre todas las naciones de la tierra. Aunque judíos y cristianos sufrieron por igual bajo la mano opresora de los romanos, fué indudablemente en la reducción de Judea cuando se pusieron de manifiesto las hazañas mencionadas aquí en el texto sagrado.

Bajo Vespasiano los romanos invadieron Judea y tomaron las ciudades de Galilea: Corazín, Betsaída y Capernaúm, donde Cristo fué rechazado. Destruyeron los habitantes y no dejaron otra cosa que ruinas y desolación. Tito sitió a Jerusalén, y abrió una trinchera en derredor, según lo predicho por nuestro Salvador. Se produjo una terrible hambre. Moisés había predicho que espantosas calamidades vendrían sobre los judíos si se apartaban de Dios. Había sido profetizado que aun las mujeres tiernas y delicadas comerían a sus propios hijos en la apretura del sitio. (Deuteronomio 28:52-55.) Durante el sitio de Jerusalén por Tito, se vió cumplida literalmente esta predicción. Al oír el informe de estos actos inhumanos, pero olvidando que él era quien reducía al pueblo a tales extremos, juró Tito que extirparía para siempre la ciudad maldita y su pueblo.

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Jerusalén cayó en el año 70 de nuestra era. Honra al comandante romano el hecho de que había resuelto salvar el templo, pero el Señor había dicho: "No será dejada aquí piedra sobre piedra, que no sea destruída." (Mateo 24:2.) Un soldado romano, tomando una tea encendida y trepándose sobre los hombros de sus camaradas, la arrojó por una ventana al interior de la hermosa estructura. Esta no tardó en incendiarse, y los frenéticos esfuerzos de los judíos para apagar las llamas, a pesar de ser secundados por Tito mismo, fueron todos en vano. Al ver que el templo iba a quedar destruído, Tito se precipitó al interior de él, y arrebató el candelero, la mesa de los panes y el volumen de la ley, que estaba envuelto en tejido de oro. El candelero se depositó más tarde en el templo de la paz, de Vespasiano, y lo reprodujeron en el arco de triunfo de Tito, donde se puede ver todavía su imagen mutilada.

El sitio de Jerusalén duró cinco meses. En él perecieron 1.100.000 judíos, y 97.000 fueron tomados prisioneros. La ciudad estaba tan asombrosamente fortificada que cuando Tito examinó sus ruinas exclamó: "Hemos peleado con la ayuda de Dios." Quedó completamente arrasada, y los mismos fundamentos del templo fueron removidos por el arado de Tarencio Rufo. La guerra duró en total siete años, y se dice que casi un millón y medio de personas cayeron víctimas de sus espantosos horrores.

Así ejecutó esta potencia grandes hazañas, y volvió nuevamente a su país.

VERS. 29: Al tiempo señalado tornará al mediodía; mas no será la postrera venida como la primera.

El tiempo señalado es probablemente el tiempo profético del vers. 24, que ya se ha mencionado. Terminó, como ya se ha demostrado, en el año 330, fecha en que la potencia en cuestión iba a volver y dirigirse nuevamente hacia el sur, pero no como en la ocasión anterior, cuando fué a Egipto, ni como después, cuando fué a Judea. Aquellas fueron expediciones que le dieron conquistas y gloria. Esta condujo a la desmoralización y la ruina. El traslado de la sede del imperio a Constantinopla fué el co-

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mienzo de la caída del imperio. Roma perdió entonces su prestigio. La división occidental quedó expuesta a las incursiones de enemigos extranjeros. A la muerte de Constantino, el Imperio Romano quedó dividido entre sus tres hijos; Constancio, Constantino II y Constante. Constantino II y Constante pelearon, y el victorioso Constante obtuvo la supremacía de todo el Occidente. Los bárbaros del norte iniciaron pronto sus incursiones y extendieron sus conquistas hasta que la potencia imperial del occidente expiró en 476.

VERS. 30: Porque vendrán contra él naves de Chittim, y él se contristará, y se volverá, y enojaráse contra el pacto santo, y hará: volveráse pues, y pensará en los que habrán desamparado el santo pacto.

Roma saqueada por los bárbaros.--La narración profética sigue refiriéndose a la potencia que viene siendo su tema desde el vers. 16, a saber, Roma. ¿Cuáles fueron las naves de Chittim que vinieron contra esa potencia, y cuándo se realizó ese movimiento? ¿Qué país o potencia representa Chittim? En Isaías 23:1 hallamos esta mención: "De la tierra de Chittim les es revelado." Adán Clarke tiene la siguiente nota al respecto: "Se dice aquí que las nuevas de la destrucción de Tiro por Nabucodonosor les son comunicadas por Chittim, las islas y costas del Mediterráneo; 'porque los tirios--dice Jerónimo acerca del vers. 6,--cuando vieron que no tenían otro medio de escapar, huyeron a sus barcos, y buscaron refugio en Cartago y en las islas del mar Jonio y del Egeo.' . . . Así también Jarchi en el mismo lugar."[22] Kitto[23] asigna la misma localidad a Chittim, a saber, la costa y las islas del Mediterráneo; y el testimonio de Jerónimo nos lleva a una ciudad definida y célebre de aquella región, a saber, Cartago.

¿Soportó alguna vez el Imperio Romano una guerra naval que tuviera a Cartago como base de operaciones? Recordemos los terribles ataques de los vándalos contra Roma bajo el feroz Genserico, y contestaremos en sentido afirmativo. Cada prima-

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vera salía del puerto de Cartago a la cabeza de sus ingentes y bien disciplinadas fuerzas navales, para sembrar la consternación en todas las provincias marítimas del imperio. Tal es la obra que se presenta en el versículo que estudiamos; y ello queda aun mejor confirmado cuando consideramos que la profecía nos ha llevado precisamente a ese tiempo. En el vers. 29, entendimos que se mencionaba el traslado de la sede del imperio a Constantinopla. La siguiente revolución que se produce con el transcurso del tiempo es la que ocasionan las irrupciones de los bárbaros del norte, entre los cuales se destacaban los vándalos y la guerra que realizaban, según se ha mencionado ya. La carrera de Genserico se desenvolvió entre los años 428-477.

"El se contristará, y se volverá," puede referirse a los esfuerzos desesperados hechos para despojar a Genserico del dominio de los mares; primero por Mayoriano, y luego por el papa Leon I, pero resultaron en ambos casos en completo fracaso. Roma se vió obligada a someterse a la humillación de ver sus provincias despojadas, y su "ciudad eterna" hollada y saqueada por el enemigo. (Véanse los comentarios sobre Apocalipsis 8:8.)

"Enojaráse contra el pacto santo." Esto se refiere indudablemente a las tentativas de destruir el pacto de Dios por los ataques dirigidos contra las Sagradas Escrituras, el libro del pacto. Una revolución de esta clase se realizó en Roma. Los hérulos, godos y vándalos, que conquistaron a Roma, abrazaron la fe arriana y eran enemigos de la iglesia católica. Justiniano decretó que el papa fuese cabeza de la iglesia y corrector de herejes con el propósito especial de exterminar la herejía arriana. Pronto se llegó a considerar la Biblia como un libro peligroso que no debía ser leído por el pueblo común, y que todas las cuestiones en disputa debían ser sometidas al papa. Así se despreció la Palabra de Dios.

Dice un historiador al comentar la actitud de la iglesia católica con respecto a las Escrituras:

"Uno podría pensar que la iglesia de Roma había puesto a sus feligreses a distancia segura de las Escrituras. Ella había colocada el abismo de la tradición entre ellos y la Palabra de Dios. Los alejó aun más de la esfera de peligro al proveer un intérprete

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infalible cuyo deber consiste en cuidar de que la Biblia no exprese un sentido hostil a Roma. Pero, como si esto no bastase, ha trabajado por todos los medios a su alcance para impedir que las Escrituras lleguen en cualquier forma que sea a las manos de su pueblo. Antes de la Reforma mantuvo a la Biblia encerrada dentro de una lengua muerta, y se promulgaron leyes severas contra su lectura. La Reforma liberto el precioso volumen. Tyndale y Lutero, el primero desde su retiro de Vildorfe en los Países Bajos, y el otro desde el medio de las profundas sombras del bosque de Turingia, enviaron la Biblia a quienes hablaban los idiomas del vulgo en Inglaterra y Alemania. Se despertó así una sed por las Escrituras, a la que la iglesia de Roma creyó imprudente oponerse abiertamente. El Concilio de Trento promulgó acerca de los libros prohibidos, diez reglas que, aunque aparentaban satisfacer el creciente deseo de leer la Palabra de Dios, estaban insidiosamente redactadas para frenarlo. En la cuarta regla, el concilio prohibe a cualquiera que lea la Bibla sin licencia de su obispo o inquisidor, licencia que se ha de basar en un certificado de su confesor de que no corre peligro de recibir daño al leerla. El concilio añade estas palabras categóricas: 'Que si alguno se atreve a leer o tener en su posesión ese libro, sin la tal licencia, no recibirá la absolución hasta que lo haya entregado a su ordinario.' A esas reglas sigue la bula de Pío IV, en la cual se declara que los que las violen serán considerados culpables de pecado mortal. Así la iglesia de Roma intentó regular lo que le resultaba imposible impedir del todo. El hecho de que a ningún seguidor del papa se le permite leer la Biblia sin licencia no aparece en los catecismos y otros libros de uso común entre los católicos romanos de este país; pero es incontrovertible que forma la ley de aquella iglesia. Y de acuerdo con ella encontramos que la práctica uniforme de los sacerdotes de Roma, de los papas para abajo, es impedir la circulación de la Biblia; impedirla totalmente en los países donde, como en Italia y España, ejerce todo el poder, y en otros países, como el nuestro, hasta donde se lo permite su poder. Su sistema uniforme es desalentar la lectura de las Escrituras de toda manera posible; y cuando no se animan a emplear la fuerza

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para obtener sus fines, no tienen reparos en emplear el poder espiritual de su iglesia y declarar que aquellos que contraríen la voluntad de Roma en este asunto son culpables de pecado mortal."[24]

Los emperadores de Roma, cuya división oriental continuaba, se entendían con la iglesia de Roma, que había abandonado el pacto y constituía la gran apostasía, y colaboraban con ella en el intento de suprimir la "herejía." El hombre de pecado fué elevado a su presuntuoso trono por la derrota (en 538) de los godos arrianos, que poseían entonces a Roma.

VERS. 31: Y serán puestos brazos de su parte; y contaminarán el santuario de fortaleza, y quitarán el continuo sacrificio, y pondrán la abominación espantosa.

"Contaminarán el santuario de su fortaleza," o Roma. Si esto se aplica a los bárbaros, se cumplió literalmente; porque Roma fué saqueada por los godos y los vándalos, y el poder imperial del occidente cesó con la conquista de Roma por Odoacro. O si se refiere a los gobernantes del imperio que obraban en favor del papado contra la religión pagana y cualquier otra que se opusiese al papado, significaría el traslado de la sede del imperio de Roma a Constantinopla, que contribuyó enormemente a la decadencia de Roma. El pasaje sería entonces paralelo a Daniel 8:11 y Apocalipsis 13:2.

El papado quita el "continuo."--En los comentarios sobre Daniel 8:13 se ha demostrado que la palabra "sacrificio" ha sido añadida erróneamente. Debe ser "asolamiento." La expresión denota una potencia desoladora, de la cual la "abominación espantosa" no es sino la contraparte, y le sucede en el transcurso del tiempo. Por lo tanto, parece claro que el asolamiento continuo era el paganismo, y la "abominación espantosa," el papado. Pero puede ser que alguien pregunte: ¿Cómo puede ser el papado siendo que Cristo habló de ella en relación con la destrucción de Jerusalén? La respuesta es: Cristo se refirió evidentemente a Daniel 9, que predice la destrucción de Jerusalén, y no a este versículo de Daniel 11, que no se refiere a dicho acontecimiento.

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En el capítulo 9, Daniel habla de asolamientos y abominaciones en plural. Más de una abominación, por lo tanto, abruma a la iglesia; es decir que, en cuanto se refiere a la iglesia, tanto el papado como el paganismo son abominaciones. Pero como se hace una distinción entre una y otra, el lenguaje debe ser específico. Una es el asolamiento "continuo," y la otra es preeminentemente la transgresión o "abominación espantosa."

¿Cómo fué quitado el "continuo," o paganismo? Ya que se habla de esto en relación con el establecimiento de la abominación espantosa, o papado, debe denotar, no simplemente el cambio nominal de la religión del imperio, del paganismo al cristianismo, sino un desarraigo tal del paganismo de todos los elementos del imperio que el terreno queda completamente preparado para que la abominación papal se levante y asevere sus arrogantes pretensiones. Se realizó una revolución tal, pero no antes que hubieron transcurrido casi doscientos años después de la muerte de Constantino.

Al acercarnos al año 508 vemos que madura una crisis importante entre el catolicismo y las influencias paganas que todavía existen en el imperio. Hasta la conversión de Clodoveo, rey de los francos, en 496, éstos, como otras naciones de la Roma occidental, eran paganos; pero después de ese acontecimiento, fueron coronados de gran éxito los esfuerzos hechos para convertir idólatras al catolicismo. Se dice que la conversión de Clodoveo inicia la tendencia y la actitud que merecieron para el monarca francés los títulos de "Cristianísima Majestad" e "Hijo Mayor de la Iglesia." Entre ese tiempo y 508, mediante alianzas, capitulaciones y conquistas, sometió Clodoveo las guarniciones romanas del oeste, en la Bretaña, o Armórica, y también a los borgoñones o burgundios y a los visigodos.

Desde que estos éxitos quedaron afianzados, en 508, el papado quedó triunfante en lo que se refiere al paganismo; porque aunque el último retardó indudablemente el progreso de la fe católica, ya no tenía poder para suprimir la fe ni estorbar las usurpaciones del pontífice romano. Cuando las potencias eminentes de Europa renunciaron a su apego al paganismo fué tan

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sólo para perpetuar sus abominaciones en otra forma; pues el cristianismo manifestado en la iglesia católica era y es aún tan sólo un paganismo bautizado.

La condición de la sede de Roma era también peculiar en aquel tiempo. En 498, ascendió Símaco al trono pontificio, cuando era recién convertido del paganismo. Llegó a la silla papal gracias a que sostuvo con su competidor una lucha que costó sangre. Recibió adulaciones como sucesor de San Pedro, y dió la nota tónica de la asunción papal presumiendo excomulgar al emperador Anastasio.[25] Los más serviles aduladores del papa empezaron entonces a sostener que había sido constituído juez en lugar de Dios, y que era vicerregente del Altísimo.

Tal era la tendencia de los sucesos en el occidente. ¿Cuál era la condición que reinaba en el oriente? Existía ahora un fuerte partido papal en todas partes del imperio. Los adherentes que tenía esta causa en Constantinopla, alentados por el éxito de sus hermanos en el occidente, consideraron llegado el momento de abrir las hostilidades en favor de su señor de Roma.

Nótese que poco después de 508, el paganismo había decaído de tal manera y el catolicismo había adquirido tanta fuerza, que por primera vez la iglesia católica pudo sostener con éxito una guerra tanto contra las autoridades civiles del imperio como contra la iglesia del oriente que había abrazado, en su mayoría, la doctrina monofisita, que Roma tenía por herejía. El celo de los partidarios culminó en un torbellino de fanatismo y guerra civil, que barrió a Constantinopla con fuego y sangre. El resultado fué el exterminio de 65.000 herejes. Una cita de Gibbon, sacada de su relato de los sucesos ocurridos entre 508 y 518, demostrará la intensidad de dicha guerra:

"Fueron rotas las estatuas del emperador, y éste tuvo que esconderse en persona en un suburbio hasta que, al fin de tres días, se atrevió a implorar la misericordia de sus súbditos. Sin su diadema, y en la postura de un suplicante, Anastasio se presentó en el trono del circo. Los católicos le cantaron en la cara lo que

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para ellos era el verdadero Trisagio; se regocijaron por el ofrecimiento, (que él proclamó por voz de un heraldo,) de abdicar la púrpura; escucharon la advertencia de que, puesto que todos no podían reinar, debían estar previamente de acuerdo en la elección de un soberano; y aceptaron la sangre de dos ministros impopulares, a quienes su amo, sin vacilación, condenó a los leones. Estas sediciones furiosas pero pasajeras eran alentadas por el éxito de Vitaliano, quien, con un ejército de hunos y búlgaros, idólatras en su mayoría, se declaró campeón de la fe católica. En esta piadosa rebelión, despobló la Tracia, sitió a Constantinopla, exterminó a 65.000 cristianos, hasta que obtuvo el relevo de los obispos, la satisfacción del papa, y el establecimiento del concilio de Calcedonia, un tratado ortodoxo, firmado de mala gana por el moribundo Anastasio, y ejecutado más fielmente por el tío de Justiniano. Tal fué el desarrollo de la primera de las guerras religiosas que se hayan reñido en el nombre y por los discípulos del Dios de paz."[26]

Creemos haber demostrado claramente que el continuo fué quitado hacia 508. Esto sucedió como preparativo para el establecimiento del papado, que fué un acontecimiento separado y subsiguiente, del que nos lleva a hablar ahora la narración profética.

El papado levanta una abominación.--"Y pondrán la abominación espantosa." Habiendo demostrado plenamente lo que consideramos que es la supresión del continuo o paganismo, preguntamos ahora: ¿Cuándo se levantó la abominación espantosa, o papado? El cuerno pequeño que tenia ojos como de hombre no tardó en ver cuándo estaba preparado el terreno para su progreso y elevación. Desde el año 508 su progreso hacia la supremacía universal se realizó en forma que no tiene paralelo.

Cuando Justiniano estaba por iniciar la guerra contra los vándalos en 533, empresa de no poca magnitud y dificultad, deseó asegurarse la influencia del obispo de Roma, quien había alcanzado una situación que en su opinión pesaba mucho en

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gran parte de la cristiandad. Por lo tanto, Justiniano se encargó de decidir la contienda que existía desde hacía mucho entre las sedes de Roma y Constantinopla acerca de cuál debía tener precedencia. Dió la preferencia a Roma en una carta que dirigió oficialmente al papa, en la cual le declaraba en los términos más inequívocos que el obispo de aquella ciudad debía ser la cabeza de todo el cuerpo eclesiástico del imperio.

La carta de Justiniano dice: "Justiniano, vencedor, piadoso, afortunado, famoso, triunfador, siempre Augusto, a Juan, el santísimo arzobispo y patriarca de la noble ciudad de Roma. Tributando honor a la sede apostólica y a Vuestra Santidad, como siempre ha sido y es nuestro deseo, y honrando vuestra beatitud como a un padre, nos apresuramos a poner en el conocimiento de Vuestra Santidad todo lo que pertenece a la condición de las iglesias, puesto que fué siempre nuestro gran objeto salvaguardar la unidad de vuestra Sede Apostólica y la posición de las santas iglesias, que ahora prevalece y permanece segura sin disturbio afligente. Por lo tanto, hemos ejercido diligencia para sujetar y unir a todos los sacerdotes del Oriente en toda su extensión a la sede de Vuestra Santidad. Cualesquiera cuestiones que estén en disputa actualmente, hemos creído necesario ponerlas en conocimiento de Vuestra Santidad, por claras e indubitables que sean, aun cuando sean firmemente sostenidas y enseñadas por todo el clero de acuerdo con la doctrina de Vuestra Sede Apostólica; porque no permitimos que nada que esté en disputa, por claro e indisputable que sea, en lo que pertenece al estado de las iglesias, deje de ser dado a conocer a Vuestra Santidad, como cabeza de todas las iglesias. Porque, como lo hemos dicho antes, tenemos celo para que aumente la honra y la autoridad de vuestra sede en todo respecto."[27]

"La carta del emperador debe haber sido enviada antes del 25 de marzo de 533. Porque en su carta de aquella fecha dirigida a Epifanio, habla de ella como habiéndola despachado, y repite su decisión de que todos los asuntos relativos a la iglesia sean referi-

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dos al papa, cabeza de todos los obispos, y verdadero y eficaz corrector de herejes.' "[28]

"En el mismo mes del año siguiente, 534, el papa contestó repitiendo el lenguaje del emperador, aplaudiendo su homenaje a la sede y adoptando los títulos del mandato imperial. Observa que, entre las virtudes de Justiniano, 'una brilla como una estrella: su reverencia para la silla apostólica, a la cual había sujetado y unido todas las iglesias, siendo verdaderamente ella la Cabeza de todas; como lo atestiguan las reglas de los Padres, las leyes de los Príncipes y las declaraciones de la piedad del Emperador.'

"La autenticidad del título recibe una prueba incontestable de los edictos hallados en las 'Novellae' del código de Justiniano. El preámbulo de la novena declara que 'como la Roma más antigua era fundadora de las leyes, no se debe poner en duda que en ella se hallaba la supremacía del pontificado.' La 131a, sobre los títulos y privilegios eclesiásticos, cap. II, declara: Decretamos, por lo tanto, que el santísimo Papa de la Roma más antigua es el primero de todo el sacerdocio, y que el beatísimo arzobispo de Constantinopla, la segunda Roma, ocupará el segundo puesto después de la santa sede apostólica de la Roma más antigua.' "[29]

Hacia fines del siglo VI, Juan de Constantinopla negó la supremacía romana, y asumió el título de obispo universal; a lo cual Gregorio el Grande, indignado por la usurpación, denunció a Juan y declaró, sin comprender la verdad de su declaración, que quien asumía el título de obispo universal era Anticristo. En 606, Focas suprimió la pretensión del obispo de Constantinopla, y justificó la del obispo de Roma. Pero Focas no fué el fundador de la supremacía papal. "Que Focas reprimió la pretensión del obispo de Constantinopla es indudable. Pero los más autorizados de los civiles y analistas de Roma rechazan la idea de que Focas fuese el fundador de la supremacía de Roma; se remontan hasta Justiniano como la única fuente legítima, y fechan correctamente el título en el año memorable 533."[30]

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Jorge Croly declara además: "Con referencia a Baronio, autoridad establecida entre los analistas católicos romanos, encontré que la concesión de supremacía que Justiniano hizo al papa se fijaba formalmente en ese período. . . . Toda la transacción fué de lo más auténtico y regular, y concuerda con la importancia del traslado."[31]

Tales fueron las circunstancias que acompañaron el decreto de Justiniano. Pero las provisiones de ese decreto no podían ponerse en práctica en seguida; porque Roma e Italia estaban en poder de los ostrogodos, que eran arrianos en su fe, y se oponían enérgicamente a la religión de Justiniano y del papa. Era, por lo tanto evidente que los ostrogodos debían ser desarraigados de Roma antes que el papa pudiese ejercer el poder con que había sido investido. Para lograr esto, se inició la guerra itálica en 534. La dirección de la campaña fué confiada a Belisario. Cuando él se acercó a Roma, varias ciudades abandonaron a Vitiges, su soberano godo y hereje, y se unieron a los ejércitos del emperador católico. Los godos, decidiendo demorar las operaciones ofensivas hasta la primavera, dejaron que Belisario entrase en Roma sin oposición. Los diputados del papa y el clero, del senado y del pueblo, invitaron al lugarteniente de Justiniano a que aceptase su obediencia voluntaria.

Belisario entró en Roma el 10 de diciembre de 536. Pero esto no fué el fin de la lucha, porque los godos reunieron sus fuerzas y resolvieron disputarle la posesión de la ciudad por un sitio regular, que iniciaron en marzo de 537. Belisario temió que la desesperación y la traición cundiesen entre el pueblo. Varios senadores y el papa Silvestre, cuya traición fué probada o sospechada, fueron desterrados. El emperador ordenó al clero que eligiese un nuevo obispo. Después de invocar solemnemente al Espíritu Santo, eligieron al diácono Vigilio que había comprado el honor con un cohecho de doscientas libras de oro.[32]

Toda la nación de los ostrogodos se había reunido para el sitio de Roma, pero el éxito no acompañó sus esfuerzos. Sus huestes

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se fueron gastando en combates sangrientos y frecuentes bajo las murallas de la ciudad, y el año y nueve días que duró el sitio bastaron para consumar casi completamente la destrucción de la nación. En marzo de 538, como empezaban a amenazarlos otros peligros, levantaron el sitio, quemaron sus tiendas y se retiraron en tumulto y confusión, en número apenas suficiente para conservar su existencia como nación o su identidad como pueblo.

Así fué arrancado de delante del cuerno pequeño de Daniel 7 el cuerno ostrogodo, el último de los tres. Ya no había cosa alguna que impidiese al papa ejercer el poder que le había conferido Justiniano cinco años antes. Los santos, los tiempos y la ley estaban en su mano, de hecho y no sólo de intento. El año 538 debe considerarse, pues, como el año en que se puso o estableció la "abominación espantosa," y como el punto de partida del período profético de 1.260 años de la supremacía papal.

VERS. 32: Y con lisonjas hará pecar a los violadores del pacto: mas el pueblo que conoce a su Dios, se esforzará, y hará.

"El pueblo que conoce a su Dios"--Los que abandonan el libro del pacto, las Sagradas Escrituras, que estiman más los decretos de los papas y las decisiones de los concilios que la palabra de Dios, a éstos él, el papa, corromperá por sus lisonjas. Es decir que su celo como partidarios del papa será fomentado por la obtención de riquezas, puestos y honores.

Al mismo tiempo habrá un pueblo que conocerá a su Dios, y se esforzará y hará proezas. Son los cristianos que conservaron la religión pura y viva en la tierra durante las obscuras edades de la tiranía papal, y ejecutaron admirables actos de abnegación y heroísmo religioso en favor de su fe. Un lugar preeminente ocupan entre ellos, los valdenses, los albigenses y los hugonotes.

VERS. 33: Y los sabios del pueblo darán sabiduría a muchos: y caerán a cuchillo y a fuego, en cautividad y despojo, por días.

Aquí se nos presenta el largo período de persecución papal contra los que luchaban para sostener la verdad e instruir a sus semejantes en los caminos de la justicia. El número de los días durante los cuales iban a caer así nos es indicado en Daniel 7:25;

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12:7; Apocalipsis 12:6, 14; 13:5. El período es llamado "tiempo, y tiempos, y el medio de un tiempo," "mil doscientos y sesenta días," y "cuarenta y dos meses." Todas estas expresiones son otras tantas maneras de designar los mismos 1.260 años de la supremacía papal.

VERS. 34: Y en su caer serán ayudados de pequeño socorro: y muchos se juntarán a ellos con lisonjas.

En Apocalipsis 12, donde se habla de esta misma persecución papal, leemos que la tierra ayudó a la mujer abriendo su boca y tragándose el río que el dragón había arrojado tras ella. La Reforma protestante dirigida por Martín Lutero y sus colaboradores proporcionó el auxilio predicho aquí. Los estados alemanes abrazaron la causa protestante, protegieron a los reformadores y refrenaron las persecuciones que realizaba la iglesia papal. Pero cuando los protestantes recibieron ayuda y su causa llegó a ser popular, muchos "se juntaron a ellos con lisonjas," o sea que abrazaron su fe por motivos indignos.

VERS. 35: Y algunos de los sabios caerán para ser purgados, y limpiados, y emblanquecidos, hasta el tiempo determinado [tiempo del fin, V. M.]: porque aun para esto hay plazo.

Aunque frenado, el espíritu perseguidor no fué destruído. Estallaba cada vez que tuviese oportunidad. Esto sucedía especialmente en Inglaterra. La condición religiosa de aquel reino fluctuaba. A veces lo dominaban los protestantes y a veces caía bajo la jurisdicción papal, de acuerdo a cuál fuese la religión del monarca reinante. La "sangrienta reina María" fué enemiga mortal de la causa protestante, y multitudes cayeron víctimas de sus persecuciones implacables. Esta situación había de durar más o menos "hasta el tiempo determinado," o del fin, como dicen otras versiones. La conclusión natural que se puede sacar es que cuando llegase el tiempo del fin, la iglesia católica perdería completamente el poder de castigar a los herejes, que había ocasionado tantas persecuciones, y que por un tiempo se vió refrenado. Parecería igualmente evidente que esa supresión de la supremacía papal habría de señalar el comienzo del período lla-

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mado aquí "tiempo del fin." Si esta aplicación es correcta, el tiempo del fin comenzó en 1798; porque entonces, como ya se ha notado, el papado fué derribado por los franceses, y no ha podido desde entonces ejercer todo el poder que poseyó antes. La opresión de la iglesia por el papado es evidentemente lo aludido aquí, porque es el único pasaje, excepción hecha tal vez de Apocalipsis 2:10, que indique un "tiempo determinado," o sea un período profético.

VERS. 36: Y el rey hará a su voluntad; y se ensoberbecerá, y se engrandecerá sobre todo dios; y contra el Dios de los dioses hablará maravillas, y será prosperado, hasta que sea consumada la ira; porque hecha está determinación.

Un rey se engrandece sobre todo dios.--El rey introducido aquí no puede representar la misma potencia que se ha venido observando, a saber, la papal; porque las especificaciones no corresponden si se aplican a dicha potencia.

Tomemos, por ejemplo, una declaración del versículo siguiente: "Ni se cuidará de dios alguno." Nunca se ha aplicado esto al papado. Nunca ha dejado de lado ni rechazado a Dios ni a Cristo este sistema religioso, aun cuando los haya puesto a menudo en una posición falsa.

Tres características han de notarse en la potencia que cumpla esta profecía: Debe asumir el carácter aquí delineado cerca del comienzo del tiempo del fin, al cual nos llevó el versículo precedente. Debe ser una potencia voluntariosa. Debe ser una potencia atea. Quizás podríamos unir estas dos últimas especificaciones diciendo que sería voluntariosa en el ateísmo.

Francia cumple la profecía.--Una revolución que responde exactamente a esta descripción se produjo en Francia en el tiempo indicado por la profecía. Los ateos sembraron las semillas que dieron su fruto lógico y funesto. Voltaire había dicho, en su pomposo aunque impotente engreimiento: "Estoy cansado de oír repetir que doce hombres establecieron la religión cristiana. Demostraré que basta un hombre para destruirla." Asociándose con hombres como Rousseau, d'Alembert, Diderot y otros, emprendió la realización de su amenaza. Sembraron vientos, y

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cosecharon la tempestad. Además, la iglesia católica romana era notoriamente corrompida durante esa época, y el pueblo anhelaba romper el yugo de la opresión eclesiástica. Sus esfuerzos culminaron en el "reinado del terror" de 1793, durante el cual Francia despreció la Biblia y negó la existencia de Dios.

Un historiador moderno describe así este gran cambio religioso:

"Ciertos miembros de la Convención habían sido los primeros que intentaron reemplazar en las provincias el culto cristiano por un ceremonial cívico, en el otoño de 1793. En Abbeville, Dumont, habiendo declarado al populacho que los sacerdotes eran arlequines y payasos vestidos de negro, que mostraban marionetas,' estableció el Culto de la Razón, y con una notable falta de espíritu consecuente, organizó por su cuenta un espectáculo de marionetas' de los más imponentes, con bailes en la catedral cada decadí y fiestas cívicas en cuya observancia insistía mucho. Fouché fué el siguiente funcionario que abolió el culto cristiano. Hablando desde el púlpito de la catedral de Nevers, borró formalmente todo espiritualismo del programa republicano, promulgó la famosa orden que declaraba 'la muerte sueño eterno,' y así dió vuelta a la llave para el cielo y el infierno. . . . En su discurso de felicitaciones al ex obispo, el presidente declaró que como el Ser Supremo no deseaba otra culto que el de la Razón, éste constituiría en lo futuro la religión nacional.' "[33]

Pero hay otras y aun más sorprendentes especificaciones que fueron cumplidas por Francia.

VERS. 37: Y del Dios de sus padres no se cuidará, ni del amor de las mujeres: ni se cuidará de dios alguno, porque sobre todo se engrandecerá.

La palabra hebrea que se traduce por mujer se rinde también por esposa; y Tomás Newton observa que este pasaje quedaría mejor interpretado si dijera "el deseo de esposas."[34] Esto parecería indicar que este gobierno, al mismo tiempo que declaraba

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inexistente a Dios, hollaría bajo los pies la ley que Dios dió para regir la institución matrimonial. Y encontramos que el historiador, tal vez inconscientemente, y ello resulta por lo tanto mucho más significativo, acopló el ateísmo y el espíritu licencioso de este gobierno en el mismo orden en que se presentan en la profecía. Dice:

"La familia había sido destruída. Bajo el antiguo régimen, ella había sido el fundamento mismo de la sociedad. . . . El decreto del 20 de septiembre de 1792, que estableció el divorcio, y fué llevado aun más lejos por la Convención en 1794, dió antes de cuatro años frutos que la Legislatura misma no había soñado: podía fallarse un divorcio inmediato por incompatibilidad de carácter, para que entrara en vigor al año a más tardar, si cualquiera de los miembros de la pareja se negaba a separarse del otro antes que venciese ese plazo.

"Había habido un alud de divorcios: a fines de 1793, o sea quince meses después de promulgarse el decreto, se habían concedido 5.994 divorcios en París. . . . Bajo el Directorio vemos a las mujeres pasar de una mano a la otra por un proceso legal. ¿Cuál era la suerte de los niños que nacían en tales uniones sucesivas? Algunos padres se libraban de ellos: el número de expósitos hallados en París durante el año V se elevó a 4.000, y a 44.000 en los otros departamentos. Cuando los padres guardaban a sus hijos, el resultado era una confusión tragicómica. Un hombre se casaba con varias hermanas, una tras la otra; un ciudadano pidió a los Quinientos permiso para casarse con la madre de las dos esposas que ya había tenido. . . . La familia se disolvía."[35]

"Ni se cuidará de dios alguno." En adición al testimonio presentado ya para demostrar cuán completo era el ateísmo que reinaba en la nación entonces, léase lo siguiente:

El "obispo constitucional de París fué impulsado a desempeñar el papel principal en la farsa más impudente y escandalosa que se haya exhibido ante una representación nacional. . . . Se lo sacó en plena procesión, a declarar a la Convención que la religión que él mismo había ensenado durante tantos años era

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en todo respecto obra del sacerdocio, que no tenía fundamento en la historia ni verdad histórica. Negó, en términos solemnes y explícitos la existencia de la Divinidad a cuyo culto había sido consagrado, y se comprometió para lo futuro a rendir homenaje a la libertad, la igualdad, la virtud y la moralidad. Luego puso sobre la mesa sus adornos episcopales, y recibió el abrazo fraternal del presidente de la Convención. Varios sacerdotes apóstatas siguieron el ejemplo de ese prelado."[36]

"Hebert, Chaumette y sus asociados se presentaron en la tribuna, y declararon que 'Dios no existe.' "[37]

Se dijo que el temor de Dios distaba tanto de ser el principio de la sabiduría que era el comienzo de la locura. Quedó prohibido todo culto excepto el de la libertad y de la patria. El oro y la platería que había en las iglesias fueron confiscados y profanados. Se cerraron las iglesias. Se rompieron las campanas y se las fundió para hacer cañones. Se quemó públicamente la Biblia. Los vasos sacramentales fueron paseados por las calles sobre un asno, en prueba de desprecio. Se estableció un ciclo de diez días en lugar de la semana, y la muerte se declaró, en letras destacadas sobre los cementerios, un sueño eterno. Pero la blasfemia culminante, si esas orgías infernales admiten una gradación, iba a ser presentada por el cómico Monvel, quien, como sacerdote del Iluminismo, dijo: "'¡Dios! si existes, . . . venga tu nombre injuriado. Te desafío. Callas; no te atreves a lanzar tus truenos;¿quién, después de esto, creerá en tu existencia?' "[38]

Tal es el hombre cuando queda abandonado a sí mismo, y tal es la incredulidad cuando se libra de las restricciones de la ley, y ejerce el poder. ¿Puede dudarse de que estas escenas son lo que el Omnisciente previó y anotó en la página sagrada cuando indicó que se levantaría un reino que se ensalzaría sobre todos los dioses y los despreciaría?

VERS. 38: Mas honrará en su lugar al dios Mauzim, dios que sus padres no conocieron: honrarálo con oro, y plata, y piedras preciosas, y con cosas de gran precio.

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Encontramos una contradicción aparente en este versículo. ¿Como puede una nación despreciar todo dios, y sin embargo honrar al dios Mauzim, el "dios de las fortalezas" (V.M.)? No podría asumir las dos actitudes al mismo tiempo; pero podría durante cierto tiempo despreciar todos los dioses, y luego introducir otro culto y adorar al dios de la fuerza. ¿Ocurrió un cambio tal en Francia en aquel entonces? Por cierto que sí. La tentativa de hacer de Francia una nación sin dios produjo tanta anarquía que los gobernantes temieron que el poder se les escapase completamente, y percibieron que era políticamente necesario introducir algún culto. Pero no querían iniciar un movimiento que aumentase la devoción ni desarrollase un carácter verdaderamente espiritual entre el pueblo, sino tan sólo algo que les ayudase a mantenerse en el poder y les diese el control de las fuerzas de la nación. Algunos extractos de la historia lo demostrarán. La libertad y la patria fueron al principio lo que se ofreció como objeto de adoración. "Libertad, igualdad, virtud y moralidad," precisamente lo opuesto de cuanto poseyesen en realidad o manifestasen en la práctica, fueron las palabras que emplearon luego para describir la divinidad de la nación. En 1793 se introdujo el culto de la diosa de la Razón, y así lo describe el historiador:

"Una de las ceremonias de ese tiempo insensato se destaca sin rival por lo absurda e impía. Las puertas de la Convención se abrieron delante de una banda de música, detrás de la cual entró el Cuerpo Municipal en solemne procesión, cantando un himno de alabanza a la libertad y escoltando como objeto de su futuro culto a una mujer velada, a quien llamaban la diosa de la Razón. Una vez introducida al estrado, se le quitó el velo con toda formalidad, y se la colocó a la diestra del presidente; se vió entonces que era una bailarina de la Opera, cuyos encantos conocía la mayoría de las personas presentes por su actuación en el escenario. . . . A esta persona, como a la representante más idónea de aquella Razón que adoraba, la Convención Nacional de Francia tributó homenaje público. Esta farsa ímpía y ridícula tuvo cierta boga; y la instalación de la diosa de la Razón se renovó y fué imitada

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en todos los lugares de la nación donde los habitantes deseaban mostrarse a la altura de la revolución."[39]

El historiador francés moderno, Luis Madelin, escribe:

"Habiéndose excusado la Asamblea por sus negocios, una procesión (de muy mixta descripción) acompañó a la diosa a las Tullerías, y obligó a los diputados a decretar en su presencia la transformación de Nuestra Señora en Templo de la Razón. Como esto no se consideró suficiente, otra diosa de la Razón, la esposa de Momoro, miembro de la Convención, fué instalada en San Sulpicio el siguiente decadí. Antes de mucho estas Libertades y Razones pululaban en toda Francia. Con demasiada frecuencia, eran mujeres licenciosas, aunque había una que otra diosa de buena familia y conducta decente. Si es verdad que las sienes de una de estas Libertades se ciñeron con una cinta que llevaba esta inscripción: No me troquéis en Licencia,' podemos decir que difícilmente resultaba superflua la indicación en cualquier parte de Francia; porque reinaban generalmente las satur-nales más repugnantes. Se dice que en Lyón se hizo beber a un asno de un cáliz. . . . Payán lloró sobre 'estas diosas, más degradadas que las de la fábula.' "[40]

Mientras que el fantástico culto de la razón pareció enloquecer la nación, los dirigentes de la revolución pasaron a la historia como "los ateos." Pero no tardó en percibirse que para frenar al pueblo se necesitaba una religión con sanciones más poderosas que las que tenía la que estaba entonces de moda. Apareció, por lo tanto, una forma de culto en la cual el "Ser Supremo" era objeto de adoración. Era igualmente huera en cuanto se refiere a producir reformas en la vida y piedad vital, pero se apoyaba en lo sobrenatural. Y aunque la diosa de la Razón fué en verdad un "dios ajeno," la declaración relativa al "dios de las fortalezas" puede referirse tal vez más adecuadamente a esta última fase.

VERS. 39: Y con el dios ajeno que conocerá, hará a los baluartes de Mauzim crecer en gloria; y harálos enseñorear sobre muchos, y por interés repartirá la tierra.

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El sistema de paganismo que se había introducido en Francia, ejemplificado en el ídolo levantado en la persona de la diosa de la Razón y regido por un ritual ateo decretado por la Asamblea Nacional para uso del pueblo francés continuó en vigor hasta el nombramiento de Napoleón para el Consulado provisional de Francia en 1799. Los adherentes de esta religión extraña ocupaban lugares fortificados, los baluartes de la nación, como se expresa en este versículo.

Pero lo que permite identificar la aplicación de esta profecía a Francia tal vez mejor que cualquier otro detalle, es la declaración hecha en la última frase del versículo, a saber, que "por interés repartirá la tierra." Antes de la Revolución, las tierras de Francia pertenecían a la iglesia católica y a unos pocos señores de la nobleza. Eran grandes propiedades que por ley debían quedar indivisas, y no podían ser repartidas ni por herederos ni acreedores. Pero las revoluciones no conocen ley, y durante la anarquía que reinó, como se notará también en Apocalipsis 11, fueron abolidos los títulos de nobleza y sus tierras fueron vendidas en pequeñas parcelas para beneficio del erario público. El gobierno necesitaba fondos, y estas grandes propiedades fueron confiscadas y vendidas en subasta pública, divididas en parcelas convenientes para los compradores. El historiador anota como sigue esta transacción única:

"La confiscación de dos tercios de las tierras del reino, ordenada por los decretos de la Convención contra los emigrantes, el clero y las personas convictas en los tribunales revolucionarios. . . puso a la disposición del gobierno fondos superiores a 700.000.000 de libras esterlinas."[41]

¿Cuándo y en qué país se produjo un acontecimiento que cumpliese más absolutamente la profecía?

Cuando la nación empezó a volver en si, se exigió una religión más racional, y se abolió el ritual pagano. El historiador describe así este suceso que no dejó de tener importantes repercusiones:

"Una tercera medida, que fué más audaz, fué el abandono del ritual pagano y la reapertura de las iglesias para el culto cristiano.

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Se debió completamente a Napoleón, quien tuvo que oponerse a los prejuicios filosóficos de cas; todos sus colegas. En sus conversaciones con ellos, no intentó presentarse como creyente en el cristianismo, sino que se basó únicamente en que es necesario proveer al pueblo los medios regulares de culto dondequiera que se desee un estado de tranquilidad. Los sacerdotes que aceptaron prestar el juramento de fidelidad al gobierno fueron admitidos nuevamente en sus funciones; y esta sabia medida fué seguida por la adhesión de nada menos que 20.000 de estos ministros de la religión que hasta entonces habían estado languideciendo en las cárceles de Francia"[42]

Así terminó el reinado del Terror y la Revolución Francesa. De sus ruinas surgió Bonaparte, para guiar el tumulto hacia su propia elevación, para colocarse a la cabeza del gobierno de Francia y llenar de terror el corazón de las naciones.

VERS. 40: Empero al cabo del tiempo el rey del mediodía se I acorneará con él; y el rey del norte levantará contra él como tempestad, con carros y gente de a caballo, y muchos navíos; y entrará por las tierras, e inundará, y pasará.

Nuevo conflicto entre los reyes del sur y del norte.--Después de un largo intervalo, vuelven a aparecer en el escenario el rey del sur y el del norte. Hasta aquí nada hemos encontrado que nos indique que hayamos de buscar otros territorios para esas dos potencias que no sean los que poco después de la muerte de Alejandro constituyeron respectivamente la división meridional y septentrional de su imperio. El rey del sur era entonces Egipto, y el rey del norte era Siria, pero incluía también Tracia y Asia Menor. Egipto continuó rigiendo el territorio designado como perteneciente al rey del sur, y Turquía durante más de cuatrocientos años gobernó el territorio que constituyó al principio el dominio del rey del norte.

Esta aplicación de la profecía evoca un conflicto entre Egipto y Francia, y entre Turquía y Francia, en 1798, o sea el año que señala, como ya hemos visto, el comienzo del tiempo del fin. Si

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la historia atestigua que estalló una guerra triangular de este carácter, quedará probada en forma concluyeme la corrección de la aplicación.

Preguntarnos, pues: ¿Es un hecho que en el tiempo del fin, Egipto se acorneó con Francia y le opuso una resistencia comparativamente débil, mientras que Turquía vino "contra él como tempestad," es decir contra el enviado de Francia? Ya hemos presentado ciertas pruebas de que el tiempo del fin empezó en 1798; y ningún lector de la historia necesita ser informado de que en ese año se llegó a un estado de hostilidad abierta entre Francia y Egipto.

El historiador formará su opinión acerca de la parte que desempeñaron en el origen del conflicto los sueños de gloria que albergaba el delirante y ambicioso cerebro de Napoleón Bonaparte; pero los franceses, o Napoleón por lo menos, lograron que Egipto fuese el agresor. "En una proclamación hábilmente redactada él [Napoleón] aseguró a los pueblos de Egipto que había venido tan sólo para castigar la casta gobernante de los mamelucos por las depredaciones que habían hecho sufrir a ciertos negociantes franceses; que, lejos de querer destruir la religión musulmana, tenía más respeto hacia Dios, Mahoma y el Corán que los mamelucos; que los franceses habían destruído al Papa y los Caballeros de Malta que hacían la guerra a los musulmanes; tres veces bienaventurado sería pues el que se pusiera de parte de los franceses, bienaventurados serían aun los que permaneciesen neutrales y tres veces desgraciados serían los que peleasen contra ellos."[43]

El comienzo del año 1798 encontró a los franceses elaborando grandes proyectos contra los ingleses. El Directorio deseaba que Bonaparte emprendiese en seguida el cruce del canal y atacase a Inglaterra; pero él veía que ninguna operación directa de esta clase podría emprenderse juiciosamente antes del otoño, y no estaba dispuesto a arriesgar su creciente reputación pasando el verano en la ociosidad. "Pero--nos dice el historiador--veía una

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tierra lejana, donde podría adquirir una gloria que le daría nuevo encanto a los ojos de sus compatriotas por el aire romántico y misterioso que envolvía el escenario. Egipto, la tierra de los faraones y Tolomeos, sería un noble campo para obtener nuevos triunfos."[44]

Mientras Napoleón contemplaba horizontes aun más amplios en los países históricos del Oriente, que no abarcan solamente el Egipto, sino también Siria, Persia, el Indostán y hasta el Ganges mismo, no tuvo dificultad en persuadir al Directorio de que Egipto era el punto vulnerable donde podía herir a Inglaterra al interceptar su comercio oriental. De ahí que, con el pretexto mencionado arriba, se emprendió la campaña egipcia.

La caída del papado, que señaló la terminación de los 1.260 años y, según el versículo 35, marcó el comienzo del tiempo del fin, ocurrió en febrero de 1798, cuando Roma cayó en manos del general francés Berthier. El 5 de marzo siguiente, Bonaparte recibió el decreto del Directorio relativo a la expedición contra Egipto. Salió de París el 3 de mayo, y zarpó de Tolón el 19, con mucho armamento naval, que consistía en "trece barcos de línea, catorce fragatas (algunas de ellas sin artillar), gran número de buques de guerra menores, y como 300 transportes. A bordo iban más de 35.000 soldados, juntamente con 1.230 caballos. Si incluimos las tripulaciones, la comisión de sabios enviada a explorar las maravillas de Egipto y los asistentes, el total de personas que iba a bordo era de unas 50.000; y se lo ha hecho subir hasta 54.000" [45]

El 2 de julio tomó Alejandría y la fortificó inmediatamente. El 21 peleó la batalla decisiva de las Pirámides, en la cual los mamelucos disputaron el campo con valor y desesperación, pero no pudieron hacer mella en las legiones disciplinadas de los franceses. Murad Bey perdió todos sus cañones, 400 camellos y 3.000 hombres. Las pérdidas de los franceses fueron comparativamente pocas. El 25, Bonaparte entró en el Cairo, capital de Egipto, y sólo esperó la bajada de las inundaciones del Nilo para

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perseguir a Murad Bey hasta el Alto Egipto adonde se había retirado con su caballería dispersa; y conquistó así todo el país. En verdad, el rey del sur no pudo ofrecer sino una débil resistencia.

Pero la situación de Napoleón se volvió precaria. La flota francesa, que era su único medio de comunicación con Francia, fué destruída por los ingleses bajo Nelson en Abukir. El 11 de septiembre de 1798, el sultán de Turquía, animado de celos contra Francia, arteramente fomentados por los embajadores ingleses en Constantinopla, y exasperado porque Egipto, que había sido durante mucho tiempo semidependiente del Imperio Otomán, se transformaba en provincia francesa, declaró la guerra a Francia. Así el rey del norte (Turquía) se levantó contra él (Francia) el mismo año en que rey del sur (Egipto) se acorneó con él, y ambos "al cabo del tiempo" o "al tiempo del fin" (V.M.). Esta es otra prueba concluyente de que el año 1798 es el que inicia este período, y todo demuestra que es correcta la aplicación que se da aquí a la profecía. Sería imposible que se realizasen al mismo tiempo tantos sucesos que satisfacen tan exactamente las especificaciones de la profecía sin que constituyesen su cumplimiento.

Fué el levantamiento del rey del norte, o Turquía, como una tempestad en comparación con la manera en que se defendió Egipto. Napoleón había aplastado a los ejércitos de Egipto, y procuró hacer lo mismo con los del sultán que amenazaban con atacarle desde Asia. Inició su marcha del Cairo a Siria el 27 de febrero de 1799, con 18.000 hombres. Primero tomó el fuerte de El-Arish en el desierto, luego Jaffa (la ciudad de Joppe de la Biblia), venció a los habitantes de Naplous en Zeta, y fué nuevamente victorioso en Jafet. Mientras tanto, un ejercito de los turcos se había atrincherado en San Juan de Acre, mientras que enjambres de musulmanes se reunían en las montañas de Samaria, listos para caer sobre los franceses cuando sitiasen a San Juan de Acre. Al mismo tiempo sir Sidney Smith apareció delante de dicha ciudad con dos barcos ingleses, reforzó la guarnición turca y capturó la maquinaria de sitio que Napoleón había enviado por mar desde Alejandría. Pronto apareció en el horizonte una flota

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turca que, con los barcos ingleses y rusos que cooperaban con ella constituyó los "muchos navíos" del rey del norte.

El sitio comenzó el 18 de marzo. Napoleón fué llamado dos veces a dejarlo para salvar a algunas divisiones francesas que estaban por caer en manos de las hordas musulmanas que inundaban el país. Dos veces también se hizo una brecha en la muralla de la ciudad, pero los asaltantes fueron recibidos con tanta furia por la guarnición que se vieron obligados a renunciar a la lucha a pesar de todos sus esfuerzos. Después de sostenerlo sesenta días, Napoleón levantó el sitio, hizo tocar la retirada por primera vez en su carrera, y el 21 de mayo de 1799 empezó a desandar sus pasos hacia Egipto.

"E inundará, y pasará." Hemos hallado acontecimientos que proporcionan un cumplimiento sorprendente a lo predicho con respecto al rey del sur, como también acerca del ataque tempestuoso del rey del norte contra Francia. Hasta aquí la historia concuerda en forma general con la profecía. Pero llegamos a un punto donde empiezan a separarse las opiniones de los comentadores. ¿A quién se aplican las palabras "inundará, y pasará"? ¿A Francia o al rey del norte? La aplicación del resto del capítulo depende de la respuesta que demos a esta pregunta. De ahí en adelante hay dos interpretaciones. Algunos aplican estas palabras a Francia, y procuran hallar su cumplimiento en la carrera de Napoleón. Otros las aplican al rey del norte, y encuentran su cumplimiento en los acontecimientos de la historia de Turquía. Si ninguna de las dos interpretaciones se ve libre de dificultades, como es forzoso admitirlo, lo único que nos toca hacer es elegir la que tiene mayor peso de evidencias en su favor. Y nos parece que hay en favor de una de ellas evidencias tan preponderantes que excluyen a la otra y no dejan cabida para la menor duda.

Turquía llega a ser rey del norte.--Con respecto a la aplicación de esta porción de la profecía a Napoleón, o a Francia bajo su dirección, no hallamos sucesos que podamos presentar con la menor seguridad como cumplimiento de la parte restante de este capítulo. De ahí que no veamos cómo se le podría dar tal apli-

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cación. Debe ser, pues, cumplida por Turquía, a menos que se pueda demostrar que la expresión "rey del norte" no se aplica a Turquía, o que hay, además de Francia o el rey del norte, otra potencia que cumplió esa parte de la predicción. Pero si Turquía, ocupante actual del territorio que constituía la división septentrional del imperio de Alejandro, no es el rey del norte de esta profecía, entonces quedamos sin principio para guiarnos en la interpretación. Presumimos que todos reconocen que no cabe introducir otro poder aquí. Francia y el rey del norte son los únicos a los cuales puede aplicarse la predicción. El cumplimiento debe encontrarse en la historia de una u otra potencia.

Algunas consideraciones favorecen ciertamente la idea de que en la última parte del versículo 40 el objeto principal de la profecía se traslada de la potencia francesa al rey del norte. Este último acaba de ser introducido como saliendo a semejanza de tempestad con carros, caballos y muchos navíos. Ya hemos tomado nota del choque que se produjo entre esa potencia y Francia. Con la ayuda de sus aliados el rey del norte ganó la contienda; y los franceses, estorbados en sus esfuerzos, fueron rechazados a Egipto. Lo más natural es aplicar las expresiones "e inundará, y pasará" a la potencia que salió vencedora de aquella lucha, a saber Turquía.

VERS. 41: Y vendrá a la tierra deseable, y muchas provincias caerán; mas éstas escaparán de su mano: Edom, y Moab, y lo primero de los hijos de Ammón.

Abandonando una campaña en la cual una tercera parte de su ejército había caído víctima de la guerra y la peste, los franceses se retiraron de San Juan de Acre, y después de una marcha penosa de 26 días volvieron a entrar en el Cairo, Egipto. Abandonaron así todas las conquistas que habían hecho en Judea; y la "tierra deseable," o sea Palestina, con todas sus provincias, volvió a caer bajo el gobierno opresivo de los turcos. Edom, Moab y Ammón, que están fuera de los límites de Palestina, al sur y al oriente del mar Muerto y el Jordán, quedaron fuera de la línea de marcha de los turcos de Siria a Egipto, y así escaparon a los estragos de esa

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campaña. Acerca de este pasaje, Adán Clarke tiene la siguiente nota: "Estos y otros árabes, no han podido [los turcos] subyugarlos nunca. Ocupan todavía los desiertos, y reciben una pensión anual de cuarenta mil coronas de oro de los emperadores otomanos para que dejen pasar libremente las caravanas de peregrinos que se dirigen a la Meca."[46]

VERS. 42: Asimismo extenderá su mano a las otras tierras, y no escapará el país de Egipto.

Cuando se retiraron los franceses a Egipto, una flota turca desembarcó 10.000 hombres en Abukir. Napoleón atacó inmediatamente el lugar, derrotó completamente a los turcos y restableció su autoridad en Egipto. Pero en ese momento severos reveses de las armas francesas en Europa hicieron volver a Napoleón a su país para cuidar de los intereses de éste. Dejó al general Kleber el comando de las tropas que quedaban en Egipto. Después de un período de incansable actividad en favor de su ejército, ese general fué asesinado por un turco en el Cairo, y Abdallah Menou asumió el mando; pero toda pérdida era muy grave para un ejército que no podía recibir refuerzos.

Mientras tanto, el gobierno inglés, como aliado de los turcos, había decidido quitar Egipto a los franceses. El 13 de marzo de 1801, una flota inglesa desembarcó tropas en Abukir. Los franceses les dieron batalla al día siguiente, pero se vieron obligados a retirarse. El 18, Abukir se rindió. El 28, llegaron refuerzos traídos por una flota turca y el gran vizir se fué acercando desde Siria con un gran ejército. El 19, Roseta se rindió a las fuerzas combinadas de los ingleses y los turcos. En Ramanieh un cuerpo de 4.000 franceses fué derrotado por 8.000 ingleses y 6.000 turcos. En Elmenayer 5.000 franceses se vieron obligados a retirarse, el 16 de mayo, porque el vizir se acercaba al Cairo con 20.000 hombres. Todo el ejército francés quedó entonces encerrado en el Cairo y Alejandría. El Cairo capituló el 27 de junio, y Alejandría el 2 de septiembre. Cuatro semanas más tarde, el 1° de

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octubre, se firmaron los preliminares de la paz, en Londres.

"No escapará el país de Egipto," eran las palabras de la profecía. Este lenguaje parecía implicar que Egipto iba a quedar sometido a alguna potencia de cuyo dominio iba a desear verse libre. ¿Cuál era la preferencia de los egipcios entre los franceses y los turcos? Preferían el gobierno francés. En la obra de R. R. Madden sobre viajes por Turquía, Egipto, Nubia y Palestina, se declara que los egipcios consideraban a los franceses como sus benefactores; que durante el corto período que pasaron en Egipto dejaron rastros de mejoramiento; y que, si hubiesen podido establecer su dominio, Egipto sería ahora un país comparativamente civilizado.[47] En vista de este testimonio, es claro que el lenguaje de la Escritura no se aplica a Francia, pues los egipcios no deseaban escapar de sus manos; aunque sí deseaban escapar de las manos de los turcos, pero no pudieron.

VERS. 43: Y se apoderará de los tesoros de oro y plata, y de todas las cosas preciosas de Egipto, de Libia, y Etiopía por donde pasará.

Como ilustración de este versículo citamos una declaración del historiador acerca de Mehemet Alí, el gobernador turco de Egipto que asumió el poder después de la derrota de los franceses:

"El nuevo bajá se dedicó a fortalecerse en su posición a fin de asegurarse en forma permanente el gobierno de Egipto para sí y su familia. En primer lugar, vió que debía cobrar ingentes rentas de sus súbditos, a fin de mandar tales cantidades de tributo a Constantinopla que propiciasen al sultán y le convenciesen de que le convenía claramente sostener el poder del gobernador de Egipto. Actuando de acuerdo con estos principios, empleó muchos medios injustos para entrar en posesión de grandes propiedades; negó la legitimidad de muchas sucesiones; quemó títulos de propiedad y confiscó fundos; en fin, desafió los derechos universalmente reconocidos de los propietarios. A esto siguieron grandes disturbios, pero Mehemet Alí estaba preparado para ellos, y por su terca firmeza creó la apariencia de que la sola

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presentación de derechos era una agresión de parte de los jeques. Aumentó constantemente los impuestos, y puso su cobro en manos de los gobernadores militares; por estos medios empobreció a los campesinos hasta lo sumo."[48]

VERS. 44: Mas nuevas de oriente y del norte lo espantarán; y saldrá con grande ira para destruir y matar muchos.

El rey del norte en dificultad.--Acerca de este versículo tiene Adán Clarke una nota que merece transcribirse. Dice: "Se reconoce generalmente que esta parte de la profecía no se ha cumplido todavía."[49] Esta nota se imprimió en 1825. En otra parte de su comentario dice: "Si se ha de entender que, como en los versículos anteriores, se trata de Turquía, puede significar que los persas al este, y los rusos al norte pondrán en aquel momento al gobierno otomano en situación muy embarazosa."

Entre esta conjetura de Adán Clarke, escrita en 1825, y la guerra de Crimea entre 1853 y 1856, hay ciertamente una coincidencia sorprendente, por cuanto las mismas potencias que menciona, los persas al este y los rusos al norte, fueron las que instigaron aquel conflicto. Las noticias que llegaban de aquellas potencias perturbaban a Turquía. La actitud y los movimientos de ellas incitaron al sultán a la ira y la venganza. Rusia fué objeto del ataque, por ser la potencia más agresiva. Turquía declaró la guerra a su poderoso vecino en 1853. El mundo vió con asombro cómo se precipitaba impetuosamente al conflicto un gobierno que se llamaba desde hacía mucho "el enfermo del Oriente," un gobierno cuyo ejército estaba desmoralizado, cuya tesorería estaba vacía, cuyos dirigentes eran viles e imbéciles, y cuyos súbditos eran rebeldes y amenazaban separarse. La profecía decía que saldría "con grande ira para destruir y matar muchos." Cuando entraron los turcos en la guerra mencionada, los describió cierto escritor americano con lenguaje profano diciendo que "peleaban como demonios." Es cierto que Francia e Inglaterra acudieron en ayuda de Turquía; pero ésta entró en la guerra de

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la manera descrita y obtuvo victorias importantes antes de recibir la ayuda de las dos potencias nombradas.

VERS. 45: Y plantará las tiendas de su palacio entre los mares, en el monte deseable del santuario; y vendrá hasta su fin, y no tendrá quien le ayude.

El rey del norte llega a su fin.--Hemos seguido la profecía de Daniel 11 paso a paso hasta este último versículo. Al ver como las divinas profecías encuentran su cumplimiento en la historia, se fortalece nuestra fe en la realización final de la palabra profética de Dios.

La profecía del versículo 45 se refiere a la potencia llamada rey del norte. Es la potencia que domina el territorio poseído originalmente por el rey del norte. (Véanse las págs. 192, 193.)

Se predice aquí que el rey del norte "vendrá hasta su fin, y no tendrá quien le ayude." Exactamente cómo, cuándo y dónde llegará su fin, es algo que podemos observar con solemne interés, sabiendo que la mano de la Providencia dirige el destino de las naciones.

Pronto determinará el tiempo este asunto. Cuando se produzca este acontecimiento, ¿qué seguirá? Pues sucesos del más portentoso interés para todos los habitantes del mundo, como lo demuestra inmediatamente el capítulo siguiente.

[1] Tomás Newton, "Dissertations on the Prophecies," tomo I, pág. 335.

[2] Humphrey Prideaux, "The Old and New Testament Connected in the History of the Jews," tomo I, pág. 378.

[3] Id., pág. 415.

[4] Tomás Newton, "Dissertations on the Prophecies," tomo I, págs. 345, 346.

[5] Tomás Newton, "Dissertations on the Prophecies," tomo I, pág. 352.

[6] Carlos Rollin, "Ancient History," tomo 5, págs. 305, 306.

[7] Tomás Newton, "Dissertations on the Prophecies," tomo 1, pág. 356.

[8] "The Cambridge Ancient History," tomo 9, pág. 670. Con autorización de sus editores en los Estados Unidos, Macmillan Company.

[9] Humphrey Prideaux, ''The Old and New Testament Connected in the History uf the Jews," tomo 2, pág. 312.

[10] "The Cambridge Ancient History," tomo 9, pág. 738. Con autorización Je sus editores en los Estados Unidos, Macmillan Company.

[11] Id., tomo 10, págs. 96, 97.

[12] "Encyclopoedia Americana," ed. 1849. tomo 12, pág. 251, art. "Tiberio."

[13] Ibid.

[14] Tomás Newton, " Dissertations on the Prophecies, " tomo I, pág. 363.

[15] "Encyclopoedia Americana," ed. 1849, tomo 12, págs. 251, 252, art. "Tiberio."

[16] Humphrey Prideaux, "The Old and New Testament Connected in the History of the Jews," tomo 2, pág. 423.

[17] Guillermo Hales, "A New Analysis of Chronology," tomo 3, pág. 1.

[18] Véase 1 Macabeos 8; Humphrey Prideaux. "The Old and New Testament Connected in the History of the Jews." tomo 2, pág. 166.

[19] Flavin Josefo, "Antigüedades Judaicas." libro 12, cap. 10, sec. 6.

[20] Véase "Encyclopoedia Britannica," 11a ed., tomo 7, pág- 3, art. "Constantinopla."

[21] Humphrey Prideaux, "The Old and New Testament Connected in the History of the Jews," tomo 2, pág. 380.

[22] Adán Clarke, "Commentary on the Old Testament," tomo 4, págs. 109, 110, nota sobre Isaías 23:1.

[23] Véase Juan Kitto, "Cyclopoedia of Biblical Literature," art. "Chittim," pág. 196.

[24] J. A. Wylie, "The Papacy," págs. 180, 181.

[25] Véase Luís E. Dupin, "A New History of Ecclesiastical Writers," tomo 5, págs. 1-3.

[26] Eduardo Gibbon, "The Decline and Fall of the Roman Empire," tomo 4, cap. 47, pág. 526.

[27] "Codex Justiniani" lib, 1, tit. 1; traducción dada por R. F. Littledale en "The Petrine Claims," pág. 293.

[28] Jorge Croly, "The Apocalypse of St John," pág. 170.

[29] Id., págs. 170, 171.

[30] Id., págs. 172, 173.

[31] Id., págs. 12, 13.

[32] Véase Eduardo Gibbon, "The Decline and Fall of the Roman Empire," tomo 4, cap. 41, págs. 168, 169.

[33] Luis Madelin, "The French Revolution," págs. 387, 388.

[34] Tomás Newton, "Dissertations on the Prophecies," tomo I, págs. 388-390.

[35] Luis Madelin, "The French Revolution," págs. 552, 553.

[36] Sir Walter Scott, "The Life of Napoleon Buonaparte," tomo I, pág. 239.

[37] Archibaldo Alison, "History of Europe," tomo á, pág. 22.

[38] Id., pág. 24.

[39] Sir Walter Scott, "The Life of Napoleon Buonaparte," tomo 1, págs. 239, 240.

[40] Luis Madelin, "The French Revolution," pág. 389.

[41] Archibaldo Alison, "History of Europe," tomo 3, págs. 25, 26.

[42] Juan Gibson Lockhart. " History of Napoleon Buonaparte," tomo 1, pág. 154.

[43] "The Cambridge Modern History," tomo 8, pág. 599. Con autorización de sus editores en los Estados Unidos, Macmillan Company.

[44] Jaime White. "History of France," pág. 469.

[45] "The Cambridge Modern History," tomo 8, págs. 597, 598. Con autorización de sus editores en los Estados Unidos, Macmillan Company.

[46] Adán Clarke, "Commentary on the Old Testament," tomo 4, pág. 618. nota sobre Daniel 11 :41.

[47] Ricardo Roberto Madden, "Travels in Turkey, Egypt, Nubia, and Palestine," tomo 1, pág. 231.

[48] Clara Erskine Clement, "Egypt," págs. 389, 390.

[49] Adán Clarke, "Commentary on the Old Testament," tomo 4, pág. 618, nota sobre Daniel 11:44.

Las Profecías de Daniel y Del Apocalipsis: Indice de los Capitulos
Las Profecías de Daniel y Del Apocalipsis (Tomo I), Capitulo 10: Dios Interviene en los Asuntos del Mundo
Las Profecías de Daniel y Del Apocalipsis (Tomo I), Capitulo 12: Se Acerca el Momento Culminante de la Historia
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Las Profecías de Daniel y Del Apocalipsis (Tomo I y Tomo II) by Urías Smith (Copyright 1949; Edición Revisada 1977, 1979) was originally published by the Pacific Press Publishing Association, 1350 N. Kings Road, Nampa, Idaho 83687 USA, a wholly owned and operated Seventh-day Adventist publishing house. The electronic text for Las Profecías de Daniel y Del Apocalipsis by Urías Smith was not supplied by the Pacific Press Publishing Association. However, their permission was requested and secured to freely distribute it.

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